“Aprendamos a ser más hospitalarios. La hospitalidad pertenece a la tradición de las comunidades y familias cristianas. Nuestros ancianos nos enseñaron con el ejemplo que en la mesa de una casa cristiana siempre hay un plato de sopa para el amigo que pasa o el necesitado que llama. ¡Revivamos estas costumbres del Evangelio!”. De esta manera se ha expresado esta tarde el papa Francisco durante la celebración de las Segundas Vísperas de la festividad de la Conversión del Apóstol Pablo en la basílica de San Pablo Extramuros.
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Con esta celebración, el Papa ha puesto fin a la 53ª Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, acompañado por representantes de otras iglesias y comunidades cristianas presentes en Roma. A todos ellos les ha lanzado una petición directa: “Juntos, sin cansarnos, seguimos orando para invocar el don de la plena unidad entre nosotros de parte de Dios”.
Un viaje ecuménico
Durante su homilía, Francisco ha recordado el viaje de San Pablo hasta Roma. “A bordo del barco que lleva a Pablo prisionero a Roma hay tres grupos diferentes. El más poderoso está formado por soldados, sometidos al centurión. Luego están los marineros. Finalmente, están los más débiles y vulnerables: los prisioneros”, ha explicado.
Y ha proseguido: “Cuando el barco encalla cerca de Malta, después de haber estado a merced de la tormenta durante varios días, los soldados planean matar a los prisioneros para asegurarse de que nadie escape, pero son detenidos por el centurión, que quiere salvar a Pablo. De hecho, a pesar de estar entre los más vulnerables, Pablo había ofrecido algo importante a sus compañeros. Mientras todos perdían toda esperanza, el Apóstol había traído un mensaje. Un ángel lo había tranquilizado: ‘No tengas miedo, Pablo: Dios quería quedarse con todos tus compañeros de navegación’ ( Hch 27,24)”.
Como ha indicado el Pontífice, “la confianza de Pablo demuestra ser fundada y al final todos los pasajeros se salvan y, una vez que llegan a Malta, experimentan la hospitalidad de los habitantes de la isla, su amabilidad y humanidad”.
Francisco ha señalado que de “esta narración de los Hechos de los Apóstoles también habla de nuestro viaje ecuménico, dirigido hacia esa unidad que Dios desea ardientemente”. Y lo ha explicado en tres puntos.
Los pobres, la salvación y la hospitalidad
En primer lugar, “nos dice que aquellos que son débiles y vulnerables, aquellos que tienen poco que ofrecer pero que encontraron su riqueza en Dios pueden dar mensajes preciosos para el bien de todos. Pienso en las comunidades cristianas: incluso las más pequeñas y menos relevantes a los ojos del mundo, si experimentan el Espíritu Santo, si viven el amor a Dios y al prójimo, tienen un mensaje que ofrecer a toda la familia cristiana”.
Y ha continuado: “Pensamos en las comunidades cristianas marginadas y perseguidas. Como en la historia del naufragio de Pablo, a menudo son los más débiles quienes llevan el mensaje más importante de salvación. Como discípulos de Jesús, debemos tener cuidado de no sentirnos atraídos por las lógicas mundanas, sino de escuchar a los pequeños y a los pobres, porque a Dios le encanta enviar sus mensajes a través de ellos, quienes más se parecen a su Hijo hecho hombre”.
En segundo lugar, ha recordado que la prioridad de Dios es la salvación de todos. “Es una invitación a no a dedicarnos exclusivamente a nuestras comunidades, sino a abrirnos al bien de todos, a la mirada universal de Dios, que se encarnó para abrazar a toda la raza humana, y murió y resucitó por la salvación de todos. Si, con su gracia, asimilamos su visión, podemos superar nuestras divisiones”.
Asimismo, ha añadido: “En el naufragio de Pablo, cada uno contribuye a la salvación de todos: el centurión toma decisiones importantes, los marineros ponen en práctica sus conocimientos y habilidades, el Apóstol alienta a los desesperados. Incluso entre los cristianos, cada comunidad tiene un regalo que ofrecer a los demás”.
En tercer lugar, el Papa se ha centrado en la hospitalidad. “Lucas, en el último capítulo de los Hechos de los Apóstoles, dice acerca de los habitantes de Malta: ‘Nos trataron con amabilidad’ (v. 2). El fuego encendido en la orilla para calentar a los náufragos es un hermoso símbolo del calor humano que inesperadamente los rodea. Incluso el gobernador de la isla demuestra ser hospitalario con Pablo, quien responde sanando a su padre (cf. vv. 7-9). Finalmente, cuando el Apóstol y los que estaban con él se fueron a Italia, los malteses les proporcionaron generosamente provisiones (v. 10)”, ha concluido.