Con el estreno de la primera película de Frozen, El reino de hielo, en 2013 –indiscutiblemente, el mayor éxito en la historia reciente de Disney–, la todopoderosa productora norteamericana volvió a mirar hacia la fe, hacia la religión, hacia el cristianismo. El “amor fraternal” no era solo el mensaje de la película de animación, según los directores Jennifer Lee y Chris Buck, sino que ese amor incondicional y sacrificado que demuestra Ana, especialmente para salvar a su hermana Elsa, tiene mucho que ver con el ejemplo de Cristo. Sin ir más lejos, un profesor de Historia de la Houston Baptist University, Collin Garbarino, llegó entonces a afirmar que era “una mejor alegoría del evangelio cristiano que El león, la bruja y el armario, de C. S. Lewis”, la segunda de Las Crónicas de Narnia.
Desde aquella atrevida reflexión –“podría ser la película más cristiana de los últimos tiempos”, afirmó–, y con el reciente estreno de la segunda de la saga, el universo Frozen se ha convertido en referente y un modelo de mostrar la visión esperanzadora de la fe y cómo inculcarla a los más jóvenes. Y ello, pese a que eliminaron cualquier contenido cristiano evidente. Que lo tiene –además–, porque está inspirado en un cuento de Hans Christian Andersen, La reina de las nieves (1845), en el que no solo se reza un Padre Nuestro, sino que el escritor danés la cierra citando el evangelio de Mateo: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
La relación entre el cristianismo y Disney ha sido siempre controvertida. Y ya en los años 90, la productora de animación recibió desde los propios Estados Unidos acusaciones de dar la espalda a los “valores familiares”, que en realidad respondía a una de las herencias del propio Walt Disney, pese a que, según el ensayista Mark Pinsky, autor de El evangelio de Disney, “era un cristiano no practicante”. Y afirma: “Cuando dirigió el estudio, los valores judeocristianos estaban implícitos en sus caricaturas. Sin embargo, su trabajo evitó en gran medida la religión en sí misma, considerando que cualquier representación explícita del cristianismo era mala para los negocios en el norte de África y Asia, donde Walt esperaba comercializar sus películas de animación. En su lugar, la magia fue el agente elegido de la intervención sobrenatural, el Deus ex machina de Disney, como en Frozen”.
Pese a ello, Pinsky cree que en Disney siempre triunfa el bien sobre el mal. Aunque desde 1990 también observa un paso atrás, un regreso al “sistema constante de valores morales y humanos” que encarnan las religiones. Cita películas como El jorobado de Notre Dame –incluida la vuelta de tuerca que da al argumento, dando su propio espacio a la fe en oposición a la obra original de Victor Hugo– y la continua referencia a religiones no cristianas en Mulan (confucianismo), Pocahontas (chamanismo), La princesa y la rana (vudú). Y, según ha escrito, en Frozen el cristianismo se manifiesta, sobre todo, en la figura de Ana, reflejo de Cristo, “persistente en tratar de redimir a su hermana mayor embrujada, a pesar del rechazo y la decepción”.