El sábado 11 de enero, en la catedral de Santiago, el administrador apostólico Celestino Aós, presidía la Eucaristía en la que asumió como arzobispo. Su antecesor, el nuncio apostólico y varios sacerdotes concelebraban con él. Al momento de distribuir la comunión, dos jóvenes, después de comulgar, depositaron en el presbiterio cartuchos vacíos de bombas lacrimógenas que habían recolectado durante las manifestaciones callejeras, fuertemente reprimidas por la policía, días antes.
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Se activó la seguridad del templo y actuaron carabineros de civil, camuflados entre la gente. Los jóvenes fueron detenidos, llevados a la Comisaría y liberados al día siguiente en la Fiscalía. En ambos lugares, estuvieron siempre acompañados por hombres y mujeres de sus comunidades parroquiales.
Emilio Jorquera tiene 21 años y estudia filosofía en la Universidad de Chile; Pablo Sepúlveda tiene 19 y estudia historia en la misma universidad. Ambos aceptaron relatar a Vida Nueva su experiencia.
Según Emilio, ese acto “consistió en ofrendar los casquillos y restos de lacrimógenas cuando nuestro maestro y salvador Jesucristo se hace presente en la Eucaristía. Con Él como testigo, le hicimos llegar a la jerarquía eclesial las armas disuasivas y letales con las cuales clavan a los nuevos cristos. Nuestro acto no fue una manifestación de la violencia, sino más bien de la fuerza excesiva que ampara el Estado e incluso que la iglesia legitima a través de su obispado castrense y de su alianza con el poder civil, dando supremacía total al orden civil (Romanos 13)”
Pregunta: ¿Qué efecto querían lograr? ¿Lo alcanzaron?
Respuesta: Queríamos manifestarnos como cristianos, ‘’hacer ruido’’ como diría el Papa Francisco. Pretendíamos que la iglesia se manifestara no tan solo por nuestro hecho, sino también en la realidad que nos vemos envueltos como país y pueblo de Dios. Regresar a entender la iglesia como el pueblo de Dios que camina por el mundo haciéndose parte de la realidad. Lamentablemente, en ese momento, nuestro pastor Aós, reaccionó con tremenda impavidez, al igual que todo el poder eclesial. Los medios recogieron el acto y no el símbolo, al igual que muchos feligreses. Pienso que conseguimos el objetivo, y de paso se nos abrieron puertas para poder manifestarnos e iniciar un movimiento que vuelque, una vez más, los ojos de la iglesia a los dolores del pueblo”.
La reacción de la Iglesia
P: ¿De dónde surgió la idea y por qué lo hicieron?
R: Surgió desde el sentimiento de pasividad de la iglesia y su nula manifestación. Fuimos al templo indolente, que ya no está entre la gente, sino con el poder. He ahí la razón de su ilegitimidad, junto a los excesos de las cuales ha sido productora. En toda la primavera de octubre (se refiere a las manifestaciones) el rol de la iglesia ha sido la ausencia. Lo hicimos como cristianos que somos, una señal y una muestra de nuestra fe. Muchos medios nos calificaron de ‘’ultraizquierdistas, anarquistas y cristofóbicos’’, pero lo hicimos por comunión con Cristo.
P: ¿Qué experimentaste con la reacción que hubo en la Catedral?
R: Decepción frente a la impavidez de Celestino y el nuncio, se quedaron mirando mientras nos detenían. Celestino tiene el poder para al menos decir ‘’detengan la ceremonia, y tráiganme a los muchachos, quiero preguntarles por qué lo hicieron’’. Nuestro acto fue pacifico, no buscamos dañar a nadie porque iría contra las enseñanzas de nuestro maestro. Decepción, frente a la cantidad de carabineros infiltrados que había dentro de la nave, portando armas, observando con recelo, sabían que haríamos algo. Nuestro acto fue considerado un ultraje, porque comulgamos. ¿Cuántos carabineros comulgaron indignamente para estar camuflados y no por recibir a Cristo? Incluso, en los videos, hay unos carabineros que están haciendo la fila (detrás de nosotros) para atraparnos y nada más, y no para comulgar, sabemos esto porque los vimos y hablamos con ellos en la comisaría.
Pablo agrega que “esto es lo que más me hizo ruido de toda la situación: carabineros estaban ahí para reprimir el sentir del pueblo católico. Además, esperábamos alguna reacción positiva por parte de nuestros obispos. Lamentablemente pareciera que se rigen más por el código que por las escrituras, ya que monseñor Roncagliolo (obispo auxiliar de Santiago), en un almuerzo al que nos citó, sólo pretendió culparnos. No de una forma inquisitorial, mas sí apelando a lo que él llama sentido común, respeto, orden público, etc.”.
P: ¿Cómo fue, Emilio, tu experiencia de detenido en la Comisaría?
R: Para ser una experiencia policial, en los tiempos de tortura que vivimos, fue buena. Sufrimos algunas burlas. En la celda, toda la comida que nos llegaba la compartimos con los otros presos. Conversamos mucho y conocimos al Cristo que muchas veces no se ve. El carabinero que detuvo a Pablo con una fuerza desmedida, provocándole heridas en la frente y mejillas, y que a mí me dio un palmetazo en la cabeza, haciéndome sangrar la nariz, luego de la detención habló conmigo y con Pablo (por separado) para pedirnos disculpas y dar razones también de su actuar. Lo perdonamos, pues fuimos detenidos como cristianos, y no como anarquistas. De eso solamente quedó un apretón de manos y no constatamos lesiones.
P: ¿Qué sigue después de ese acto, para ustedes?
R: El tiempo lo dirá, y presentará sus señales. Estamos reuniéndonos con gente y meditando. ‘’Siendo astutos como serpientes e inocentes como palomas’’ (Mt 10:16) ‘’Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles’’ (Mt 3:10)”.
Pablo quiso cerrar su intervención recordando el texto de una pancarta elevada en la misma catedral cuando Aós asumió como administrador apostólico. Decía: “Exigimos pastores, no patrones de fundo”. Un diácono permanente la arrancó de las manos de quien la exhibía.