Hay mucho más que orgullo legítimo por las propias raíces detrás de la radiante sonrisa que el papa Francisco intercambió con su prima, la hermana Ana Rosa, nada más bajar del avión que lo llevó a Tailandia. Antes incluso de saludar a las autoridades que lo esperaban, el Pontífice hizo un pequeño salto al protocolo dando a Sivori un beso rápido en la mejilla.
La religiosa salesiana –elegida personalmente por Bergoglio como intérprete en la etapa inicial de la peregrinación al continente más poblado del mundo– nació en Argentina hace 77 años y ha sido misionera durante 53 años en Tailandia, en la provincia de Udon Thani, en el noreste del país. Durante toda su vida ha sido profesora y todavía hoy trabaja en la escuela de niñas St. Mary, una de las cinco que gestiona la congregación salesiana en Tailandia.
“Tratamos de dirigir a nuestras chicas, más allá de su fe, a una vida honesta y buena. Lo que –explica– es todavía más importante en un país donde la prostitución, también en menores de edad, está muy difundida”. Cuando, en 1966, la joven monja argentina hizo las maletas para ir a la misión, nunca pudo haber imaginado lo que el futuro le reservaba, es decir, asumir durante un viaje apostólico un papel nunca antes jugado por una mujer al servicio de un Pontífice.
Atenta y presurosa, siguió a Francisco como una sombra en cada desplazamiento, en algunos casos tomando el lugar del obispo local en el automóvil papal. Y cada vez que Bergoglio quería hacer añadidos improvisados a los textos preparados, recurría a la ayuda de su intérprete en virtud de la relación personal, cercana y consolidada que la religiosa tiene con la comunidad local. La hermana Ana Rosa incluso lo regañó amablemente por visitar solo Bangkok y no “la verdadera Tailandia”.
Bergoglio tiene muy claro lo que las mujeres representan para la Iglesia. De hecho, él siempre ha enfatizado la capacidad de las mujeres para transmitir la solidaridad con ojos misericordiosos y dar un corazón a esa Iglesia acogedora con la que sueña.
Y si es a partir del realismo de la experiencia pastoral y la capacidad de escuchar al mundo contemporáneo que nacen las palabras, a menudo improvisadas, del Papa Francisco a favor de las mujeres y su papel en la Iglesia y en la sociedad, esto también se debe a los constantes intercambios de puntos de vista que en Argentina Bergoglio solía tener con amigas laicas y religiosas. En su biografía no faltan historias que se han convertido en paradigmas de reciprocidad en la relación entre el mundo femenino y el masculino.
Es el caso de la amistad con Alicia Oliveira, abogada de derechos humanos, no creyente pero muy determinada en defensa de los más pobres, que se convirtió en la primera jueza en el foro penal argentino en 1973. Tres años después, el golpe militar: exonerada de su cargo, la jovencísima Oliveira fue perseguida por la dictadura del general Videla. Su amistad con el entonces provincial de los jesuitas argentinos se remonta a ese período.
“Me convertí en una desempleada. Después de que me echaran, Bergoglio me envió un espléndido ramo de rosas. Nos veíamos dos veces a la semana. El acompañaba a los sacerdotes; estaba siempre informada gracias a él de lo que estaba sucediendo”, contó a los periodistas al día siguiente de la elección de Francisco, a la que asistió viendo la televisión en un bar de Almagro, su barrio.
Muy emocionada por el pensamiento de tener “un amigo” tan importante, le vino a la mente la boda de su hermana celebrada por Bergoglio. Y cuando ella, buscada por la policía, tuvo que esconderse y alejarse de los hijos; y cada día él la acompañaba a una entrada secundaria del Colegio del Salvador “donde mi hijo pequeño iba a la guardería, para que pudiera verlo y abrazarlo”.
También los años del pontificado de Benedicto XVI estuvieron marcados por una gran apertura hacia las mujeres. Ratzinger no solo ha hablado siempre de la necesidad de una presencia femenina en la Iglesia, sino que ha actuado en esta dirección. Es con Benedicto XVI que la presencia femenina en el Vaticano, especialmente en la Secretaría de Estado, aumentó en número y se hizo más cualificada.
Y es con él que las mujeres entraron en un ámbito hasta entonces excluido, el de la comunicación. Lo cuenta el Anuario pontificio cuando enumera los periodistas del ‘Osservatore Romano’: indicados en orden de ancianidad, después de varios nombres masculinos aparece una señora. Es Silvia Guidi, contratada en 2008: en 147 años no había sucedido nunca que el periódico de la Santa Sede tuviera una periodista. Y además, también por deseo de Benedicto XVI, por primera vez nació en el Vaticano una revista dedicada al mundo femenino, este Donne Chiesa Mondo desde el que escribimos.
Otra novedad fue la elección de Benedicto XVI de dedicar 16 catequesis de los miércoles a mujeres importantes en la Iglesia de la Edad Media y la Edad Moderna. Nunca antes un Pontífice reconoció tan explícitamente la importancia femenina. Y si en las últimas décadas se había creado la situación paradójica de religiosas y santas estudiadas con gran interés por la historiografía laica feminista, pero casi ignorada en el ámbito católico, Benedicto XVI resolvió la paradoja. Devolviendo a estas figuras el valor de su experiencia espiritual.
En este caso, se trató de aperturas como resultado de la experiencia personal. Porque una figura muy importante en la vida de Ratzinger fue su hermana mayor. Maria Theogona comienza a trabajar muy pronto. Le hubiera gustado ser maestra, pero la vida la llevará a otra parte (un poco porque para convertirse en una maestra tenía que doblegarse ante el nazismo, un poco por afecto por Joseph).
Sin embargo, las biografías oficiales solo hablan de una existencia dedicada a la gestión doméstica del hermano cardenal. Pero esta es una lectura reductiva: intelectual y soltera, después de terminar sus estudios, trabajó primero en una oficina y después de la guerra, en un bufete de abogados en Mónaco, donde vivía sola.
Más tarde, elegirá unirse a su hermano que, a pesar de la discreción que siempre lo ha caracterizado, no dejará de agradecerle. La generosidad de esta mujer fue, además, en el origen de la historia de Benedicto XVI: hace muchas décadas fue ella, gracias a su trabajo como empleada, quien pagó sus estudios, que no podían afrontar en el presupuesto familiar.
“Fui descubierto por dos mujeres“: así, después de muchos años, Karol Wojtyla contará su debut público en el mundo católico polaco. Era 1949 cuando Teresa Skawinska y Zofia Jaron, estudiantes de Cracovia, impresionadas por el vice párroco de San Floriano, de veintinueve años, le pidieron que realizara una serie de conferencias. Y aceptó. Una vez que se convirtió en Papa, ese ex párroco adjunto impresionó al mundo por su relación cálida y acogedora con las mujeres.
La amistad más fuerte y más conocida fue con Wanda Półtawska. Don Lolek pasaba con ella y su familia, fiestas y vacaciones. Como Papa, dijo que se sentía cercano a ellos “como las personas más queridas por mí” y continuó pasando con ellos los momentos más importantes de su vida, incluso privados, como la primera Navidad en Roma. Madre y médico, Wanda fue su consultora indispensable, sobre problemas de la familia y la sexualidad. “Mi querida Dusia – le escribió en 1978– has sido y sigues siendo mi experta personal en el campo de la ‘Humanae vitae’”.
No sorprende que Juan Pablo II haya sido el primer Papa en la historia que ha dedicado una carta apostólica “a la dignidad y a la vocación” de la mujer; publicada en 1988, la ‘Mulieris dignitatem’ afirma el valor de la especificidad femenina. Wojtyła llamará a la madre Teresa a hablar al Sínodo de los obispos y no es un misterio que pensara en concederle la púrpura (según algunos, se lo habría propuesto pero ella habría rechazado).
Muy estrecha también la relación con Chiara Lubich, fundadora de los focolares, que pidió y obtuvo del Papa el raro privilegio que el movimiento, compuesto por hombres y mujeres, fuera siempre guiado por una mujer.
“Somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es madre”: son estas las célebres palabras que Luciani pronunció el 10 de septiembre de 1978 durante el Ángelus, a solo dos semanas de la elección. Y no fue casualidad.
Albino Luciani nació en 1912 en una familia muy pobre: con su padre emigrado, la carga diaria era llevada por su madre, Bortola Tancon, quien había conocido a su futuro esposo, Giovanni Luciani, a los 32 años de edad. Casarse a esta edad para una mujer en la década de 1910 fue casi sorprendente.
De hecho Bortola lo era: después de asistir a la escuela primaria hasta el tercer grado, un resultado importante para una niña de origen humilde, había sido siempre económicamente independiente, trabajando primero durante mucho tiempo en Suiza como bordadora, luego en Italia como cocinera. Entonces, cuando Juan Pablo I dice que Dios es “sobre todo madre”, no querrá ratificar las posiciones feministas, sino que estará reconociendo el papel fundamental que esta mujer había jugado en su vida.