“Mis ojos han visto a tu Salvador”. Con estas palabras de Simeón en el Templo, recogidas en el Evangelio de Lucas, ha empezado el papa Francisco hoy, 1 de febrero, su homilía en la misa por la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que se celebra mañana domingo. Simeón, como ha explicado el Papa, “era un hombre sencillo”, pero fue “el único que supo reconocer”, el día de la presentación de Jesús en el Templo, “al Salvador”. Así, en un niño “pequeño y frágil”, Simeón “vio la salvación”.
“También vosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados”, ha continuado el Papa, “sois hombres y mujeres sencillos que habéis visto el tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo”. Y, por este motivo, “habéis dejado cosas preciosas, como los bienes, como formar una familia”. “¿Por qué lo habéis hecho?”, se ha preguntado Francisco, “porque os habéis enamorado de Jesús, habéis visto todo en Él y, cautivados por su mirada, habéis dejado lo demás”, y la vida consagrada es “acoger el don del Señor con los brazos abiertos, como hizo Simeón”. “Queridos hermanos y hermanas, no hemos merecido la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido”, ha subrayado el Papa.
Francisco ha recordado a los religiosos y religiosas que, cada noche, repiten las palabras “mis ojos han visto a tu Salvador” en la oración de las Completas. “Con ellas concluimos la jornada diciendo: ‘Señor, mi Salvador eres Tú, mis manos no están vacías, sino llenas de tu gracia”. Y, precisamente, el punto de partida “es saber ver la gracia”. “Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en las debilidades, en las miserias”, ha añadido.
Empezar en las comunidades
“El tentador, el diablo insiste precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías”, ha señalado. “Nosotros vemos que eso, en parte, es verdad, y vamos detrás de pensamientos y sentimientos que nos desorientan, y corremos el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de Dios”. Pero “Dios siempre nos ama y se nos da, incluso en nuestras miserias”, y, por eso, “quien sabe ver ante todo la gracia de Dios descubre el antídoto contra la desconfianza y la mirada mundana”.
Francisco ha recordado que cuando la vida consagrada “no gira en torno a la gracia de Dios”, acaba por “replegarse en el yo”, perdiendo “impulso, acomodándose y quedándose estancada”. Sin embargo, si es capaz de “conservarse en el amor del Señor, ve la belleza”. Ve, además, “que la pobreza no es un esfuerzo titánico, sino una libertad superior”, que la “la castidad no es una esterilidad austera, sino el camino para amar sin poseer” y ve, por último, “que la obediencia no es disciplina, sino la victoria sobre nuestra anarquía, al estilo de Jesús”.
Al igual que Simeón vio a Jesús pequeño, humilde, que ha venido para servir y no para ser servido, el papa ha apuntado que “quien tiene la mirada en Jesús aprende a vivir para servir”. Por ello, “no espera que comiencen los demás, sino que sale a buscar al prójimo, como Simeón que buscaba a Jesús en el templo”. De esta manera, en la vida consagrada, “¿dónde se encuentra al prójimo? En primer lugar, en la propia comunidad”, porque es allí, en el lugar donde se vive, “donde se comienza a poner en práctica la caridad”.
“Mis ojos han visto a tu Salvador”, ha recordado el Papa. Los de Simeón “eran ojos envejecidos, pero encendidos de esperanza” y, por ello, “la mirada de los consagrados no puede ser más que una mirada de esperanza, saber esperar”. Si bien Francisco ha señalado que “mirando alrededor, es fácil perder la esperanza” porque “las cosas que no van” y las vocaciones disminuyen, ha advertido que luchen contra esta “mirada mundana que anula la esperanza”. “Pidamos una mirada nueva, que sabe ver la gracia, que sabe buscar al prójimo, que sabe esperar. Entonces, también nuestros ojos verán al Salvador”.