Reportajes

¡Hay una monja quemada en tu comunidad!





El ‘burnout’ –síndrome del desgaste– aterriza en la Vida Religiosa femenina. El estrés y el agotamiento crece entre las religiosas. Por ello, la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) ha creado una comisión de estudio para los próximos tres años con el objetivo de tratar este tema desconocido hasta que el propio Vaticano, a través del suplemento femenino de L’Osservatore Romano –Donne Chiesa Mondo–, lo hiciera público a finales de enero.



¿Cómo saber que una monja es víctima de ‘burnout’? “Ocurre cuando el clima cotidiano es estresante y no hay espacios de oxígeno; cuando se empobrecen las referencias que hay en la comunidad; cuando no se encuentran espacios de calidad para compartir, para reavivar el sentido de la vida en misión y no perder la conexión consigo misma, con los demás y con Dios”, explica Cova Orejas, vedruna y miembro de Ruaj, desde la experiencia de acompañamiento del equipo.

Esta situación genera un “gran desgaste físico, psíquico, espiritual e incluso contextual. Genera sinsabor, desinterés, desgana hacia la gente, ansiedad, depresión, estrés… Además, una misma es incapaz de reconocerse tal y como se ve. Si a esto añadimos que se arrastran situaciones traumáticas no suficientemente sanadas, se agudiza aún más la situación”.

Reflexiones abiertas

En torno a esta cuestión, religiosas de diferentes institutos, realidades y edades –no necesariamente “quemadas”– reflexionan en un encuentro con Vida Nueva.

“Hay personas que viven un estrés impresionante desde hace mucho tiempo, por eso, me parece un poco tarde que se haya caído ahora en la cuenta. Y mucho peor, esperar tres años de estudio de una comisión para poner nombre al problema y actuar”, afirma, en un primer análisis, la Hija de la Virgen de los Dolores Mamen Álvarez. En el mismo punto cae la concepcionista Ana Rosa Gordo y la misionera claretiana Rosa Ruiz.

¿Tres años? Eso forma parte del síndrome. No podemos vivir con estas estructuras a estos ritmos”, apunta Ruiz. Para ella, en la Vida Religiosa llega un momento en el que te acomodas y te integras o hay un desajuste. “Es entonces cuando te preguntas: ¿entré para ser claretiana?”. Y se responde: “No, yo soy claretiana para seguir a Jesús. ¿Puedo seguir a Jesús siendo claretiana hoy en esta estructura?”.

Comunidades con ritmos distintos

Casualidad o no, las tres religiosas –todas ellas de mediana edad– coinciden en que el problema en la Vida Religiosa femenina no es un síndrome tanto de desgaste profesional como vital. “La actividad no te quema, te puede cansar, pero puedes irte feliz a dormir si encuentras una comunidad que te acoge, que te acompaña, que reconoce en tu persona a la propia comunidad que es enviada. Lo que quema es que, después de dar la vida, se te pueda llegar a cuestionar”, indica Ana Rosa.

A mí lo que me sana es volver a Jesús cuando vienen tensiones o conflictos. Eso me ayuda a no quemarme. Yo sigo a Jesús y mi referente es él. ¿Cómo pretendo que entiendan todo lo que hago si a él no le entendieron? Eso no me puede condicionar. Yo tengo que seguir haciendo opciones de libertad”, agrega. Y añade Ruiz: “¿Es normal que tengamos que hacer artículos justificando que una religiosa tenga que tener espacios de ocio?”.

Multiplicidad de oficios

Recoge el guante Álvarez, que con la gracia que le caracteriza, se pregunta: “Primero, ¿cuál es nuestra profesión?”. “Tenemos una multiplicidad de oficios y tareas que nos tienen súper ocupadas, súper dispersas; tareas que impiden muchas veces nuestra unidad interior para seguir a Cristo, que es para lo que hemos profesado; no lo hemos hecho para ser administradoras, ni porteras…”, responde dejando claro que de síndrome del desgaste profesional, nada.

Ella espera de una comunidad que sea un espacio “humano” y “sanador”, “como gracias a Dios es la mía”. ¿Lo son todas? Y lo ejemplifica: “Tienes 40 y tantos años, llevas 20 horas dando clase y corrigiendo exámenes, lo que ha provocado que lleves tres días sin acudir a la oración comunitaria. Además, tienes el grupo de confirmación y tienes que sustituir a otra profesora que se ha puesto enferma. Y cuando llegas a tu comunidad, encuentras un reproche… Eso es lo que hace que digas: me voy. Porque lo que quema no es mi profesión ni las múltiples tareas, sino que donde las heridas y la dispersión de mi día a día deben verse entendidas y sanadas, yo no encuentre un bálsamo”.

Frustración

Cuesta reconocer que ya no puedo más, porque estoy enviada por la congregación. Y nos encontramos a muchas personas sobrepasadas”, señala Ana Madueño, Hermana de la Consolación. Sin embargo, considera que “ponerle nombre a esta realidad significa reconocer en nosotras dinámicas que vive cualquier otra persona, por lo que me alegra que se normalice”.

Ella tiene claro que la vida en comunidad, debido al choque generacional, puede ser hoy más complicada que antaño, cuando todas las hermanas eran de la misma quinta. “Puedes tener un día malo y llegar a casa y pensar que nadie te va a entender, entonces te lo tragas y eso te genera una frustración”, lo que puede desencadenar en el denominado burnout. Es más, la joven religiosa apunta a otro problema, el del enganche al trabajo, al poder convertirse en “una vía de escape”. “¿Me voy al despacho del colegio, puerta con puerta con la comunidad, para huir?”, se pregunta esta religiosa treintañera.

Estresadas y malhumoradas

“No nos entreguemos tanto si luego vamos a estar insoportables”. Es el consejo de la jesuitina María Luisa Berzosa. “Vengo escuchando a religiosas más jóvenes que viven asfixiadas por la tarea apostólica y por el exceso de actos en las comunidades, porque siempre tenemos que decir sí”, explica desde su visión como acompañante.

“A la misión apostólica, que es intensa, se une que hay mucha exigencia comunitaria, y se les acaba el aire, porque no se puede estar en todo”, añade para a renglón seguido preguntarse: “¿Por qué tenemos tantos actos en común? ¿Por qué no menos y con más sentido?”. “Son opciones que hay que hacer, porque no somos robots”, explica.

“No me sorprende que haya monjas quemadas. Es una realidad que, casi por educación, la Vida Religiosa femenina es multitarea”, interviene Carmen Soto, Sierva de San José. El problema, para ella, es que no se le ha dado el nombre adecuado. “Esos momentos de cansancio y desesperanza siempre se han visto como una crisis vocacional, y no es así”, apunta. De hecho, sostiene que este desgaste lo ha vivido incluso en hermanas de congregación.

En su opinión, la estructura de las comunidades “no ayuda” y son, en ocasiones, foco de “desgaste emocional”. “Se nos exige una forma de vida de ancianos, pero hay hermanas jóvenes que llevamos otros ritmos”, sostiene.

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