Francisco articula su esperada exhortación postsinodal ‘Querida Amazonía’ en torno a cuatro ejes que, en realidad, son cuatro “sueños”. El primero, el “sueño social”, comprende del punto 8 al 27. Y en ellos, sin andarse por las ramas, va a lo esencial: “Nuestro sueño es el de una Amazonía que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un ‘buen vivir’”.
Para ello, se necesitan “un grito profético y una ardua tarea por los más pobres”, pues esta región sufre “un desastre ecológico” que, en buena parte, nace de “la injusticia y el crimen”. Y es que, como recupera del ‘Instrumentum laboris’, “no nos sirve un conservacionismo que se preocupa del bioma pero ignora a los pueblos amazónicos”.
“Los intereses colonizadores –prosigue Bergoglio– que expandieron y expanden (legal e ilegalmente) la extracción de madera y la minería, y que han ido expulsando y acorralando a los pueblos indígenas, ribereños y afrodescendientes, provocan un clamor que grita al cielo”. Momento este en el que el Papa aprovecha para citar unos bellos versos de ‘Timareo’, un poema de Ana Varela Tafur: “Son muchos los árboles / donde habitó la tortura / y bastos los bosques / comprados entre mil muerte”. A los que acompañan otros de Jorge Vega Márquez, en ‘Amazonía solitaria’: “Los madereros tienen parlamentarios / y nuestra Amazonía ni quién la defienda (…). / Exilian a los loros y a los monos (…) Ya no será igual la cosecha de la castaña”.
Una consecuencia de este drama han sido “los movimientos migratorios más recientes de los indígenas hacia las periferias de las ciudades”. Pero “allí no encuentran una real liberación de sus dramas, sino las peores formas de esclavitud, de sometimiento y miseria. En estas ciudades, caracterizadas por una gran desigualdad, donde hoy habita la mayor parte de la población de la Amazonía, crecen también la xenofobia, la explotación sexual y el tráfico de personas. Por eso el grito de la Amazonía no brota solamente del corazón de las selvas, sino también desde el interior de sus ciudades”.
Partiendo de una cita de Benedicto XVI donde clama por “la devastación ambiental de la Amazonía y las amenazas a la dignidad humana de sus poblaciones”, Francisco lamenta que, “desde las últimas décadas del siglo pasado, la Amazonía se presentó como un enorme vacío que debe ocuparse, como una riqueza en bruto que debe desarrollarse, como una inmensidad salvaje que debe ser domesticada. Todo esto con una mirada que no reconoce los derechos de los pueblos originarios o sencillamente los ignora, como si no existieran o como si esas tierras que ellos habitan no les pertenecieran. (…) Se los consideraba más como un obstáculo del cual librarse”.
El Pontífice hila fino cuando recalca que “este avasallamiento” no ha venido “solo desde afuera de los países”. De hecho, “también poderes locales, con la excusa del desarrollo, participaron de alianzas con el objetivo de arrasar la selva (con las formas de vida que alberga) de manera impune y sin límites”. Así, “la disparidad de poder es enorme, los débiles no tienen recursos para defenderse, mientras el ganador sigue llevándoselo todo”.
Una realidad de “injusticia y crimen” que se da en numerosas situaciones… “Cuando algunas empresas sedientas de rédito fácil se apropian de los territorios y llegan a privatizar hasta el agua potable, o cuando las autoridades dan vía libre a las madereras, a proyectos mineros o petroleros y a otras actividades que arrasan las selvas y contaminan el ambiente, se transforman indebidamente las relaciones económicas y se convierten en un instrumento que mata”.
Y es que, por si fuera poco, las élites corruptas silencian la respuestas de los pobladores originarios: “Se suele acudir a recursos alejados de toda ética, como penalizar las protestas e incluso quitar la vida a los indígenas que se oponen a los proyectos, provocar intencionalmente incendios forestales, o sobornar a políticos y a los mismos indígenas. Esto viene acompañado de graves violaciones de los derechos humanos y de nuevas esclavitudes que afectan especialmente a las mujeres, de la peste del narcotráfico que pretende someter a los indígenas, o de la trata de personas que se aprovecha de quienes fueron expulsados de su contexto cultural”. Una “globalización” que deviene en “un nuevo colonialismo”.
“Es necesario indignarse –reivindica el Papa–, como se indignaba Moisés (cf. Ex 11,8), como se indignaba Jesús (cf. Mc 3,5), como Dios se indigna ante la injusticia (cf. Am 2,4-8; 5,7-12; Sal 106,40). No es sano que nos habituemos al mal, no nos hace bien permitir que nos anestesien la conciencia social. (…) Las historias de injusticia y crueldad ocurridas en la Amazonía aun durante el siglo pasado deberían provocar un profundo rechazo, pero, al mismo tiempo, tendrían que volvernos más sensibles para reconocer formas también actuales de explotación humana, de atropello y de muerte”.
Frente a esta “sana indignación”, la respuesta en forma de esperanza: “Siempre es posible superar las diversas mentalidades de colonización para construir redes de solidaridad y desarrollo. (…) Se pueden buscar alternativas de ganadería y agricultura sostenibles, de energías que no contaminen, de fuentes dignas de trabajo que no impliquen la destrucción del medioambiente y de las culturas. Al mismo tiempo, hace falta asegurar para los indígenas y los más pobres una educación adaptada que desarrolle sus capacidades y los empodere. Precisamente en estos objetivos se juegan la verdadera astucia y la genuina capacidad de los políticos. No será para devolver a los muertos la vida que se les negó, ni siquiera para compensar a los sobrevivientes de aquellas masacres, sino al menos para ser hoy realmente humanos”.
En cuanto a la Iglesia, siguiendo la estela de los misioneros que apoyaron desde el principio los derechos de los indígenas, esta “no puede estar menos comprometida, y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos”. “Al mismo tiempo –matiza, acudiendo a su discurso en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, en 2015 en Bolivia–, ya que no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más ‘pido humildemente perdón, no solo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América’ y por los atroces crímenes que siguieron a través de toda la historia de la Amazonía”.
En medio de un ambiente de corrupción generalizada, “no podemos excluir que miembros de la Iglesia hayan sido parte de las redes de corrupción, a veces hasta el punto de aceptar guardar silencio a cambio de ayudas económicas para las obras eclesiales”.
El único cambio posible, concluye Bergloglio este apartado, llegará desde el “diálogo social”, donde “deberíamos hacerlo ante todo con los últimos. Ellos no son un interlocutor cualquiera a quien hay que convencer, ni siquiera son uno más sentado en una mesa de pares. Ellos son los principales interlocutores, de los cuales, ante todo, tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas”.