Como el buen aficionado a la literatura que es, Jorge Mario Bergoglio llena el texto de su exhortación ‘Querida Amazonía’, publicada este 12 de febrero, de numerosas citas a escritores, tanto conocidos mundialmente como referentes en el ámbito amazónico.



Lo primero que recoge el Papa son unos bellos versos de ‘Timareo’, un poema de Ana Varela Tafur: “Son muchos los árboles / donde habitó la tortura / y bastos los bosques / comprados entre mil muertes”. A los que, seguidamente, acompañan otros de Jorge Vega Márquez, en ‘Amazonía solitaria’: “Los madereros tienen parlamentarios / y nuestra Amazonía ni quién la defienda (…). / Exilian a los loros y a los monos. (…) Ya no será igual la cosecha de la castaña”.

Aquel lucero se aproxima

También tiene su espacio Yana Lucila Lema, con ‘Tamyahuan Shamakupani’ (‘Con la lluvia estoy viviendo’): “Aquel lucero se aproxima. / Aletean los colibríes. / Más que la cascada truena mi corazón. / Con esos tus labios regaré la tierra, / que en nosotros juegue el viento”.

Juan Carlos Galeano, en ‘Paisajes’, nos regala uno de los momentos más evocadores del texto papal: “Una vez había un paisaje que salía con su río, / sus animales, sus nubes y sus árboles. / Pero a veces, cuando no se veía por ningún lado / el paisaje con su río y sus árboles, / a las cosas les tocaba salir en la mente de un muchacho”.

Del río haz tu sangre

Lo mismo que con Javier Yglesias en ‘Llamado’: “Del río haz tu sangre (…). / Luego plántate, / germina y crece, / que tu raíz / se aferre a la tierra / por siempre jamás. / Y por último / sé canoa, / bote, balsa, / pate, tinaja, / tambo y hombre”.

De Mario Vargas Llosa recupera Francisco parte de su prólogo en ‘El Hablador’, cuando reivindica la transmisión oral de los valores identitarios por parte de los mayores, recordando a “esos primitivos habladores que recorrían los bosques llevando historias de aldea en aldea, manteniendo viva a una comunidad a la que, sin el cordón umbilical de esas historias, la distancia y la incomunicación hubieran fragmentado y disuelto”.

Las últimas ráfagas del este

A continuación, acude el Santo Padre a Euclides da Cunha, en ‘Los Sertones’: “Allí, en la plenitud de los estíos ardientes, cuando se diluyen, muertas en los aires inmóviles, las últimas ráfagas del este, el termómetro está substituido por el higrómetro en la definición del clima. Las existencias derivan de una alternativa dolorosa de bajantes y crecientes de los grandes ríos. Estos se elevan siempre de una manera asombrosa. El Amazonas, repleto, sale de su lecho, levanta en pocos días el nivel de sus aguas”.

“La creciente –continúa Euclides da Cunha– es una parada en la vida. Preso entre las mallas de los igarapíes, el hombre aguarda entonces, con raro estoicismo ante la fatalidad irrefrenable, el término de aquel invierno paradójico, de temperaturas elevadas. La bajante es el verano. Es la resurrección de la actividad rudimentaria de los que por allí se agitan, de la única forma de vida compatible con la naturaleza que se extrema en manifestaciones dispares, tornando imposible la continuación de cualquier esfuerzo”.

Te caen ríos como aves

Tras él, llega el turno de Pablo Neruda en ‘Amazonas’: “Amazonas, / capital de las sílabas del agua, / padre patriarca, eres / la eternidad secreta / de las fecundaciones, / te caen ríos como aves…”.

Amadeu Thiago de Mello se hace presente en la exhortación con ‘Amazonas, patria da agua’: “De la altura extrema de la cordillera, donde las nieves son eternas, el agua se desprende y traza un esbozo trémulo en la piel antigua de la piedra: el Amazonas acaba de nacer. Nace a cada instante. Desciende lenta, sinuosa luz, para crecer en la tierra. Espantando verdes, inventa su camino y se acrecienta. Aguas subterráneas afloran para abrazarse con el agua que desciende de Los Andes. De la barriga de las nubes blanquísimas, tocadas por el viento, cae el agua celeste. Reunidas avanzan, multiplicadas en infinitos caminos, bañando la inmensa planicie”.

Selva compacta y atolondrante

“Es la Gran Amazonía –prosigue De Mello–, toda en el trópico húmedo, con su selva compacta y atolondrante, donde todavía palpita, intocada y en vastos lugares jamás sorprendida por el hombre, la vida que se fue urdiendo en las intimidades del agua (…). Desde que el hombre la habita, se yergue de las profundidades de sus aguas, y se escurre de los altos centros de su selva un terrible temor: de que esa vida esté, despacito, tomando el rumbo del fin”.

Vinicius de Moraes, en ‘Para vivir un gran amor’, narra que “el mundo sufre de la transformación de los pies en caucho, de las piernas en cuero, del cuerpo en paño y de la cabeza en acero (…). El mundo sufre la transformación de la pala en fusil, del arado en tanque de guerra, de la imagen del sembrador que siembra en la del autómata con su lanzallamas, de cuya sementera brotan desiertos. Solo la poesía, con la humildad de su voz, podrá salvar a este mundo”.

Una vena delgadita

Vuelve el Papa a Juan Carlos Galeano, ahora en su poema ‘Los que creyeron’: “Los que creyeron que el río era un lazo para jugar se equivocaron. / El río es una vena delgadita en la cara de la tierra. (…) / El río es una cuerda de donde se agarran los animales y los árboles. / Si lo jalan muy duro, el río podría reventarse. / Podría reventarse y lavarnos la cara con el agua y con la sangre”.

Muy honda es la frase que extrae el Pontífice de Sui Yun en ‘Cantos para el mendigo y el rey’: “Recostados a la sombra de un viejo eucalipto, nuestra plegaria de luz se sumerge en el canto del follaje eterno”.

Flotan sombras de mí

Bergoglio cierra las citas literarias (hasta 12) con nuestro Pedro Casaldáliga, quien ha dedicado su vida a encarnarse en la Amazonía brasileña, eleva su canto a lo alto en ‘Carta de navegar (Por el Tocantins amazónico)’: “Flotan sombras de mí, / maderas muertas. / Pero la estrella nace sin reproche / sobre las manos de este niño, expertas, / que conquistan las aguas y la noche. / Me ha de bastar saber que Tú me sabes / entero, desde antes de mis días”.

Compartir
Noticias relacionadas










El Podcast de Vida Nueva