“¿Se ha muerto el Papa?”, bromeaba un colega anglosajón al entrar, el 12 de febrero, en la Sala de Prensa de la Santa Sede. La afluencia de informadores era solo comparable a la de los momentos más álgidos en la reciente historia de la Iglesia. Habíamos sido convocados a la presentación de la exhortación apostólica ‘Querida Amazonía’, posterior al Sínodo de los Obispos celebrado en Roma del 3 al 27 de octubre del 2019.
Los vaticanistas habíamos recibido a primeras horas de la mañana el texto de la exhortación (de unas 40 páginas). Es la más breve de todas la exhortaciones apostólicas publicadas en este pontificado. Francisco ha cumplido su promesa de terminarla antes de finales del año pasado; como ha sabido Vida Nueva, el Papa entregó su texto definitivo el 29 de diciembre. Luego, ha sido necesario traducirla a seis lenguas y hacerla imprimir.
Como era de suponer, o temer, la atención de los informadores se centraba en la cuestión de si Bergoglio iba a aceptar o rechazar la petición sinodal de autorizar, para la región amazónica, la ordenación como sacerdotes de hombres casados de probada virtud y ejemplar vida familiar. Como se recordará, en el número 111 del ‘Documento final’ del Sínodo se exponía esta posibilidad. Era una propuesta valiente y justificada por la excepcional escasez de clero, que impide a numerosas comunidades amazónicas frecuentar la Eucaristía y otros sacramentos.
En el capítulo cuarto de la exhortación, titulado ‘Un sueño eclesial’, el Santo Padre aborda la espinosa cuestión reconociendo que “es urgente evitar que los pueblos amazónicos estén privados de ese alimento de vida nueva y del sacramento del perdón”. Para muchos, una posible solución a este drama sería la ordenación de los llamados ‘viri probati’. Pues bien, el Santo Padre no la anuncia, tampoco la rechaza; más bien, evita abordarla y, en cambio, propone exhortar a los obispos, especialmente a los de América Latina, a que promuevan la oración por las vocaciones sacerdotales, a ser generosos orientando a los que muestran vocación misionera para que opten por la región amazónica y, finalmente, a que revisen la formación de los presbíteros “para que adquieran las actitudes y capacidades que requiere el diálogo con las culturas amazónicas”.
Comprendo que caben interpretaciones diversas a este silencio. En un diálogo que mantuvo el 11 de febrero con un grupo de obispos norteamericanos en visita ‘ad limina’, Bergoglio se permitió alguna confidencia, anunciándoles que, por el momento, no creía en la solución de la ordenación de hombres casados. Según el arzobispo de Santa Fe –informa la Catholic News Agency–, el Papa les dijo: “Este punto no era realmente importante. No pienso que este tema sea uno en el que nos vamos a mover porque no he sentido que el Espíritu Santo esté trabajando en ello justamente ahora”.
Un segundo capítulo que ha provocado más de una decepción es el referente a la mujer y a su papel en la región de la Amazonía. Se había especulado con su aceptación en los ministerios ordenados, llegando incluso a plantear la ordenación diaconal, aun a sabiendas de que está en curso desde hace dos años una comisión especial sobre las “diaconisas”, que preside el cardenal Ladaria. En el ‘Documento final’ del Sínodo se pedía que las mujeres puedan recibir los ministerios de lectorado y el acolitado, entre otros a ser desarrollados (n. 103), además de que “sea creado el ministerio de la mujer dirigente de la comunidad. Reconocemos la ministerialidad que Jesús reservó para las mujeres” (n. 102).
En la exhortación, el Papa desarrolla el tema de “la fuerza y el don de las mujeres”. Comienza afirmando que, “durante siglos, las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe”. A renglón seguido, se advierte contra el peligro de reducir la Iglesia a estructuras funcionales: “Ese reduccionismo nos llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia solo si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero esa mirada nos orientaría a clericalizar a las mujeres”.
Otro terreno, pues, en que no anuncia decisiones de ningún tipo y deja el desarrollo de estas ideas al “camino sinodal” que no termina ni con el ‘Documento final’ ni con la publicación de la exhortación papal.
Estamos ante un documento muy hermoso que comienza formulando cuatro sueños: una Amazonía que luche por los derechos de los más pobres, que preserve esa riqueza cultural que la destaca, que custodie celosamente su abrumadora hermosura natural, con unas comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonía.
Concluida la lectura de ‘Querida Amazonía’, la considero una carta de amor a esa región del mundo y a quienes la pueblan, tantas veces ultrajados, expoliados, torturados o asesinados por empresarios y políticos sin escrúpulos. Es un aldabonazo a la conciencia del mundo para que la reconozca como un misterio sagrado que sería suicida dejar sucumbir.