Cultura

El Vaticano se reconcilia con Fellini





En La dolce vita, un Crucificado sobrevuela Roma colgado en un helicóptero. La escena, 70 años después, y a un siglo del nacimiento de Federico Fellini (enero 1920-octubre 1993 ), encuentra un nuevo sentido, o recupera el que siempre quiso darle el director italiano, uno de los genios del séptimo arte. Es decir, si ese Cristo, el Cristo en el que creía Fellini, huía despavorido ante la deriva del mundo o, realmente, debería intentar estar en todos los sitios.



El Vaticano ha aprovechado la efeméride para reconciliarse con el cineasta. Y, más allá de su fe, con la “religiosidad presente en sus películas”. Una iniciativa de la Pontificia Universidad Salesiana, el Instituto de Ciencias Religiosas Alberto Marvelli y el Centro Cultural Pablo VI de Rímini, que parte de la confesión de Fellini a los micrófonos de Sergio Zavoli: “Necesito creer”.

Condena por blasfema

Porque Fellini no es que no creyera, sino que la condena del Vaticano de La dolce vita (1960) por “decadente y blasfema”, la feroz crítica del L’Osservatore Romano y la censura del Centro Católico Cinematográfico, que la etiquetó de escluso per tutti –excluido para todos–, le alejó del seno de la Iglesia. Al fin y al cabo, La dolce vita, según Fellini, no era más que el retrato del Apocalipsis, el anuncio del derrumbe social y moral que hacía un cineasta católico.

“Un análisis cuidadoso de su cinematografía puede denotar, en primer lugar, una profunda investigación sobre el misterio y la frecuencia de temas religiosos y espirituales muy evidentes, especialmente en lo que se reconoce como la tríada de la gracia de la redención, que son las tres películas La strada, Il bidone y Las noches de Cabiria, donde el sentido de Dios, de su presencia, de su perdón y del cambio son muy fuertes”, afirma Renato Butera, profesor de Historia del Cine en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Pontificia Universidad Salesiana.

“Necesito creer”

“Lo mismo sucede con La dolce vita, que es lo que provocó este incidente, que puso a los críticos católicos de la época –continúa Butera– en la imposibilidad de captar plenamente lo que otros católicos, como el padre Arpa, como el padre Fantuzzi, como el padre Taddei, habían captado: es decir, el sentido de la vida tan perturbado entre este ir hacia el «sentido de la nada» y, en cambio, la necesidad de algo más profundo en la sociedad burguesa y noble de una Roma que ya estaba cambiando en aquel momento, traspasada o empujada por el boom económico”.

De ahí el proyecto que impulsa, entre otros, el propio Butera, denominado “Necesito creer. Federico Fellini y lo sagrado”, que contiene diversas iniciativas que en Rímini –la ciudad de la Emilia-Romaña donde nació y donde está enterrado desde su fallecimiento en 1993, junto a su inseparable Giuletta Masina–, y también en Roma, profundizan en la fe de Fellini con jornadas, conferencias y una exposición sobre la imaginería de sus filmes. Conmemoración a la que se han sumado dos encuentros impulsados por el Consejo Pontificio de la Cultura, que preside el cardenal Gianfranco Ravasi.

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