Entrevistas

Sebastià Taltavull: “Veo desánimo dentro y fuera de la Iglesia”

  • El obispo de Mallorca publica una completa hoja de ruta pastoral “para animar la vida cristiana de hoy”
  • “Es una propuesta que incluye el diálogo, la interacción, la escucha y comprensión mutua”, señala
  • El prelado reivindica “un nuevo estilo que ponga en evidencia una pastoral de la proximidad”





“Un intento de animar a vivir hoy la vida cristiana y hacer desaparecer todo síntoma de desánimo”. Ese es el espíritu que atraviesa los 20 capítulos y más de 300 páginas de la primera carta pastoral de Sebastiá Taltavull como obispo de Mallorca. Algunos pensarán que ya tocaba, dos años y un mes después de tomar posesión de la sede balear, pero ‘Bautizados, confirmados, enviados’, que así se titula el documento, es una completa hoja de ruta pastoral con muchas intuiciones de cara al futuro y que escapa de la autocomplacencia. En la senda sinodal del papa Francisco, ofrece novedosas líneas de trabajo para que vuelvan a revitalizar y entusiasmar.



PREGUNTA.- Son reflexiones y propuestas contra el desánimo. ¿Contra el dentro, el de fuera o contra ambos?

RESPUESTA.- La carta pastoral es un intento de animar a vivir hoy la vida cristiana y hacer desaparecer todo síntoma de desánimo. Por ello es una propuesta que incluye el diálogo, la interacción, la escucha y comprensión mutua. Estoy convencido que con el Evangelio tenemos el mejor mensaje que se puede comunicar y vivir, ya que la persona de Jesús y el marco de la comunidad cristiana en la que se encarna lo hacen posible.

Desde la humildad, con esta Carta quiero decir una palabra de ánimo a la comunidad cristiana de Mallorca y a la comunidad humana en la que está inserta en unos momentos en los que necesitamos referentes fiables, orientaciones que llenen de sentido, de gozo y felicidad nuestras vidas, propuestas nacidas de los derechos humanos y de tantas urgencias para que entre todos construyamos una sociedad justa e igualitaria, respetuosa con las personas y con el medio natural en el que viven.

Veo desánimo dentro y fuera de la Iglesia, ya que no llegamos a conseguir aquello que puede llenarnos del todo en todos los sentidos, ya que la búsqueda no va dirigida a lo esencial, sino que cede con facilidad a lo superfluo y a la inmediatez. El ánimo nace del interior de cada uno, de una espiritualidad bien fundamentada en el Dios que es amor y en su realización práctica en la construcción de la fraternidad humana. En esto la Iglesia tiene que jugárselo todo. En este sentido, la carta quiere ser una ayuda, un buen acompañante en el camino.

P.- ¿Qué cosas habría que cambiar dentro? ¿Y fuera?

R.- El Concilio Vaticano II nos abrió los ojos y el corazón a un nuevo estilo de Iglesia muy deseado en aquel momento. Proponía muchos cambios estructurales, pero sobre todo hacía una llamada a la conversión personal y pastoral. A lo largo de más de cincuenta años hemos experimentado también los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo cuando hemos compartido con nuestros conciudadanos su vida, sus anhelos, sus luchas, sus temores. Con el Concilio aprendimos a caminar con la humanidad y nos sentimos parte viva de ella. Creo que hay que cambiar toda una mentalidad que aún piensa en una Iglesia unida al poder, que busca privilegios y quiere mantener unas formas del pasado que desdicen de su misión, que es la de servir y dar la vida como Jesús.

Las bienaventuranzas como brújula

P.- ¿Y cómo ayudar a que esos cambios se produzcan también fuera, en el conjunto de la sociedad?

R.- En la Carta pastoral hago propuestas muy concretas para vivir una vida cristiana atractiva y creíble desde el Evangelio, que opta por la sencillez y conoce y vive las prioridades del Evangelio, los auténticos valores que Jesús proclama en las bienaventuranzas y en las obras de misericordia. Los cambios que realicemos dentro de la Iglesia tienen forzosamente su repercusión fuera, ya que el modelo de convivencia y las actitudes que pide el hecho de ser una fraternidad se transfieren espontáneamente a las relaciones entre las personas que tejen la convivencia humana. Las imágenes de la sal, la luz y la levadura con las que Jesús nos identifica hablan por sí solas: la sal ha de dar buen sabor, la luz ha de iluminar y la levadura ha de hacer que toda la masa fermente. Éste es nuestro trabajo diario.

P.- ¿Cuáles de las propuestas ‘ad intra’ son más urgentes?

R.- Si hemos de poner un cierto orden y como señalo en la Carta pastoral, ya empezaría por un esfuerzo personal para ir a lo esencial del Evangelio. Con ello podemos entendernos con cualquier persona, incluso podemos animarla a vivir el gozo del Evangelio cuando ha sido una realidad el encuentro con Jesús. Ello conlleva lo que el papa Francisco dice con tanta insistencia: ser una Iglesia en salida, capaz de renunciar a toda comodidad y autorreferencialidad.

La Iglesia no existe para sí misma, sino para el mundo y para su propia transformación según Jesús y el Evangelio. Por ello, es tan importante la comunicación que se lleva a cabo a través de la homilía, la predicación y la presencia en los medios de comunicación social, como en tantas ocasiones de encuentro en torno a la Palabra de Dios, las celebraciones de la fe y todas las acciones como compromiso de caridad y solidaridad con los más pobres.

Y, unido a todo ello, cualquier gesto de cercanía, de presencia que interpela, de ayuda gratuita, de servicio incondicional, de disponibilidad para hacer el bien mediante el buen trato y la sensibilidad por crear vínculos de amistad, de igualdad, de unidad. Solo una Iglesia en salida puede ayudar a que muchos descubran o redescubran su entrada en la comunidad cristiana y su participación activa y corresponsable.

P.- ¿Tiene algo que aprender en estos momentos la Iglesia de los que se han ido o de los que nunca han estado dentro?

R.- Lo primero que hemos de aprender es cómo acercarnos a ellos, si es que aún no lo hemos hecho. ¿Quién ha vivido en carne propia la tristeza de ver como muchas personas se han ido casi sin darnos cuenta? ¿Quién se les ha acercado, visitado o incluso acompañado, preguntándoles qué les ha pasado y poniéndose a su lado para proponerles de nuevo su incorporación? ¿Quién ha hecho el esfuerzo de comprender sus razones y levantarles el ánimo?

Quizá su marcha ha venido provocada por unos cristianos que no se han puesto a su nivel, o han padecido actitudes prepotentes y nadie les ha dado una mano ni han encontrado un gesto de comprensión. Tenemos una enorme responsabilidad hacia todas estas personas, muchas de las cuales lo habrán padecido, y también hacia aquellos y aquellas que nunca se han considerado estar dentro.

Hacia ellos y ellas hay un enorme trabajo por hacer. Nuestro testimonio cristiano unido a nuestra forma de hablar en positivo puede ser el primer elemento de atracción. En el corazón de la laicidad está la posibilidad del anuncio y en el buen trato que edifica las relaciones humanas está el medio para hacerlo posible. Es necesario un nuevo estilo que ponga en evidencia una pastoral de la proximidad, siempre desde la sencillez, las actitudes y valores básicos que propone el Evangelio.

Un “sínodo digital”

P.- Es una carta pastoral que no tiene final porque está abierta a las aportaciones. ¿Le han llegado ya algunas? 

R.- En las primeras líneas de la introducción ya digo que se trata de una carta “abierta”, en la que deseo que todos sigamos escribiéndola, ya que no trato todos los temas posibles ni mucho menos. En la Iglesia, y desde nuestro bautismo, todos tenemos derecho a manifestar lo que pensamos y a aportar todo aquello que creemos necesario para la edificación de la Iglesia. Por ello, en la carta hago una invitación a la lectura personal, a la reflexión de los puntos que se exponen en ella, a ampliarlos con nuevas aportaciones de forma individual o trabajada en grupos. He recibido noticia de que muchos ya lo están haciendo así. Digo de entrada que es una carta larga, de hecho es un libro de más de trecientas páginas repartidas en veinte capítulos y que no hay prisa en dejar hecho el trabajo, ya que mientras lo vamos haciendo también nos vamos transformando.

Para que esto sea posible y entre todos completemos el texto con las distintas aportaciones hay abierto un correo: cartapastoral@bisbatdemallorca.com. Será esta una forma de comunicación que puede hacernos mucho bien, siempre que lo hagamos con la intención de ser fieles al Señor, favorecer y vivir nuestra comunión eclesial y ser para todos sin excepción constructores de fraternidad. En el poco tiempo que llevamos desde su publicación, ya he recibido diversas aportaciones muy enriquecedoras todas ellas y que valoran mucho la oportunidad de decir una palabra, haciendo posible esta intercomunicación dentro de la Iglesia. Hablan de aciertos y de preocupaciones, y sobre todo piden que seamos una Iglesia viva en el corazón del pueblo. Alguien me ha dicho que con este estilo comunicativo se está haciendo una especie de “sínodo digital”.

P.- Utiliza la imagen de los típicos molinos de viento mallorquines ¿Cómo está hoy el molino? ¿Se mantiene en pie o amenaza ruina?

R.- Esta imagen viene de hace tiempo y proviene de una observación constante de la realidad, la material que representa, y la simbólica que quiere hacernos descubrir. Hace cincuenta años, la mayoría de estos molinos estaban funcionando y era una gozada verlos en movimiento. Ahora las cosas han cambiado y, sin ser pesimista, sino más bien realista, vernos como son estos molinos en la actualidad, ya que los hay de todos los estilos y maneras: a pleno rendimiento, a media marcha, restaurados, parados, con pocas aspas o sin ellas, medio derruidos, destrozados del todo o casi desparecidos…

Ha pasado el tiempo y ahora, salvo alguna excepción, estamos ante una especie de cementerio de molinos casi abandonados y que ya no sirven. ¿Qué ha pasado? El problema no es el viento, que sigue soplando y con mucha fuerza, de hecho seguiría moviendo las aspas si estuvieran allí, seguiría produciendo energía y movimiento, habría vida y generaría vida. El problema no es el viento, sino el molino en el estado en que está, el problema somos cada uno de nosotros.

En esta especie de parábola, veo que el viento está, el Espíritu está, suave o impetuoso y siempre actúa, quiere ponernos en movimiento de salida y activar las turbinas de nuestro compromiso bautismal, viento que se transforma en energía, agua que purifica y da vida. Es el aliento del Espíritu que nos empuja a que las preferencias de Jesús sean la nuestras, a preguntarnos si nuestra manera de amar es como la suya, empezando por lo más débil, los enfermos, los más pobres, los más vulnerables, los que sufren marginación y violencia, aquellos a quienes no se les reconocen sus derechos y son víctimas de cualquier atropello. Desde la imagen del molino, es bueno que cada uno nos preguntemos si nos mantenemos en pie o hay amenaza de ruina.

Empezar de nuevo cada día

P.- ¿Cómo afronta un obispo “el sentimiento de soledad y la fatiga apostólica”?

R.- En primer lugar, examinándome a mí mismo, ya que tampoco uno no está exento de padecer este sentimiento de soledad o de fatiga apostólica. Cada día uno tiene que empezar de nuevo, con nueva ilusión y ánimo, dejando –como decía el prior de Taizé, Roger Schutz– que el Señor cada mañana te ponga en tu mano el anillo que te recuerda que tienes que amar y entregarte como Él. Ésta es la convicción que viene reforzada por la oración y el alimento de la Eucaristía, como también la ilusión de llegar a tantas personas que sabes que te necesitan y que, con el gozo de compartir una misma misión con muchos otros, podrá llevarse a buen término.

Ante la realidad que vivimos es fácil sentirse solo, pero están los demás, está el trabajo en grupo y en familia, está el ardor de la comunidad cristiana y todo lo que de ella recibimos, están los amigos y tanta gente de buena voluntad que nos acoge, nos acompaña, nos quiere y nos anima. La fatiga puede aparecer cuando no se cuenta con todo esto y un cierto desorden en la vida personal o falta de autoestima incide en nuestro trabajo pastoral. El descanso es necesario y hay que saben delegar, confiar, valorar y acompañar sin sustituir. La fatiga en muchos casos es lógica por la entrega que uno hace de sí mismo, pero en otras ocasiones no tiene porqué llegar. El gozo del evangelizador y la urgencia de la evangelización es un buen antídoto para superar toda fatiga y desánimo.

Más coherencia y menos mezquindad

P.- ¿Cómo ve a la Iglesia en España, que es como decir la de Mallorca, en 2050? ¿Y cómo la sueña, cómo le gustaría verla?

R.- Me gusta ver y trabajar la Iglesia de España y de Mallorca, la del 2020, con el corazón puesto en el Señor y los pies bien puestos en el suelo. Me es difícil adelantarme al 2050. Es cierto que hay que poner unas buenas bases de futuro, pero el trabajo del que hemos de responder es el de ahora. Vivimos un momento fascinante, ciertamente, porque a la vez que sentimos la llamada del Señor, también notamos que, cuando estamos entre la gente y nos hacemos cercamos a sus inquietudes y problemas, nace una sintonía inexplicable que solo tiene su razón de ser en Dios, en la sed que de Él siembra en el corazón de cada hombre y de cada mujer, de cada joven, niño y anciano, con los que convivimos.

Y ello es enormemente atractivo, a la vez que es un impulso que nos mantiene fuertes y valientes en toda acción apostólica, sea estrictamente humana o conlleve la identidad cristiana. Veo la Iglesia, nuestra Iglesia de España y de Mallorca con estas connotaciones expuestas y con los grandes retos con los que se encuentra hoy la evangelización y nuestra presencia como Iglesia. En la carta pastoral, y siguiendo el trazado valiente que, con sus palabras y gestos llenos de Evangelio y de comunión eclesial nos está presentando cada día el papa Francisco, creo que va quedando muy claro cuál es el camino a seguir, una llamada más a la actuación coherente y no a la discusión de mezquindades, una invitación a ser buenos seguidores de Jesús y honrados en nuestros compromisos ciudadanos. Una Iglesia que no se pierde contemplándose a sí misma, sino que mira la realidad humana con el mismo amor de Dios que le envía a su Hijo Jesús, con el que nos sentimos totalmente identificados en la misión que nos ha encomendado en esta tierra que ama. En ello veo nuestro trabajo actual y un buen fundamento de futuro, siempre confiados en manos del Señor.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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