A los dieciséis años, Miguel Hurtado se apuntó al grupo de scouts de Montserrat. Allí, el germà Andreu, el monje de 60 años, querido por la comunidad y fundador del grupo de scouts, abusó sexualmente de él. A día de hoy, Hurtado es una de las principales voces que se alzan para defender los derechos de las víctimas pero, también, para denunciar un grave y sistémico encubrimiento de los abusos a menores. Vida Nueva habla con él con motivo de la presentación de su libro, ‘El manual del silencio’ (Planeta), donde relata su experiencia y su camino para salir adelante en un sistema en el que todavía son las víctimas las que se esconden.
PREGUNTA.- El libro se titula ‘El manual del silencio”. Es cierto que parece que a los abusos contra menores les cubre, en todos los espectros de la sociedad, un manto de silencio. ¿Qué ocurre con la Iglesia para que haya formado parte de este silencio?
RESPUESTA.- La idea de este libro era, a través de una historia individual, poner el foco en el problema estructural y sistémico. Cuando comencé a acudir a congresos internacionales de víctimas, nos sorprendía mucho que todos estábamos contando la misma historia. Éramos de países distintos, de generaciones distintas… Pero los obispos habían gestionado todos los casos de la misma forma. Bromeando decíamos “es que parece que han leído todos el mismo manual”. Y, con el tiempo, investigando, descubrimos que, efectivamente, ese manual de encubrimiento existía, que había sido diseñado, implementado y practicado por el Vaticano durante un siglo y bajo siete Papas, y por el cual, ante los delitos de pederastia, los obispos tenían la obligación de investigarlos internamente con la prohibición total de denunciarlos a la justicia.
P.- Pero no denunciar cualquier otro delito implica, en sí mismo, un delito…
R.- El problema está en que el encubrimiento, aunque está tipificado en el Código Penal, prescribe. Entonces, una de las peticiones que hacen las asociaciones de víctimas es que el delito de encubrimiento se considere permanente. Es decir, que el plazo de prescripción solo comience a contar en el momento en el que los religiosos dejan de encubrir y notifican el caso a la justicia. Esto permitiría castigar de forma efectiva ese delito, pero ni en la prescripción de los delitos de pederastia ni en el encubrimiento el Gobierno tiene interés en mejorar la ley.
P.- Hay organizaciones que llevan años denunciando la elevada tasa de abusos sexuales que se cometen contra la infancia, ¿por qué esto no ha provocado ya que se actúe firmemente contra los pederastas?
R.- La mayoría de abusos sexuales infantiles se cometen en entornos de confianza, por una persona a la que el menor conoce. Entonces, cuando quien abusa de tu hijo es un desconocido todo es más sencillo, porque es un enemigo externo contra el que hay que actuar, pero si quien lo ha hecho es un familiar o una persona de confianza, cuando tienes al pederasta metido en casa, es mucho más difícil porque hay un conflicto de lealtad. Tienes una relación con el niño, pero también tienes una relación con el abusador, y gestionar esa ambivalencia es muy complicado.
P.- Además de este “manual del silencio” que os habéis encontrado las víctimas, ¿qué otros puntos en común habéis descubierto?
R.- Hay también una dinámica que es que la Iglesia reacciona de una forma similar en todos los países, pero lo que es más triste es que el Estado también lo hace. Es una sumisión, una deferencia excesiva al poder religioso. A las autoridades civiles les cuesta mucho exigir que la Iglesia cumpla la ley, dándole un trato preferente y de favor. Esto se observa mucho en España, donde, en los últimos dos años, han aumentado un 50% el número de denuncias públicas de pederastia clerical pero, a día de hoy, ningún ministro del Gobierno ha denunciado abiertamente esta situación ni se ha solidarizado con las víctimas.
P.- Y las víctimas… ¿se han decidido a hablar?
R.- En España hay una gran bolsa de abuso aun oculto. Ha salido a la luz la punta del iceberg. No olvidemos que somos un país donde ha existido una dictadura nacional católica durante 40 años, y el abuso es, siempre, un abuso de poder. ¿Hay alguna institución que haya tenido más poder en España que la Iglesia católica?
P.- ¿Habéis encontrado comprensión y apoyo en quienes forman parte de la Iglesia? No solo los sacerdotes y religiosos, sino en los fieles.
R.- Desgraciadamente, los fieles españoles no están sabiendo estar a la altura. Los fieles chilenos, cuando fue nombrado obispo de Barros uno de los encubridores de Karadima, se revelaron, diciendo que no querían encubridores en su diócesis. Sin embargo, en Cataluña se ha demostrado que el abad de Montserrat, Josep María Soler, había encubierto los abusos durante 20 años, y la sociedad civil catalana no ha exigido su renuncia.
P.- Alguien podría decir que algunos grupos se centran mucho más en denunciar ofensas a su identidad religiosa que a “escandalizarse” por los abusos…
R.- La mayor ofensa a las creencias de Jesús de Nazaret es que un sacerdote abuse de su poder para violar niños. Este sería el crimen que más debería indignar a los fieles y a los abogados católicos, pero creo que los motivos por los cuales nos indignamos reflejan nuestro sistema de creencias y nuestra calidad ética y moral.
P.- ¿Cuál ha sido su recorrido espiritual después de vivir una situación así?
R.- He tenido que reconstruir mi sistema de creencias, y así lo explico en el libro. Yo era un niño de familia católica, y cuando fui abusado por un sacerdote que a su vez fue encubierto por sus superiores, mi sistema de creencias se desmoronó y perdí la fe. En un proceso de búsqueda encontré una nueva comunidad, un nuevo colectivo y un nuevo sistema de creencias, en este caso, la Declaración Universal de Derechos del Niño.
P.- ¿Cómo valora los intentos de Francisco por acabar con los abusos en la Iglesia?
R.- Lo que tiene que hacer el Papa es implementar las recomendaciones del Comité de la Infancia de Naciones Unidas, establecer la tolerancia cero para los abusadores y encubridores, denunciar todos los casos a la policía y, sobre todo, establecer unos mecanismos para resarcir a las víctimas, moral y económicamente. En España, solamente la congregación de los maristas ha creado ese programa de resarcimiento económico. Otras comunidades, como los benedictinos de Montserrat o los jesuitas de Cataluña, lo único que han hecho es rezar por las víctimas.
P.- Por último, Miguel, ¿qué podemos hacer para ayudaros?
R.- Es importante que los obispos noten un cuestionamiento por parte de sus comunidades. Uno de los principales problemas es que, tradicionalmente, se ha infantilizado a los laicos. Es decir, la función de los laicos era rezar, pagar y callar. No se les ha tratado como personas adultas, miembros de pleno derecho de la Iglesia, y tienen que hacer oír su voz.