Vaticano

Francisco advierte de la “amargura” y el “aislamiento” de los sacerdotes





“Deseo hablar con ustedes sobre un enemigo sutil que encuentra muchas formas de disfrazarse y esconderse y, como un parásito, lentamente roba la alegría de la vocación a la que fuimos llamados. Quiero hablarles sobre esa amargura centrada en la relación con la fe, el obispo, nuestros hermanos”. Así ha empezado el discurso que Francisco había preparado para la tradicional Liturgia Penitencial de inicio de Cuaresma, reservada al clero de romano y que ha tenido lugar hoy en la basílica de San Juan de Letrán. Debido a la indisposición del Santo Padre, el encargado de leer el discurso ha sido Angelo de Donatis, vicario general del Papa para la diócesis de Roma.



“Mirar nuestra amargura a la cara y hacerle frente nos permite ponernos en contacto con nuestra humanidad”, continuaba el Papa, recordando a los sacerdotes que no están llamados “a ser omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados”. Así, Francisco subrayaba que la primera causa de amargura entre el clero es, precisamente, los “problemas con la fe”, al igual que los discípulos de Emaús decían “creíamos que era Él” antes de saber que Jesús había resucitado. “Una esperanza decepcionada está en la raíz de esa amargura”, subrayaba el discurso.

Sin embargo, Francisco ha querido transmitir que “la esperanza cristiana realmente no decepciona y no falla”, porque “tener esperanza no es estar convencido de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que sucede tiene sentido a la luz de la Pascua”. Y, “¿cuál es la diferencia entre expectativa y esperanza?”. “La primera surge cuando luchamos por algo y lo encontramos, mientras que la esperanza es algo que nace en el corazón cuando decides no defenderte más”, ha explicado.”Cuando reconozco mis limitaciones, y que no todo comienza y termina conmigo, reconozco la importancia de confiar”, ha apostillado.

Problemas con el obispo y los hermanos

El Papa ha manifestado, sin embargo, que la amargura, “no es un error”, sino que “debe ser aceptada”, ya que “puede ser una gran oportunidad al hacer sonal la campana de alarma interior. “Hay tristeza que puede llevarnos a Dios”, ha señalado. A continuación, ha apuntado que los “problemas con el obispo” pueden ser también una causa de amargura.

“Encontrar la culpa de todo en los superiores ya no es válido”, ha dicho, reconociendo que, hoy en día, “parece respirar una atmósfera general (no solo entre nosotros) de una mediocridad generalizada, que no nos permite avanzar fácilmente”. “Todos experimentamos nuestras limitaciones y defectos. Nos enfrentamos a situaciones en las que nos damos cuenta de que no estamos preparados adecuadamente… Pero al subir a los servicios y ministerios con mayor visibilidad, las deficiencias se hacen más evidentes y ruidosas”, ha explicado el Papa.

Como última causa, ha señalado los problemas entre los propios sacerdotes, quienes “en los últimos años hemos sufrido los golpes de escándalos, financieros y sexuales”. La sospecha ha hecho “que las relaciones sean más frías y formales drásticamente; uno ya no disfruta de los dones de los demás, por el contrario, parece que es una misión destruir, minimizar y hacer sospechar a las personas”, ha denunciado Francisco.

Contar con los fieles

Por último, el Papa ha querido abordar el tema de la soledad, pero desde una perspectiva positiva. “No es un problema, sino un aspecto del misterio de la comunión”, ya que “la soledad cristiana, la de aquellos que entran en su habitación y rezan al Padre en secreto, es una bendición”. Por eso “El verdadero problema radica en no encontrar tiempo para estar solo”.

Sin embargo, aislarse de los demás y de la historia, pensando que uno mismo es perdurable, es “una de las causas de la incapacidad entre nosotros para establecer relaciones significativas de confianza y participación evangélica”. “Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme”, ha explicado. Por eso, “el diablo no quiere que hables, que digas, que compartas”, ha apuntado.

Por último, el Papa ha recomendado contar con los fieles ante estas dificultades. “Nos conocen mejor que nadie”, ha asegurado, “son muy respetuosos y saben acompañar y cuidar a sus pastores”. “Conocen nuestra amargura y también rezan al Señor por nosotros”, ha añadido, animando a los presentes a rezar por la capacidad de “reconocer lo que nos está amargando y así permitirnos transformar y reconciliar a las personas que se reconcilian, pacificadas que pacifican, llenas de esperanza que infunde esperanza”.

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