Este 8 de marzo, en el Día de la Mujer, escucharemos a muchas compañeras que luchan por los derechos de otras que los tienen vedados. Una labor de denuncia que resulta justa y necesaria. Como lo es también el caminar silencioso de otras mujeres que han dedicado su vida a empoderar, desde una perspectiva integral, a aquellas cuyas circunstancias les han restado la capacidad de valerse por sí mismas.
Un compromiso, por cierto, que hay quien vive desde la fe, aunque sea saliendo a la frontera, saliéndose de la estructura estrictamente eclesial. Acompañada, además, por quienes han descubierto la frontera de su propia profesión, viéndola desde otro punto de vista (más humano). Y dirigida, en definitiva, a mujeres que en su día cruzaron fronteras (estas sí, físicas), pero no encontraron lo que buscaban: la felicidad.
Buena parte de todo esto lo encarna la Hija de la Caridad Concepción López Alcoceba, que llegó en 1984 al barrio de Peñagrande, en pleno distrito de Fuencarral. En estas tres décadas y media, todo ha cambiado en este punto de Madrid: lo que hoy son chalets y amplias y luminosas calles, entonces era uno de los centros neurálgicos del chabolismo en la capital.
Tras un trágico episodio marcado por el tráfico de drogas y la violencia (con un grupo de narcos colombianos de por medio), la realidad sociológica del entorno cambió por completo: “De un día a otro, los gitanos se marcharon y solo quedaron los marroquíes. Y con ellos fue con quienes me volqué, siempre desde el objetivo de apostar por su autonomía e ir más allá de lo meramente asistencial, evitando cronificar la pobreza. Empezamos la labor de la mano de Cáritas, contando con dos abogados, con los que denunciábamos cuando aquella gente sufría explotación y lográbamos mejores condiciones para ellos”.
Entidad civil con valores evangélicos
Casi desde el primer momento, la hermana Concepción (a quien todo el mundo conoce como Conce) tuvo que tomar una decisión trascendental: “Como el párroco –que no quería denunciar a ningún parroquiano– prefirió no involucrarse, optamos por constituirnos como una entidad civil; independientes de la Iglesia, pero, por supuesto, trabajando desde los valores del Evangelio. Fue así como, el 23 de abril de 1985 nacía el Centro de Acción Social San Rafael”.
Para ello, es clave la labor de los ocho trabajadores contratados y la veintena de voluntarios que cada día regalan parte de su tiempo. Algo que también contrasta con esos inicios de San Rafael… “Al principio –rememora Conce–, mi único apoyo eran un matrimonio amigo y una vecina”. Y ha cambiado el perfil de los atendidos: “Antes, eran todos marroquíes que vivían en chabolas. Ahora, atendemos a gente de todo tipo, muchos de ellos españoles con graves dificultades para cubrir sus necesidades básicas“.
Recorriendo el hogar, nos encontramos con una de las trabajadoras sociales, Marta Santiago, quien destaca lo mucho aprendido, también a nivel vital: “Al salir de la carrera idealizas muchas cosas, pero luego llegas a un contexto como este y compruebas que el sistema no funciona y deja a tantos y tantos fuera, excluidos y sin alternativas. En San Rafael les ofrecemos una ayuda real, concreta, y en poco tiempo”. Aquí, en definitiva, esta joven trabajadora social ha encontrado su frontera…
Voces de dentro y de fuera
En ello está la dominicana Delfina (nombre ficticio), con quien nos encontramos en el pasillo: “Llegué en agosto a Madrid, junto a mi marido y a mi hijo. No tengo papeles, pero aquí me están ayudando mucho. Mientras me orientan para poder encontrar un trabajo, me estoy formando en los cursos de cocina y geriatría”.
En el ropero nos reciben con una sonrisa desbordante las dos voluntarias encargadas de su funcionamiento: Mila Magdaleno y Nines Castaño. La primera lleva once años aquí y lo primero que cuenta es que es “alérgica al polvo… Aunque ya me he acostumbrado, pues es mucho tiempo haciendo esto”. La labor es titánica: “Quedamos los martes por la mañana, a las 10, para colocar lo recibido y atender a los donantes. Los martes por la tarde y los jueves, como mínimo, abrimos para quienes acuden aquí a por ropa”.
A su lado, Castaño, quien empezó como voluntaria en el ropero hace tres años, reconoce que, pese al gran sacrificio que este trabajo conlleva (y para el que por ella no hay límites, pues no ha dejado de venir ni en los peores momentos del tratamiento de quimioterapia al que se ha tenido que someter meses atrás), es mucho lo recibido: “Esta es una experiencia que te llena mucho el corazón”.
Piso para mujeres sin hogar
Tras conocer el ropero, visitamos el piso para mujeres sin hogar, situado en un barrio cercano. Nos abre las puertas de la casa Esther Reyes Vicente, la educadora social del centro, quien pasa toda su jornada laboral en esta vivienda junto a las nueve mujeres que ahora mismo hay internas.
“Lo que más me llena de orgullo –cuenta Reyes, quien lleva tres años aquí– es cuando una de estas mujeres consolida su autonomía y puede reemprender una vida normal. Eso ocurre cuando encuentran un empleo y se han restablecido, también emocionalmente. Si empiezan a trabajar, siguen viviendo durante un tiempo en la casa para que puedan ahorrar. Una vez que se marchan, tenemos un seguimiento de tres meses para confirmar que ya no nos necesitan”.
Cuando nos reunimos todos en torno a la mesa (estando en la casa, hay siete de las nueve internas), salen a relucir historias de dolor… pero, en definitiva, de esperanza. “Llevo quince días aquí –empieza Julia, de Perú– y, pese al poco tiempo, puedo asegurar que esta está siendo una muy buena experiencia, empezando por la gran acogida. Estoy muy agradecida por todo lo que hacen por mí desde San Rafael. Nosotras estamos muy unidas”.
Ailice, de Brasil, habla con una infinita gratitud: “Llegué hace seis meses, pero ya antes de poder entrar en la casa la hermana Conce me pagó el alquiler en otro piso. Gracias a ella he podido salir de la calle y, ahora, estoy en un sitio muy especial. Desde que llegué a España, nunca había encontrado un sitio así”.
Un hogar donde apoyarse
Raquel, de Argentina vive en el piso desde hace mes y medio: “Este es un buen sitio… Aquí todas, teniendo culturas y creencias diferentes, nos sentimos comprendidas y respetadas, lo que nos ayuda mucho en el día a día”.
Algo que secunda Shiva Fara, de Irán: “Llevo 21 años en España. Tenía una empresa y me iba realmente bien, hasta que una mala racha acabó con todo y me arruiné. Entonces, Conce se convirtió en mi único apoyo. Nunca olvidaré lo que han hecho por mí. Si consigo volver a mi vida anterior, pasaré a ser voluntaria de San Rafael. Tengo que devolver parte de lo mucho que he recibido”.
Natalia, de Brasil, vino a España hace dos años. La mitad de ese tiempo lo ha pasado esta joven ya en este piso: “Sufro mucho por estar lejos de mi familia. A veces me he sentido como un pajarito sin nido, alejada de los míos. Pero todas las chicas de aquí suplen a mi madre. Nos cuidamos y apoyamos, cada una tiene su importancia, su papel. Sin duda, este es un hogar”.
La última en hablar es Assetou, de Costa de Marfil: “Tras once años en este país, los cuatro meses que llevo en la casa han sido muy importantes. Antes, cuidaba de un anciano y tenía una vida normal. Pero, cuando él se murió, me quedé sin nada. También tuve que soportar mucho racismo y rechazo; de ahí que aquí valore mucho todo lo que estoy viviendo. Especialmente cómo nos apoyamos entre todas”.