El sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, uno de los grandes referentes de la poesía latinoamericana contemporánea, murió el pasado 1 de marzo a los 95 años. Tras fallecer en el hospital de la capital, ayer, día 3, se celebró su funeral en la catedral. Un momento en el que, tristemente, el silencio y el respeto fueron desplazados por los gritos y la violencia.
El lamentable suceso lo protagonizó un grupo de seguidores del régimen de Daniel Ortega, quienes, ante el ataúd de Cardenal (sobre el que se puso la bandera nacional y su legendaria boina), profirieron gritos de “traidor”. Tras obligar a que los restos del religioso no pudiesen salir por la puerta principal, sino por una lateral, zarandearon y agredieron a varias personas de la comitiva, incluidos varios periodistas que estaban cubriendo la celebración.
Este ha sido el último episodio en la compleja relación entre Daniel Ortega y Ernesto Cardenal, a quienes unió su trabajo conjunto en la revolución sandinista que, en 1979, consiguió tumbar la dictadura de la familia Somoza. El sacerdote se implicó desde el primer momento en el Gobierno de izquierdas, que se mantuvo hasta 1990, y en el que él fue ministro de Cultura.
Esa implicación en la política (junto a otros referentes eclesiales, como Carlos García Godoy, creador de la Misa Campesina) le valieron la suspensión a divinis por parte de Roma, reflejando esta ruptura la icónica imagen de Juan Pablo II en el aeropuerto de Managua, en 1983, abroncando a un Cardenal que se había arrodillado ante él en espera de su bendición.
Pero, como hombre libre y de frontera que siempre fue, comprometido solo con su conciencia y con lo que a su juicio era el mejor modo de abrazar al hombre excluido desde el Evangelio, Cardenal no ha dudado estos últimos años a la hora de romper públicamente con el régimen de Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo. Teóricos referentes del sandinismo, para el poeta han devenido en “dictadores” que están “reprimiendo a su pueblo”.
Por eso mismo, los admiradores de Cardenal han lamentado la “hipocresía” de Ortega, quien ha decretado tres días de luto nacional. A su juicio, se trata de una maniobra para tratar de apropiarse de su figura, buscando que, en el imaginario colectivo y en el juicio histórico, pesen más sus años de compromiso sandinista que su última fase de opositor ante lo que él entendía que era una traición a los principios revolucionarios, en los que muchos representantes de la Teología de la Liberación trataron de dejar una huella evangélica.
Cardenal, eso sí, ha muerto reconciliado con la Iglesia y habiendo recuperado su condición de sacerdote. Fue meses atrás, ya en el hospital, cuando le visitó el arzobispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, y le transmitió el perdón papal. A los pocos días, se difundieron imágenes suyas celebrando la eucaristía apoyado en su cama.
Ahora, Báez, obligado a permanecer fuera de Nicaragua por sus constantes críticas a Ortega, ha lamentado en su cuenta de Twitter los tristes incidentes que han marcado el funeral del poeta: “Siento mucha indignación por lo ocurrido hoy en la Catedral de Managua en las exequias del P. Ernesto Cardenal. Irrespeto total. De nuevo, las turbas de la dictadura muestran su fanatismo y su violencia. Mi solidaridad con personas y periodistas agredidos. ¡Basta de irracionalidad!”.
El día 1, tras conocer la noticia de su muerte, el auxiliar de Managua había despedido así quien tiene por maestro: “Adiós al amigo Ernesto Cardenal, quien ahora puede cantar su Salmo 15 delante de Dios: ‘No hay dicha fuera de ti. Yo no rindo culto a las estrellas de cine, ni a los líderes políticos, y no adoro dictadores‘”.
Como escritor, Cardenal deja una obra colosal (ha sido candidato en varias ocasiones al Nobel de Literatura), siendo un reflejo de su carácter apasionado el hecho de que no ha dejado de componer hasta que le ha alcanzado la muerte, publicando su última obra apenas unos meses atrás. Ese mismo genio es el que le ha acarreado numerosas críticas e incomprensiones… Incluso más allá de la muerte.