El Papa arrancó esta mañana su cuarta eucaristía retransmitida en directo desde la Casa de Santa Marta rezando por las autoridades y su responsabilidad ante la que ya denominó “pandemia” de coronavirus, tal y como la ha catalogado la Organización Mundial de la Salud.
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En su monición de entrada de la misa, Francisco dirigió su oración “por los enfermos, por sus familiares, por los padres que están con sus niños en casa”. Sin embargo, en esta ocasión, su plegaria se detuvo especialmente en las autoridades públicas, horas después de que el primer ministro italiano Giuseppe Conte, se dirigiera a todo el país para anunciar el cierre de los negocios, excepto supermercados y farmacias.
La autoridad se siente sola
“Quisiera pedirles rezar por las autoridades, ellos deben decidir y tantas veces decidir sobre medidas que no le gustan al pueblo, pero que son por nuestro bien. Tantas veces la autoridad se siente sola, no entendida…”, reflexionó Jorge Mario Bergoglio.
A renglón seguido, remató su oración, pidiendo un respaldo explícito a todas las resoluciones adoptadas: “Recemos por nuestros gobernantes que deben tomar las decisiones por estas medidas: que se sientan acompañados de la oración del pueblo”.
Preocupados por nuestras cosas
Durante la homilía, también hizo referencia a la crisis de COVID-19: “Tal vez hoy aquí en Roma, estamos preocupados porque parece que los negocios han cerrado y yo tenía que ir a comprar algo, porque no puedo ir a dar el paseo de todos los días.”, dejó caer, para denunciar a continuación: “Estoy preocupado por nuestras cosas, pero nos olvidamos de los niños que tienen hambre, de la pobre gente que en países buscando la libertad, todos estos migrantes forzados que huyen del hambre y de la guerra y solo encuentran un muro hecho de hierro con alambres espinados que no lo dejan pasar”.
“Éste es el abismo de la indiferencia. Vivimos en la indiferencia”, exclamó el Papa, que recordó al momento su viaje a Lampedusa y la expresión que nació entonces de su corazón: “La globalización de la indiferencia”.
El corazón cerrado
Partiendo de la parábola del rico y Lázaro, denunció que “vivimos un gran drama: estar muy muy informado, pero con el corazón cerrado”. Francisco recordó que Jesús expone en el Evangelio cómo el rico estaba perfectamente al tanto de la situación del pobre, pero “no se podía conmover del drama de los demás”.
“La indiferencia es el drama de estar bien informados pero no sentir nada”, advirtió, para aterrizar a continuación en cómo se traduce esta actitud: “Todos sabemos porque lo hemos visto en televisión cuántos niños sufren el hambre hoy en el mundo y no tienen las medicinas necesarias, no pueden ir a la escuela. Hay continentes con estos dramas, lo sabemos y continuamos con lo nuestro”, alertó.
Perder el nombre
El Papa hizo un llamamiento para que “pidamos la gracia de no caer en la indiferencia: que todas las informaciones de los dolores desciendan al corazón y nos lleven a hacer cosas por los demás”.
Francisco se imaginó al protagonista adinerado por “los grandes estilistas del tiempo” y que vivía sin preocupaciones, “tan solo una pastilla para el colesterol” frente al pobre Lázaro. A partir de ahí recordó que el relato del empobrecido, pero no del rico: “Había perdido el nombre porque sólo tenía el apellido: rico, poderoso… eso es lo que hace el egoísmo en nosotros. Nos lleva a olvidar nuestra identidad real y solo a valorar los adjetivos”. “Hemos caído en la cultura de los adjetivos, donde tu valor está en lo que tienes y no en cómo te llamo. Has perdido el nombre”, advirtió.