En medio de la tormenta coronavirus, los cristianos pueden ser una semilla de paz ante el alarmismo social. Así, para distintos representantes de la pastoral socio-sanitaria consultados por Vida Nueva, los creyentes deben aportar un testimonio de tranquilidad y esperanza.
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- EDITORIAL: Coronavirus: contra el virus del pánico
José Carlos Bermejo, director del Centro de Humanización de la Salud, obra de los religiosos camilos en Tres Cantos (Madrid), explica que, “no se puede evitar dejarse interpelar con ocasión de un nuevo mal que pone en jaque el equilibrio social y económico. Una enfermedad es siempre un desafío para preguntarse qué hay detrás. Y lo que se manifiesta es la vulnerabilidad humana y las pocas seguridades con que contamos. No somos dioses, sino creaturas frágiles”.
Para el camilo, no todos están hoy a la altura ante la crisis: “El poder de los medios no siempre está en sintonía con el amor a la verdad y a la proporcionalidad. Y es la verdad la que nos hace libres y responsables. Si es importante una vacuna para el virus, lo es también una para el pánico”.
El sacerdote Suso Carracedo, ex director del Departamento de Salud de la Conferencia Episcopal, destaca que “Jesús se acercó a los leprosos, de los que la sociedad escapaba por miedo. Siempre ha habido leprosos (pestes, epidemias, sida, ébola, gripe A…). Y seguirá habiéndolos”.
“Habitualmente –reconoce–, nos ponemos nosotros en el centro: tratamos de protegernos, alejando a los demás, apartando al enfermo y marginándolo, aislándolo. Pero está la actitud contraria, donde ponemos al otro en el centro. El otro, enfermo, se convierte en el centro de mis preocupaciones y desvelos. ¿Cómo ayudarle? ¿Cómo protegerle? ¿Cómo acompañarle en la vulnerabilidad, fragilidad y marginación?”.
José Ramón Amor Pan, coordinador del Observatorio de Bioética y Ciencia de la Fundación Pablo VI, admite que, “en toda esta crisis, me faltan datos. O bien nos estamos pasando en la precaución–muy querida en la bioética, y que ya me gustaría que se aplicase con similar énfasis en otras situaciones, como la eutanasia–, o bien el virus tiene consecuencias que van mucho más allá de las que nos han contado. Que en Italia, hasta el 3 de abril, no vayan a celebrarse misas, ni siquiera las exequiales, es muy gordo”.
Francisco Javier Rivas Flores, vicepresidente de PROSAC (Profesionales Sanitarios Cristianos), se pregunta si vivimos unos “tiempos apocalípticos”. “Asistimos –reflexiona– a un despliegue de noticias sobre una nueva epidemia que afecta de manera importante a diversas zonas de nuestro planeta, aunque, comparada con otras epidemias, no presenta una mayor incidencia”. “
¿Apocalipsis?
“Algunos agoreros –considera Rivas– ven en la epidemia, en el cambio climático y en otras alteraciones en la Tierra una manifestación de las profecías del Apocalipsis; otros ven los signos de los tiempos, que muestran la furia de un Dios vengativo ante una sociedad que parece haberle dado la espalda. Desde la ciencia, quizás, podamos decir que estas manifestaciones han existido siempre, pero, desde la fe, sabemos que nos empujan a una mayor solidaridad al considerar que cada persona es hermana”.
Montse Esquerda, directora del Instituto Borja de Bioética y presidenta de la Comisión de Deontología del Consejo Catalán de Colegios Médicos, indica que “nuestro mundo” se puede definir en tres palabras: “Complejidad, incertidumbre y aceleración”. Tres características que, “en un contexto de brote epidémico”, conllevan, “no solo una crisis de salud pública, sino también una crisis de información”.
Los sanitarios de la fe
Desde la comunidad jesuita Más que Salud, que integra a distintos profesionales del ámbito sanitario que comparten su experiencia en clave de fe, hablamos con varios de sus representantes.
El primero es el jesuita Álvaro Lobo, quien además es enfermero y antropólogo. “Cada época –apunta– destaca por una enfermedad. Quizás el coronavirus es la más famosa en este momento (que no la más cruel), porque en ella se imponen las consecuencias del mundo globalizado, la desproporción entre lo rural y lo urbano, la desigualdad entre países, el impacto de las redes sociales, el poder de los medios, la velocidad de propagación del miedo y la incapacidad para tomar distancia”.
Rocío Calvo, matrona en Zaragoza, levanta la voz por “las personas que de verdad necesitan mascarillas en su día a día y que ahora encuentran las farmacias desabastecidas. Hablo de profesionales sanitarios sacando adelante el trabajo como pueden. Hablo de los prejuicios infundados que aíslan a algunas personas. Y hablo, cómo no, de todas las emergencias que quedan en segundo plano ante la mirada mundial, eclipsadas por el morbo y la histeria colectiva”.
La médico y religiosa de Jesús-María Valle Chías, llama a huir de “la histeria colectiva… Hay enfermedades con tasas de mortalidad exponencialmente más implacables, que colorean los mapas epidemiológicos al revés que nuestro COVID-19, y que no ocupan ni una esquinita de las noticias porque están donde no importa”. De ahí que pida a los cristianos que “no perdamos la autonomía” y nos apoyemos en “la paz vital, de hijos, a luz de la fe”.
Controlar una pandemia
Arantxa Lastres, que ha tenido que salir de Corea del Sur por la epidemia, reconoce el impacto: “Como cristiana –ilustra–, era difícil palpar el miedo, el peor de los virus. La sociedad se volvió arisca, prejuiciosa y egoísta. La gente se paraliza y, todo aquel que levante sospechas, queda recluido, alejándonos de lo humano y de lo que verdaderamente hay detrás de este virus: muchas víctimas enfermas o estigmatizadas por una sociedad que no puede dar un abrazo o esbozar una sonrisa porque es presa del miedo, la histeria y una mascarilla”.
Itziar Usátegui, residente de medicina interna, especialidad que engloba las enfermedades infecciosas, reafirma que “los cristianos podemos ser ejemplo adoptando las medidas de higiene pertinentes, aunque eso suponga solo orar en silencio y con una inclinación de cabeza en lugar de abrazar al Apóstol; busquemos información veraz y confiemos en los profesionales y en las autoridades, sin caer en la crítica fácil, que solo conduce al caos. Somos capaces de grandes cosas, también de controlar una pandemia”.
La última intuición, desde la pura fe, la da la religiosa hospitalaria Rosa Izquierdo, de la Fundación Benito Menni: “Mi compromiso es rezar por los fallecidos, por su familias y por las autoridades, para que acierten y den con las mejores medidas, para que no cunda el pánico, dando sosiego, tranquilidad y esperanza”.