Mientras el mundo se afana en detener el contagio por el coronavirus, ocho millones de personas podrían morir de hambre en Zimbabwe por la mala cosecha a consecuencia de la sequía si no reciben ayuda urgente. La llamada de socorro la ha lanzado el arzobispo Robert Christopher Ndlovu, arzobispo de Harare y presidente de la Conferencia Episcopal de este país surafricano de 14 millones de habitantes.
En rueda de prensa convocada en la capital, el prelado unió su voz a la del Gobierno “en nombre de gentes de todas las razas, culturas, géneros y religiones que en Zimbabwe necesitan con urgencia comer”, porque la cantidad recaudada por Cáritas (apenas unos 200.000 euros) se antoja insuficiente para alimentar a millones de compatriotas hambrientos.
“Nuestro objetivo es llegar al mayor número posible de víctimas de la sequía”, deseó Ndlovu, quien desveló los esfuerzos de la Iglesia católica para movilizar suficiente ayuda alimentaria con la que marcar “la diferencia en la vida de millones de personas que sufren hambre, incluidos niños, mujeres y enfermos de sida”.
Sin seguridad alimentaria
El fenómeno de El Niño hizo que, en 2019, las lluvias llegaran tarde al sur de África, afectando gravemente a los cultivos, hasta el punto de que –según el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas– se espera que hasta 45 millones de personas de la región (Malawi, Zimbabwe, Botswana, Zambia, Sudáfrica, Swazilandia, Lesotho y Mozambique, entre otros países) sufran escasez de alimentos.
En el caso de Zimbabwe, sin embargo, a la escasez de precipitaciones cabe añadir una economía poco desarrollada y los bajos ingresos de la población, lo que supone un riesgo aún mayor para la seguridad alimentaria.