Fue una mexicana nacida en Costa Rica, una mujer que quería vivir su sexualidad sin tener que ofrecer explicaciones a nadie, una artista desbordante que cantó a la luna de la mano de Frida Kahlo (con quien protagoniza la imagen que ilustra este artículo), José Alfredo Jiménez, Pedro Almodóvar o Joaquín Sabina… Fue todo eso y mucho más, porque Chavela Vargas, con sus pantalones, su poncho y sus pistolones, fue inclasificable.
Por eso mismo, es misión casi imposible tratar de abordar su relación con la religión. Y es que, sin declararse nunca creyente, no le fue ajeno, ni mucho menos, nada relacionado con lo transcendente. Aunque fuera para ‘leerle la cartilla’ al Altísimo, con su canción ‘Las preguntitas a Dios’ que se inicia así: “Un día yo pregunté: / abuelo, dónde está Dios. / Mi abuelo se puso triste, / y nada me respondió. / Mi abuelo murió en los campos, / sin rezo ni confesión. / Y lo enterraron los indios, / flauta de caña y tambor”.
En la mesa del patrón
Tras cuestionar lo mismo al padre y al hermano, y obtener parecidas respuestas, expresadas siempre de un modo sublimemente poético, Chavela concluye abrazada al santo enfado: “Hay un asunto en la tierra / más importante que Dios. / Y es que nadie escupa sangre / pa que otro viva mejor. / ¿Que Dios vela por los pobres? / Tal vez sí, y tal vez no. / Pero es seguro que almuerza / en la mesa del patrón”.
Alejada, como queda claro, de todo dogma o apego institucional, la artista deja múltiples guiños espirituales en sus canciones más reconocidas, como en ‘La Soledad’, cuando describe un silencio hondo y lo califica de “conventual”. ‘Cruz de olvido’ es aún más explícita, siendo este su estribillo: “La barca en que me iré / lleva una cruz de olvido. / Lleva una cruz de amor. / Y en esa cruz sin ti / me moriré de hastío”.
Que la Virgen te creí
¿Y qué decir de su canción más emblemática, ‘La llorona’, en la que el alma de Chavela Vargas se abre así hacia el infinito: “Salías del templo un día, llorona, / cuando al pasar yo te vi. / Salías del templo un día, llorona, / cuando al pasar yo te vi. / Hermoso huipil llevabas, llorona, / que la Virgen te creí. / Hermoso hipil llevabas, / llorona, / que la virgen te creí”.
¿Creía en la vida eterna quien nunca dejó de cantar a la belleza con su voz desgarrada? Como mínimo, sí en la de aquellos a quienes admiraba. Y es que, durmiendo en la misma habitación de Federico García Lorca en la madrileña Residencia de Estudiantes, ella aseguraba que “había un pajarito amarillo que solía visitar la habitación y contenía el alma del poeta”.
Este texto en recuerdo de Chavela Vargas solo puede terminar con los versos que cierran ‘El andariego’: “Y cuando yo me muera, / ni luz, ni llanto, ni luto. / Ni nada más. / Aquí, junto a mi cruz, / tan solo quiero paz. / Solo tu corazón. / Si me niegas tu amor, / una lágrima llévame por última vez. / En silencio dirás una plegaria. / Y, por Dios, / olvídame después”.