Yehuda Halevi es considerado por muchos como el mayor poeta en lengua hebrea de todos los tiempos. Y también como un claro signo de que hubo una España que, en plena Edad Media, más allá de la idea uniforme e intencionada que ha quedado de la llamada Reconquista, supo conciliar en su seno a las tres religiones del Libro.
Y es que Halevi (nacido en Tudela, Navarra, en el año 1070) recorrió nuestro país, colaborando con distintos literatos y autoridades políticas, tanto en las taifas musulmanas de Zaragoza, Córdoba o Granada como en la cristiana Toledo.
Creador de las Siónidas
Médico además de hombre de letras (cultivó la literatura rabínica, la poesía árabe y la filosofía griega), su principal aportación fue impulsar el género de las Siónidas, cantando desde la distancia su amor por Jerusalén. Fue tal esta pasión que, hacia el final de su vida, emprendió peregrinación a Tierra Santa. Tras pasar una temporada en El Cairo, no todos los historiadores se ponen de acuerdo en si culminó su sueño o murió finalmente el Egipto en 1141.
De lo que no hay duda es de la calidad de la obra que ha legado a la humanidad (en la que concilió lo espiritual con temas como la amistad, el vino o la capacidad de maravillarse ante la naturaleza), siendo una maravillosa opción en estos tiempos de obligada cuarentena por el coronavirus sumergirse en algunos de sus versos.
Gracias a las olas del mar
¿Qué mejor modo de empezar que hacerlo por ‘Poemas del mar’…? “Dios mío, ¡no quiebres las crestas del mar! / Ni digas a los abismos marinos: ¡secaos! / Mientras, reconoceré tus favores y daré las gracias / a las olas del mar y al viento de Poniente. / Me acercan donde está el yugo de tu amor, / me libran de la coyunda de los árabes. / ¿Cómo no van a cumplirse mis anhelos? / ¡En Ti confío, Tú eres mi garantía!”.
Composición que el poeta prosigue de este modo: “En el corazón de los mares le digo al corazón turbado: / ¡Oh tú, que te espantas al erguirse las aguas! / Si tuvieras fe en Dios, que creó / el mar y cuyo Nombre se mantendrá por siempre, / no te atemorizaría el mar al encrespar sus olas, / ya que contigo está el que fijó sus límites”.
Fiestas en Jerusalén
Y que cierra así, susurrando a Dios… “Con corazón fundido de pavor, trémulas rodillas / y lomos palpitantes, clamo al Señor. / Absortos quedan los timoneles ante el abismo / y los marinos se hallan sin fuerzas. / ¿Cómo no estar así? ¡Pendo en el caso / de un barco entre las aguas y el cielo! / ¡Doy tumbos! ¡Me balanceo! ¡Leve cosa si al fin / puedo celebrar mis fiestas en Jerusalén!”.
Aunque, seguramente, su alma lata con más fuerza en este arrebato de sincera desnudez que nos dejó en ‘Reflexiones y adivinanzas’: “Corazón mío, ¿por qué persigues riquezas y fortuna? / ¿Por qué corres tras el torcido y perverso Destino? / Mira, a todo el que tira de los bordes de su manto, / termina resultándole una trampa. / La maldad del Destino es evidente, y tú / aspiras a grandezas que no deberías buscar”.