El coronavirus ha confinado a millones de españoles en sus casas. ¿El objetivo? Frenar su expansión ayudando así a quienes están en el frente de esta guerra: enfermos, personal sanitario… Entre ellos y junto a ellos, hombres y mujeres de Iglesia se entregan en las capellanías hospitalarias, en los centros sociales… Y también con la oración.
José Antonio Medina Pellegrini, sacerdote diocesano de Getafe, es, desde el pasado 1 de septiembre, capellán del Hospital Universitario Infanta Elena, en la localidad madrileña de Valdemoro, donde también acompaña al monasterio de las clarisas y es confesor en la parroquia Santiago Apóstol.
Hace seis meses no podía ni imaginar lo que estaba por venir: el coronavirus lo ha puesto todo patas arriba y, desde la primera semana de marzo, el hospital está “desbordado”. No en vano, el pueblo es uno de los focos más devastadores de la pandemia.
Pese a todo, mantiene la calma y vive su nueva misión con una especial intensidad: “Aquí descubro cada día las maravillas de la gracia de Dios ante el dolor, aprendiendo a ver a Cristo en ese sufrimiento, unido a la Cruz de tantos enfermos”. Así, asegura estar “muy feliz y agradecido, más allá de lo arduo y delicado que es el trabajo ministerial en un hospital”
Natalia de la Torre: con fe en el hospital
Natalia de la Torre Rubio es médico residente en Hospital Puerta de Hierro, en Majadahonda (Madrid). Todo lo que está viendo estos días y su propio conocimiento de la enfermedad le lleva a apuntar que “el COVID-19 supondrá un antes y un después en nuestras vidas, en las de todos. Este virus respiratorio, originado en China en diciembre, puede manifestarse prácticamente sin síntomas hasta una neumonía mortal”.
Y añade, “no es una simple gripe estacional. Tiene una moderada letalidad, pero su capacidad de contagio es ciertamente elevada. Por ello, considero que se han adoptado unas medidas necesarias y socialmente justas para disminuir su propagación y ayudar a nuestros sanitarios a combatir este virus”.
“Esta situación –observa– supone una incertidumbre para todos y está poniendo a prueba nuestro sistema sanitario. Se han cancelado consultas y cirugías no urgentes en la mayoría de los hospitales para dejar camas libres a los ingresados por coronavirus, que se incrementan exponencialmente día a día. Se está reorganizando a todo el personal para poder hacer frente a esta crisis de salud pública, de tal manera que los médicos de la mayoría de las especialidades van a empezar a ayudar en el servicio de urgencias o en las plantas de ingresados por COVID-19”.
Elisabeth: refugiada venezolana infectada
Elisabeth está pasando por la peor experiencia de toda su vida. Llegó a Madrid el pasado invierno, huyendo de su Venezuela natal y viéndose obligada a dejar a sus hijos allí. Su marido pudo llegar semanas después, pero tampoco lo ha tenido fácil.
Ambos se han visto obligados a dormir al raso, en plena oleada de frío, para conseguir poder iniciar los trámites como solicitantes de asilo. Elisabeth consiguió ser cobijada en una parroquia católica de la capital y también estrechó fuertes lazos con otra comunidad evangélica. Gracias a todos ellos, se sentía, al fin, “en casa”.
Pero todo cambió cuando la trasladaron a Segovia y allí perdió sus únicas referencias personales. A la tristeza de aquellos primeros días se ha sumado, ahora, el golpe más duro: tras contagiarse del coronavirus, esta refugiada lleva varios días ingresada en el hospital.
“Me siento mal –cuenta–, tengo 40º fiebre y problemas respiratorios. Me duele el cuerpo, la cabeza y tengo tos… No pienso en la muerte. Mi vista solo está puesta en que quiero salir de esta situación para, algún día, por fin, poder estar nuevamente con mis hijos y tener mi vida normal”.
Carlos Trujillo: Sant’Egidio, con los últimos
Carlos Trujillo es uno de los muchos voluntarios de Sant’Egidio que recorren las calles de Madrid acompañando a quienes viven al raso y no tienen un hogar en el que protegerse. Son, con diferencia, los más expuestos de nuestra sociedad a la amenaza del coronavirus… Pero no están solos. Porque en la comunidad eclesial, como en muchas otras entidades sociales, no les olvidan tampoco estas semanas.
“Estamos viviendo –reconoce– un momento difícil en nuestro país, en Europa y en el mundo. Muchas personas están siendo golpeadas por el coronavirus de forma directa. Las consecuencias indirectas están siendo notables para todos. Ante nosotros, de pronto, ha aparecido revelada una evidencia que nos ha hecho pisar tierra (humildad viene de humus, es decir, tierra): somos seres frágiles, pequeños y necesitados. Nos necesitamos los unos a los otros y necesitamos mirar a lo alto porque no tenemos las respuestas ni las soluciones para todo”.
Las Carmelitas de Puçol: rezar desde el convento
Las Carmelitas Descalzas de Puçol, en Valencia, tienen claras las referencias a las que acudir en estos tiempos convulsos. “A Teresa de Jesús –nos dicen desde el monasterio– le tocó vivir tiempos recios, en los que el miedo estaba muy presente: miedo a la Inquisición, al demonio, a la peste, al infierno…”
Y, continúa, “nuestra generación, en Europa occidental, ha crecido en un ambiente bien distinto. Nos hemos sentido fuertes y seguros, y hemos vivido con bastante inconsciencia y dando la espalda a los más vulnerables que llamaban a nuestras puertas”.
De repente, “el panorama ha cambiado. Los fuertes hemos pasado a ser víctimas, la arrogancia se ha convertido en penuria: fronteras cerradas, confinamiento, contagio, muerte. Parece que ya nada puede ir peor y, cada día, las noticias nos ofrecen una nueva vuelta de tuerca. Mirábamos para otro lado cuando los que morían eran los de siempre, en ese ignorado Tercer Mundo. La crisis del COVID-19 nos invita a reflexionar, con humildad, y a entender, de una vez por todas, que todos necesitamos de todos para vivir”.