Dos nuevas citas del Papa con todos los cristianos. Francisco invita a rezar un Padre Nuestro el próximo miércoles 25 de marzo a mediodía. Asimismo, el viernes 27 de marzo, a las 18:00 horas, presidirá una oración desde el sagrario de la basílica de San Pedro. Así lo ha explicado al término del rezo del ángelus una vez más desde la biblioteca del Palacio Apostólico debido a la alarma sanitaria por el coronavirus.
“En estos días de prueba, mientras la humanidad tiembla con la amenaza de la pandemia, me gustaría proponer a todos los cristianos que unan sus voces hacia el Cielo. Invito a todos los jefes de las Iglesias y a los líderes de todas las comunidades cristianas, junto con todos los cristianos de las diversas confesiones, a invocar al Dios Altísimo y Todopoderoso, mientras recitamos simultáneamente la oración que Jesús Nuestro Señor nos ha enseñado”, ha dicho sobre la primera de sus citas.
En relación a la oración en el cementerio de San Pedro, ha invitado “a todos a participar espiritualmente a través de los medios de comunicación. Escucharemos la Palabra de Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos al Santísimo Sacramento, con el que al final daré la bendición Urbi et Orbi, a la que se adjuntará la posibilidad de recibir la indulgencia plenaria”.
Y es que estas dos citas responden al deseo del Pontífice de “responder a la pandemia del virus con la universalidad de la oración, la compasión y la ternura”, ha explicado al término de la oración mariana. El Papa ha expresado su cercanía a los más afectados, con un recuerdo especial al personal sanitario, la autoridades –”que toman decisiones difíciles por nuestro bien–, los voluntarios y a los policías y militares –”que tratan de mantener el orden”–. Asimismo, ha implorado que “se cumplan las medidas de los gobiernos por el bien de todos”, justo antes de salir al balcón ante una plaza desierta.
La Luz, corazón de la liturgia
Durante el rezo, el Papa se ha detenido en la luz, que es “el corazón de la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma”. “El Evangelio (cf. Jn 9, 1-41) cuenta el episodio del ciego a quien Jesús le da la vista. Este signo milagroso es la confirmación de la afirmación que Jesús dice de sí mismo: ‘Yo soy la luz del mundo’ (v. 5), la luz que ilumina nuestra oscuridad. Trabaja en dos niveles: uno físico y otro espiritual: el ciego primero recibe la vista y luego es llevado a la fe en Jesús”, ha señalado.
“Los fariseos y los doctores de la ley persisten en negarse a admitir el milagro, y le hacen preguntas insidiosas al hombre sanado. Pero los desplaza con la fuerza de la realidad: ‘Una cosa sé: estaba ciego y ahora lo veo’ (v. 25). Entre la desconfianza y la hostilidad de quienes lo rodean y lo cuestionan con incredulidad, hace un itinerario que lo lleva gradualmente a descubrir la identidad de Aquel que abrió los ojos y confiesa su fe en Él. Al principio lo considera un profeta ( ver v. 17); entonces lo reconoce como uno que viene de Dios (cf. v. 33); finalmente lo recibe como el Mesías y se postra ante él (cf. vv. 36-38). Entendió que al darle la vista Jesús ‘manifestó las obras de Dios’ (cf. v. 3)”, ha continuado Jorge Mario Bergoglio.
El Papa ha deseado que “también tengamos esta experiencia”. “Con la luz de la fe, el ciego descubre su nueva identidad. Ahora es una ‘nueva criatura’, capaz de ver su vida y el mundo que lo rodea bajo una nueva luz, porque entró en comunión con Cristo. Ya no es un mendigo marginado por la comunidad; ya no es esclavo de la ceguera y los prejuicios”, ha añadido.
La liberación del pecado
Para Francisco, el camino de luz del ciego es “una metáfora del camino de liberación del pecado al que estamos llamados”. “El pecado es como un velo oscuro que cubre nuestra cara y nos impide vernos a nosotros mismos y al mundo con claridad; el perdón del Señor quita este manto de sombra y oscuridad y nos da nueva luz”, ha subrayado.
Y ha proseguido: “El ciego sanado, que ahora ve tanto con los ojos del cuerpo como con los del alma, es la imagen de toda persona bautizada que, inmersa en la Gracia, ha sido arrancada de la oscuridad y puesta a la luz de la fe”. Pero “no es suficiente recibir luz, es necesario convertirse en luz. Cada uno de nosotros está llamado a recibir la luz divina para manifestarla con toda nuestra vida”, porque “la semilla de una nueva vida puesta en nosotros en el Bautismo es como la chispa de un fuego, que nos purifica, quema el mal que tenemos en nuestros corazones y nos permite brillar e iluminar”. “Que María Santísima nos ayude a imitar al ciego del Evangelio, para que podamos ser inundados con la luz de Cristo y caminar con él en el camino de la salvación”, ha concluido.