“Como sacerdote, he escuchado una avalancha de sentimientos en el último mes: pánico, miedo, ira, tristeza, confusión y desesperación. Cada vez más, siento que estoy viviendo en una película de terror, pero del tipo que instintivamente apago porque es demasiado inquietante”. De esta manera, recogida en un artículo en The New York Times, describe el jesuita James Martin la situación que el coronavirus está dejando a su paso en la ciudad de Nueva York, donde ya han sido confirmados más de 12.000 casos. “Incluso las personas más religiosas me preguntan por qué está sucediendo esto y dónde está Dios ahora mismo”, dice Martin.
Una pregunta que, sin embargo, no asombra al sacerdote, ya que “es esencialmente la misma que la gente hace cuando un huracán destruye cientos de vidas o cuando un solo niño muere de cáncer”. Se llama el “problema del sufrimiento”, “el misterio del mal” o la “teodicea”, y es una pregunta con la que “los santos y los teólogos han lidiado durante milenios”. Es, además, un debate sobre el que, a lo largo de los siglos se han ofrecido diferentes respuestas, sobre todo desde la perspectiva religiosa.
“Lo más común es que el sufrimiento es una prueba”, apunta Martin. Así, “el sufrimiento pone a prueba nuestra fe y la fortalece”. Pero, aunque explicar el sufrimiento como una prueba “puede ayudar en problemas menores”, falla en las “experiencias humanas más dolorosas”. De esta manera, Martin subraya que Dios no enviaría un cáncer para “evaluar a un niño”. “Sí, los padres del niño pueden aprender algo sobre la perseverancia o la fe, pero ese enfoque puede hacer que Dios sea un monstruo”, asevera.
“Lo mismo ocurre con el argumento de que el sufrimiento es un castigo por los pecados, un enfoque aún común entre algunos creyentes, que generalmente dicen que Dios castiga a las personas o grupos que ellos mismos desaprueban”, explica. “Pero Jesús mismo rechaza ese enfoque cuando se encuentra con un hombre que es ciego en el Evangelio de Juan, cuando le preguntan si el hombre tenía esa discapacidad por un pecado de sus padres o propio y Jesús señala que ni él ni sus padres pecaron”, subraya Martin.
“La confusión general para los creyentes se resume en lo que se llama la ‘tríada inconsistente’, que se puede resumir de la siguiente manera: Dios es todopoderoso, por lo tanto, Dios puede prevenir el sufrimiento”. Esto, ante la realidad de que Dios no previene el sufrimiento, deja dos opciones posibles: “o no es todopoderoso o no es todo amor”.
Ante esta situación, Martin considera que “la respuesta más honesta a la pregunta de por qué el virus Covid-19 está matando a miles de personas, por qué las enfermedades infecciosas causan estragos en la humanidad y por qué hay sufrimiento es que no lo sabemos”. “Para mí”, continúa el jesuita, “esta es la respuesta más honesta y precisa”. “También se podría sugerir cómo los virus son parte del mundo natural y de alguna manera contribuyen a la vida, pero este enfoque falla cuando se habla con alguien que ha perdido a un amigo o ser querido”, indica.
Sin embargo, a ojos del sacerdote, hay una pregunta importante para el creyente en tiempos de sufrimiento es este: “¿Puedes creer en un Dios al que no entiendes?”. “Si el misterio del sufrimiento no tiene respuesta, ¿a dónde puede ir el creyente en momentos como este? Para el cristiano y quizás incluso para otros, la respuesta es Jesús”, afirma.
“Los cristianos creen que Jesús es completamente divino y completamente humano”, dice, señalando que, en ocasiones, “pasamos por alto la segunda parte”. De hecho, “Jesús de Nazaret nació en un mundo de enfermedades” y, en su ministerio público, era una persona que “buscaba continuamente” a los enfermos. “La mayoría de sus milagros fueron curaciones de enfermedades y discapacidades”, apunta Martin.
Por eso, “en estos tiempos aterradores, los cristianos pueden encontrar consuelo al saber que cuando rezan a Jesús, rezan a alguien que los entiende no solo porque es divino y sabe todas las cosas, sino porque es humano y lo ha experimentado todo”. Pero, además, quienes no son cristianos “también pueden verlo como un modelo para el cuidado de los enfermos”, ya que, para Jesús, “la persona enferma o moribunda no era el ‘otro’, no era alguien a quien culpar, sino a nuestro hermano y hermana”.
“Cuando Jesús veía a una persona necesitada, los Evangelios nos dicen que su corazón se conmovía, y este es el modelo de cómo debemos cuidarnos durante esta crisis: con corazones conmovidos”, afirma Martin. “No entiendo por qué muere la gente, pero puedo seguir a la persona que me da un patrón de vida”.