Aquel 24 de marzo cayó en lunes. El día de la semana es lo de menos. En la capilla del hospital de la Divina Providencia se celebra un funeral de primer aniversario. El arzobispo de El Salvador remata su homilía. Un disparo certero y se consuma el martirio de san Romero de América. Pero también un asesinato sin resolver 40 años después.
Aunque quizá haya llegado la hora. Porque el aniversario coincide con la celebración del juicio que busca aclarar quiénes son los culpables de su muerte. Una causa reabierta hace tres años y ahora en plena fase de instrucción. Pero, ¿se logrará?
“No puedo saber a qué conclusiones llegarán los jueces salvadoreños”, señala a Vida Nueva Vincenzo Paglia, postulador de la causa de canonización del prelado: “Veremos si la justicia salvadoreña aportará nuevos datos”.
Más de cerca lo vive Alejandro Díaz, abogado de Tutela Legal “Dra. María Julia Hernández”, que ejerce de acusación particular: “Es un juicio por la memoria de todo un país y toda una comunidad internacional que clama justicia por un santo. En definitiva, se trata de poner en valor a todos los que defienden los derechos humanos y una garantía para nuestra memoria como salvadoreños”.
Lo cierto es que hace tan solo unos días la abogada especialista en derechos humanos del despacho Guernica 37 International Justice Chambers, la española Almudena Bernabéu García, ratificaba ante los fiscales del juzgado cuarto de Instrucción del país la participación del capitán Álvaro Saravia en la ejecución de Oscar Arnulfo Romero.
Lo hacía con el aval de haber logrado que una corte federal en California condenara al militar con 10 millones de dólares por participar en el magnicidio. “La condena nunca se cumplió, pero la causa consiguió admitir las responsabilidades y, sobre todo, considerar el asesinato de monseñor Romero, en 1980, como un crimen de lesa humanidad”, comenta Bernabéu.
Varias pruebas la avalaron. Por un lado, la declaración de Armando Garay, el conductor de aquel Volkswagen Passat rojo que llevó al autor material del crimen, que dijo ser conocedor de una reunión en la que se planificó todo y en la que participaron, entre otros, Saravia y Robert D’Aubuisson, fundador de la Alianza Republicana Nacionalista, el partido ultraderechista que gobernó el país entre 1989 y 2009.
Por otro lado, el informe de la Comisión de la Verdad de la ONU de 1993, con documentos desclasificados de los servicios secretos norteamericanos, que responsabilizan a D’Aubuisson como cabecilla del martirio, además de creador y jefe de de los escuadrones de la muerte que asolaron al país en los 80.
Eso sí, por el momento ni una prueba en firme sobre la identidad del francotirador. Todo son especulaciones al respecto. Se apunta a Marino Samayor, un suboficial que habría ejecutado a Romero por 114 dólares.
Pero también se baraja la posibilidad de un militar argentino como aquel que disparó un solo proyectil del calibre 22 de forma certera sin bajar del coche. Incluso se ha llegado a hablar del odontólogo salvadoreño Héctor Regalado, hombre de confianza de D’Aubuisson.
Este cuarteto se configuraría como los supuestos autores intelectuales. Supuestos, porque nunca se ha ratificado en sede judicial. Hasta este momento. Unas diligencias reabiertas después de que la Corte Suprema salvadoreña derogara la ley de amnistía que impedía investigar sobre la guerra que asoló el país entre 1980 y 1992, y que permitió que Saravia fuera absuelto en 1993.
Una impunidad que nadie se ha atrevido a romper hasta hace nada, teniendo en cuenta que el juez Atilio Ramírez Amaya sufrió un atentado a los tres días de hacerse cargo del caso y que el hombre que auxilió a Romero en la capilla y principal testigo, desapareció sin dejar rastro alguno.
¿Y el Vaticano? ¿Pudo proteger más a Romero para evitar su martirio? ¿Supo defender su memoria inmediatamente después por la vía de la investigación?
“La Santa Sede advirtió a Romero del peligro de ser asesinado y le ofreció asilo en Roma, pero él se negó a abandonar su país por un sentido de responsabilidad pastoral, no queriendo abandonar a sus fieles en el peligro y la sangre. En este sentido, era muy consciente del peligro que corría”, mantiene el también presidente de la Pontificia Academia para la Vida.
Hoy más que nunca, el legado de Romero está más que vigente: “Sus discursos contra la injusticia son una advertencia para todos los políticos. Su entorno expresaba estas aspiraciones evangélicas”. Para Paglia, “vivimos en un mundo presa de crecientes desigualdades y Romero predicaba precisamente contra la injusticia de unos pocos ricos que vivían sin querer compartir nada con los muchos pobres, pensando solo en aumentar su propia riqueza”.
Desde ahí, el postulador lanza un aviso a navegantes: “Los populismos no representan un triunfo de los pueblos que toman las riendas de sus destinos, sino un cegamiento de los pueblos por parte de hombres políticos demagógicos. Romero pedía a la política conciliarse con la ‘verdad’, amar al pueblo y hacer el bien”.