Este pasado 24 de marzo, la Iglesia que peregrina en San Salvador ha recordado con devoción a quien, hace 40 años, derramara la sangre del martirio sobre el mismo altar. Así, la Archidiócesis de San Salvador ha rendido todo tipo de homenajes a Óscar Arnulfo Romero, monseñor Romero, quien fue asesinado el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la misa, por un escuadrón de la muerte del régimen militar cuyas violaciones de los derechos humanos el pastor no dudaba en denunciar públicamente, llamando incansablemente al diálogo nacional entre el Ejecutivo y la guerrilla.
Tristemente, la amenaza del coronavirus ha obligado a que las misas en su memoria y una vigilia convocada por la Fundación Monseñor Romero hayan tenido que celebrarse sin la presencia de fieles, aunque transmitidas a través de las redes sociales y algunas emisoras de radio.
Pero nada de eso ha impedido que las ceremonias haya sido menos vivas, pues han tenido un seguimiento multitudinario. En el caso de la vigilia, por ejemplo, muchos artistas, cantantes y poetas siguieron la invitación de la Fundación Monseñor Romero y mandaron sus composiciones a modo de homenaje.
A su vez, mucha gente optó por poner en sus casas altares de San Romero de América, a quien ya se veneraba así por parte de fieles de toda Centroamérica y del mundo entero desde décadas antes de su canonización oficial, presidida en Roma por el papa Francisco. En Twitter, muchos jóvenes se volcaron y, a través de los hastags #SiguiendoLosPasosDeSanRomero y #ConRomeroPorLaJusticiaSocial, colgaron numerosos selfies posando junto a un grafiti del mártir salvadoreño.
El arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, celebró una eucaristía en su memoria en la capilla del arzobispado. En su emotiva homilía, recuperó un texto de Romero “para que sea él quien nos hable en esta situación tan grave que estamos viviendo”, en referencia a la pandemia. “Nuestro país no está perdido –dijo el mártir en una homilía, el 18 de noviembre de 1979, menos de un año antes de su asesinato–. Dios está con nosotros (…) y nos salvará”. Para el prelado, “estas serían las palabras que hoy nos dirigiría en estos momentos de prueba”, marcados por “el dolor, la angustia y la impotencia”.
Cuatro décadas atrás, El Salvador se desangraba por una guerra civil latente que ese 1980 se cobró la vida demás de 2.500 personas. Pese a ello, para Escobar Alas, Romero nos dejó su gran legado: “Su llamada a no tener miedo y a confiar en Cristo, (…) luz en medio de la oscuridad”. “Llenémonos de esperanza –concluyó el prelado– y oremos de corazón. La luz es Cristo y él no nos ha abandonado, ni nos abandonará”.
La misa celebrada en la cripta de la catedral metropolitana de San Salvador la presidió el sacerdote Francisco Cartagena. En su homilía, este destacó “la gracia para el pueblo salvadoreño” que ha supuesto Romero en su historia. Aunque “celebrada en cuarentena”, el presbítero pidió ir más allá y evocar la figura de Romero, tomándola como ejemplo, pues “vivió en santidad” y, así, se puso en disposición de recibir “la gracia de Dios” en forma de “martirio”. Teniendo el arzobispo santo “la eucaristía como el centro de su vida” fue como pudo soportar “los pequeños sacrificios” ante los que tenía que hacer frente “cada día”.
La Conferencia Episcopal de El Salvador ha querido sumarse a los numerosos homenajes y ha declarado este 2020 como “año jubilar martirial”.