Vaticano

El papa Francisco solo en San Pedro en el ‘Urbi et orbi’ ante el coronavirus: “Señor, no nos abandones”





“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”, ha clamado el papa Francisco ante una Plaza de San Pedro totalmente vacía por el confinamiento debido a la crisis del coronavirus. Ante la pandemia, el Pontífice ha presidido un “momento extraordinario de oración” y, de forma excepcional ha impartido la bendición ‘Urbi et orbi’ –tradicionalmente reservada para Navidad, Pascua y la primera aparición de un pontífice tras su elección–. Además, en esta ocasión se ha hecho con la custodia con Jesús Sacramentado, algo también inédito.



Desde el atrio de la basílica vaticana, al final de una tarde lluviosa en Roma, el Papa ha presidido una liturgia de la Palabra ante el icono de la Virgen ‘Salus Populi Romani’ (la Virgen de la Salud) y el Cristo de la Iglesia de san Marcelo, en el centro de Roma, famoso por haber liberado a Roma de la peste en el siglo XVI. En la celebración, que ha incluido un momento de adoración eucarística, el pontífice ha estado acompañado por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica, que ha recordado que la bendición concede a quien la recibe la indulgencia plenaria.

Algunas personas se acercaron a la entrada la Plaza de San Pedro y siguieron la celebración desde la cercana plaza de Pío XII a pesar de la copiosa lluvia. También oficiales vaticanos han seguido el acto desde la propia basílica.

El papa Francisco se dirige en solitario frente al atrio de la basílica de San Pedro (EFE).

Una tempestad en la historia

En la celebración se ha proclamado el milagro en el que Jesús calma la tempestad en medio del mar (Mc 4, 35-41). El Papa, antes de la bendición, ha señalado que como en el texto bíblico “nos ha sorprendido una tormenta inesperada y furiosa” y “descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Bergoglio se ha fijado en la “falta de fe de los discípulos” para presentar las muestras de desconfianza desatadas por la situación actual .“También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados”, señaló. Y es que, apuntó, “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas”. “La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos”, reclamó apelando a la “nuestras raíces” y la “memoria de nuestros ancianos”.

“Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”, prosiguió el Papa. Ante la prisa con la que vive el mundo, “codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material”, Francisco condenó que “no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”.

El papa Francisco venerando el Cristo de la iglesia de San Marcelo.

Tiempo para elegir

La situación actual, recomendó Bergoglio, es un momento “para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”. Siguiendo el ejemplo de tantas personas anónimas, “la fuerza operante del Espíritu” sigue plasmándose “en valientes y generosas entregas”.

Francisco elogió a todos los que no ocupan los titulares y están dándose a los demás: “médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”. Y es que, sentenció, en el sufrimiento “se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos”.

Un momento de la adoración eucarística.

La oración y el servicio como armas

Haciendo una llamada a la unidad, destacó la labor de quienes transmiten esperanza: “Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración”. “La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”, añadió.

No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”, reclamó también. Para Francisco, “esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”.

El Papa ha señalado la Cruz como el “ancla”, el “timón” y la “esperanza” a la que agarrarse en medio del “aislamiento”. “El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita”, añadió.

Invitando a desarrollar “nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”, Francisco ha querido con la bendición especial transmitir el “abrazo consolador” de Dios porque “nuestra fe es débil y tenemos miedo”. “Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”, ha concluido.

Momento en el que el papa Francisco imparte la bendición ‘Urbi et Orbi’.

 

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