La división que marca la existencia de Sudán del Sur desde su fundación nacional (en 2011, cuando se independizó de Sudán) se extiende a todos los ámbitos de la sociedad. Así, este país marcado por la guerra civil y cuya paz, pese a ser ratificada por todos los grupos enfrentados, no acaba de impregnar a la población, también evidencia sus prejuicios y rechazos en el seno de la Iglesia.
Un episodio especialmente sintomático se ha vivido estos días con la toma de posesión del nuevo arzobispo de Juba, Stephen Ameyu Martin Mulla, hasta ahora prelado de Torit, en el sur del país.
La ceremonia, celebrada el domingo 22 de marzo en la catedral de la que es la capital del país, estuvo marcada por la fuerte oposición de muchos fieles y representantes del clero local.
Algo que ya se daba por seguro, pues, semanas antes, hasta tres presbíteros y cinco prestigiosos laicos de la diócesis habían escrito una carta dirigida al mismo papa Francisco para demandarle que diera marcha atrás y frenara su designación, ya que “en ningún caso será aceptado como arzobispo de Juba”.
¿Los motivos? Que Ameyu, del grupo étnico Madi, “no habla dialectos locales”, los propios de la etnia dominante en Juba, la Bari. Y también con la acusación de que habrían sido distintos altos representantes de la Iglesia sursudanesa, todos ellos Bari, los que habrían conseguido ante Roma hacerse con el control del obispado más prestigioso e influyente del país.
La última acusación en la misiva, a la que ha tenido acceso La Croix, es la más grave contra la imagen del pastor: le acusan formalmente ante la Santa Sede de estar inhabilitado para su cargo por (según ellos) tener una esposa y seis hijos.
La tensión fue tal en la ceremonia del día 22 (dos semanas antes, un grupo de críticos agredieron al organizador de la misa) que afectó incluso al propio presidente del país, Salva Kiir Mayardit, cuya comitiva fue atacada por un vehículo en dirección contraria y cuya intención era empotrarse contra el coche en el que viajaba el mandatario.