Para Atanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana (Kazajistán), la epidemia del Covid-19 es “sin duda” una “intervención divina para castigar y purificar al mundo pecador y también a la Iglesia”. Así lo ha afirmado, al menos, en una entrevista concedida a The Remnant, donde el prelado reflexiona ampliamente sobre los “pecados” que, a su juicio, la Iglesia y el mundo han cometido, haciéndoles merecedores de la pandemia.
De esta manera, Schneider asegura que la presencia de la Pachamama en el Vaticano durante el Sínodo de la Amazonía fue una “abominación” que se llevó a cabo “con la aprobación del Papa”, con el consiguiente “gran pecado de infidelidad al Primero de los Diez Mandamientos”. “Todo intento de minimizar este acto de veneración no puede hacer frente a la avalancha de evidencias y razones obvias”, asevera el obispo.
Por ello, Schneider cree que “estos actos de idolatría fueron la culminación de una serie de actos de infidelidad a la salvaguarda del depósito divino de la fe por parte de muchos miembros de alto rango de la jerarquía de la Iglesia en las últimas décadas”. De esta manera, si bien matiza que no tiene “la certeza absoluta de que el brote del coronavirus sea una respuesta divina a los eventos de la Pachamama en el Vaticano”, subraya que “considerar esa posibilidad no sería descabellado”.
Un “pecado” que, para el prelado, solo se ha visto empeorado por la actuación de los obispos durante esta crisis. “Mi impresión general”, dice, “es que la mayor parte de los obispos ha reaccionado de forma precipitada y por pánico al prohibir todas las misas públicas y, lo que es aún más incomprensible, al cerrar las iglesias”. Y es que Schneider considera que, de esta manera, han actuado “más como burócratas civiles que como pastores”.
“Al centrarse únicamente en las medidas de protección higiénica”, señala, “han perdido la visión sobrenatural y han abandonado la primacía del bien eterno de las almas”. Y es que, “mientras los supermercados estén abiertos y accesibles y las personas tengan acceso al transporte público”, para Schneider no existe “una razón plausible para prohibir que las personas asistan a la Santa Misa en una iglesia”.
“Si un sacerdote observa de manera razonable todas las precauciones sanitarias necesarias y es prudente, no tiene que obedecer las instrucciones de su obispo o del gobierno y suspender la misa para los fieles”, afirma, ya que “estas directivas son una ley meramente humana”, pero “la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las almas”.
En toda la gestión que ha hecho la Iglesia –haciendo hincapié especialmente en Francisco y los obispos que han desaconsejado las misas con fieles–, el prelado ve que la Iglesia “ha perdido su visión de lo sobrenatural”. “En las últimas décadas”, sostiene, “muchos miembros de la jerarquía de la Iglesia han estado inmersos en asuntos seculares, mundanos y temporales y, por ello, se han vuelto ciegos ante las realidades sobrenaturales y eternas”.
“Sus ojos se han llenado con el polvo de las ocupaciones terrenales”, asegura. Por este motivo, “su reacción al manejar la epidemia de coronavirus ha revelado que le dan más importancia al cuerpo mortal que al alma inmortal del hombre”. De hecho, para Schneider “los mismos obispos que ahora tratan de proteger (a veces con medidas desproporcionadas) los cuerpos de sus fieles de la contaminación de un virus material, son quienes permitieron tranquilamente que el virus venenoso de las enseñanzas y prácticas heréticas se extendiera entre su rebaño”.
Por último, el obispo de Astana mantiene que la situación actual proporciona “suficientes motivos para pensar” que este es el inicio “de un tiempo apocalíptico que incluye castigos divinos”, en el que “el cese casi general del sacrificio público de la Misa podría interpretarse como un vuelo a un desierto espiritual”.
Para Schneider, la limitación de acceso a la eucaristía es algo tan “único y grave que revela algo mucho más profundo”. “Este evento se ha producido casi cincuenta años después de la introducción de la comunión en mano (en 1969) y de una reforma radical del rito de la misa con elementos protestantes”, explica, refiriéndose a las oraciones del ofertorio.
“La praxis de la comunión en la mano”, apunta, “ha llevado a una profanación con y sin intención del cuerpo eucarístico de Cristo a un nivel sin precedentes”, ya que, según el obispo, “en no pocos católicos la práctica de recibir la comunión en la mano ha debilitado la fe en la Presencia Real, en la transubstanciación y en el carácter divino y sublime de la Sagrada Hostia”.
“Ahora el Señor ha intervenido y ha privado a casi todos los fieles de asistir a la Santa Misa y de recibir la Sagrada comunión de forma sacramental”, asevera. Un evento que, para este prelado, debería ser entendido “por el Papa y los obispos como una amonestación divina” por estos cincuenta años de “profanaciones y trivializaciones eucarísticas”. Al mismo tiempo, Schneider sugiere que se deberían aprobar “nuevas normas litúrgicas” para que “la adoración eucarística se purifique”.
“Podríamos sugerir que el Papa, junto con cardenales y obispos, lleve a cabo un acto público de reparación en Roma por los pecados contra la Sagrada Eucaristía y por el pecado de los actos de veneración religiosa a las estatuas de la Pachamama”, insiste Schneider. “El Papa también debería prohibir la práctica de la comunión en mano”, añade, ya que “la Iglesia no puede continuar sin castigo por tratar de una manera tan superficial al Santo de los Santos en la pequeña hostia consagrada”.