A pesar de la suspensión de la celebración masiva por los 500 años de la primera misa en territorio argentino, el obispo de Río Gallegos, Jorge García Cuerva, presidió la Eucaristía para conmemorar aquel evento. Se siguió el protocolo requerido por las autoridades ante la pandemia del coronavirus: la misa fue celebrada sin la participación de los fieles.
La Eucaristía se realizó en la sede del obispado. Lejos quedó el deseo de la celebración en el lugar de aquella primera misa. Así lo señaló el obispo señaló en su homilía: “Este 1 de abril esperábamos estar en San Julián, y allí vivir tres días de encuentro y celebración… Puede haber en nosotros un dejo de desazón y tristeza…”.
El Evangelio de la multiplicación de los panes y los pescados fue el eje de la homilía. Comentó que Jesús, al ver a una gran multitud necesitada y hambrienta, descubre lo que le pasa a toda esa gente. “Jesús es un enamorado de la gente; un enamorado de su pueblo; quizás por eso, con sólo levantar los ojos ya sabe lo que les pasa”, admitió el obispo.
El obispo agregó que Jesús conoce lo que la multitud necesita, y “sustituye la lógica del comprar con otra lógica, la lógica del dar”. “A 500 años de la primera misa en territorio argentino, participar en la Eucaristía significa entonces entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la fraternidad”, agregó.
“El Pan que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino el más profundo, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios”. Y continuó: “Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la desinformación; el pan viejo de la indiferencia y la insensibilidad; estamos empachados de panes sin sabor, fruto de la intolerancia; el pan agrietado por el odio y la descalificación; como nos dice el papa Francisco: ‘Digámoslo con fuerza y sin miedo: tenemos hambre, Señor’.
El obispo de la diócesis más austral del país comentó que durante la preparación de este aniversario “hemos aprendido a soñar grande como Magallanes y a vencer los miedos: soñamos con encontrarnos los distintos, sin miedo a intercambiar opiniones; soñamos con trabajar desde el consenso, sin autoritarismos o bajadas de línea desde afuera; soñamos que nos podíamos reencontrar en el presente pidiendo perdón por las heridas del pasado…”.
“En todo este tiempo recuperamos los sueños, y perdimos los miedos”, sostuvo García Cuerva. Y siguiendo el ejemplo de Magallanes y Elcano, con cuya expedición coronaron la primera vuelta al mundo, invitó a “dar vuelta al mundo, a hacer la revolución de la ternura, salir de nosotros mismos y anunciar al mundo con palabras y obras que Jesús nos ama, que está entre nosotros en la Eucaristía y en el hermano, y que quiere que seamos felices”.
“A 500 años de aquella gesta, nosotros le pedimos al Señor Eucaristía que nuestra vida también recobre el sabor, las ganas, el entusiasmo, y la entreguemos en el servicio a los hermanos más pobres, para que el sueño de Jesús sea una realidad; la civilización del amor, en la lógica de la fraternidad, en la lógica del dar, del encuentro en la diversidad; porque nadie se salva solo; como nos decía el Papa el viernes, todos estamos en la misma barca, en medio de la tormenta remando juntos…”, exhortó el obispo.
Jorge García Cuerva, al dar la homilía, no eludió el momento presente, y refirió que En este tiempo de pandemia, consideró, “las necesidades de nuestro pueblo parecen multiplicarse y, entonces, puede surgir la tentación de mirar para otro lado; o de bajar la vista al piso”.
“En este tiempo de pandemia, ante el sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, el prelado animó a preguntarse “¿Qué podemos hacer nosotros?”. Al respecto, afirmó: “Lamentarnos que no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos“, afirmó el obispo.
Ratificó que Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad. “Que celebrar en este duro contexto, estos 500 años de la primera misa, nos anime en el deseo de compartir lo que somos y tenemos, para que realmente todos se sientan invitados a la mesa grande de la Argentina”.
El Papa no quiso estar ausente en esta fecha y envió una carta al obispo que fue compartida con todos los fieles que siguieron la transmisión de la Eucaristía, a través de los medios y las redes sociales.
“Estamos como los discípulos de Emaús, caminando con «el semblante triste» por lo que sucede, intranquilos por cómo se desarrollará y preocupados por las consecuencias que dejará. Qué bien que nos hace en este contexto decir suplicantes como ellos: «quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba» Señor”, manifestó Francisco.
Mostrando una vez más su cercanía, dijo en su mensaje: “Sé que por la situación dolorosa y angustiante que golpea tantas regiones del mundo y a la que no son ajenos, tuvieron que cancelar la celebración”. Y continuó: “Me contaron que trabajaron duro, con fuerza y mucha ilusión. Querían que la alegría y el festejo por el don recibido no quedara limitado a unos pocos…”
“En estos momentos donde el contacto viene medido y evitado, es imprescindible que podamos rememorar y aprender ese sentir eucarístico que sólo el Señor nos puede enseñar. No dejemos que la fiesta se apague, no perdamos la oportunidad de asumir y acoger nuestro presente como un tiempo propicio de gracia y salvación con todo el empeño que esto significa. Hoy como ayer siguen resonando en los distintos pueblos, parroquias, capillas, hospitales, colegios, casas, ciudades y barriadas las palabras del Señor «hagan esto en memoria mía»”