Un olivo frente al altar de la cátedra de san Pedro en la basílica vaticana, el Cristo de san Marcelo ante el que Roma pidió el fin de la peste en el XVI y el icono de la Virgen María de la Salud, ‘Salus Populi Romano’. Estos tres elementos han servido de trasfondo simbólico para la celebración del Domingo de Ramos que el papa Francisco ha presidido en la intimidad debido a las medidas de seguridad por la pandemia del coronavirus.
Ante una docena de personas, el pontífice ha bendecido unos ramos con la fórmula más sencilla todo en el interior del templo. Tres sacerdotes ha proclamado la lectura de la pasión según san Mateo –que este año no ha sido cantada–, las peticiones –que han incluido un recuerdo por “los gobernantes en este momento de prueba”– han sido todas leídas por el mismo lector en italiano y en la celebración se han guardado otras prevenciones como que el diácono no ha invitado a los presentes a intercambiar un gesto de paz –12 fieles en los bancos, además del clero, ceremonieros y coro reducido sin niños– o la preceptiva distancia social para recibir la comunión.
En su homilía, el papa Francisco ha invitado a que en estos “días santos” se contemple a “Jesús como ‘siervo’: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo”. Y es que “Dios nos salvó ‘sirviéndonos’” porque “nos sirvió gratuitamente, nos amó primero”, apuntó. “Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva”, razonó.
Un servicio que se expresa en dar “su vida por nosotros”. “Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal”, añadió Francisco. “Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor”, prosiguió.
Un camino que llevó a Jesús a amar a la humanidad incluso en “la traición y el abandono”. “Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos”, denunció el Papa. Y, aterrizando en nuestras traiciones lamentó que surge una “desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido” porque “nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado”. Por eso, a “Dios que es amor” le duele la traición.
“Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos”, acusó el pontífice. Pero, recordó, “el Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas”. E invitó a mirar al Crucificado y decirle: “Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”
“Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre”, prosiguió Bergoglio. Una experiencia que ayuda a los creyentes porque “cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos”.
“He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono”. Un sufrimiento que se plasma “hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”, apuntó.
Siguiendo este ejemplo, el Papa ha recordado que “podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece”. Y es que, reflexionó, “el drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor”, señaló en alusión al confinamiento por el coronavirus.
Por ello, invitó a “en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene”. “Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer”, añadió. Una actitud a mantener aunque, dijo comprensivo Francisco, “es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva la vida”.
En alusión a la 35 Jornada Mundial de la Juventud, propuesta para este domingo a las diócesis, invitó a mirar “a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días”. Estos héroes, señaló el Papa, “no son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás”.
Por ello, pidió Bergoglio a los jóvenes: “Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose”, concluyó.