Fermín Labarga, director del Secretariado de Hermandades y Cofradías de la Diócesis de Calahorra y la Calzada-Logroño, ha escrito en la web diocesana un mensaje a los miembros de todas las cofradías riojanas ante la excepcionalidad de vivir una Semana Santa sin ninguna presencia en la calle.
“Nunca olvidaremos –reconoce el sacerdote– esta Cuaresma del año 2020. Cuando nuestras cofradías ya lo tenían todo dispuesto para la celebración de la Semana Santa, cuando ya se estaban desarrollando los actos propios del tiempo cuaresmal, cuando sentíamos tan cerca el momento único, esperado todo el año, de salir a la calle acompañando a nuestras imágenes, … todo cambió de repente. Las noticias de la rápida extensión de un virus que venía de muy lejos dejaron de ser algo ajeno para insertarse en nuestras vidas de un modo cruel”.
“La sociedad –ilustra– se ha paralizado y todos tenemos miedo ante la posibilidad real del contagio y de la muerte. En estas circunstancias, nos disponemos a celebrar la Semana Santa”. Y es que, “si el mensaje de la Semana Santa es siempre profundamente alentador”, si cabe, “aún más este año, porque es el mensaje del triunfo de la Vida sobre la muerte. Cristo ha vencido y, con Cristo, y en Cristo todos los que creemos en Él”.
Para el teólogo, “este es el misterio central de nuestra fe que, año tras año, celebra la Iglesia en el Santo Triduo Pascual, núcleo de todo el año litúrgico. Por eso, la Semana Santa no puede trasladarse de fecha”, celebrándose “a puerta cerrada debido a las disposiciones de las autoridades civiles y sanitarias”.
“Este año –lamenta Labarga– no habrá procesiones, en ningún sitio. Por primera vez, desde hace muchísimos años, las procesiones no van a recorrer las calles de nuestros pueblos y ciudades de España durante la Semana Santa. Casi todos habéis experimentado la tristeza que produce una lluvia inoportuna que impide que nuestra procesión, en alguna ocasión, pueda salir a la calle. Este año el dolor es compartido por todos los hermanos de todas las cofradías”.
Con todo, el presbítero propone recoger este dolor y “ofrecerlo a Dios como un gran sacrificio, porque es algo que nos resulta costoso, penoso. Precisamente, en la Semana Santa contemplamos los tormentos que Cristo quiso sufrir por nosotros en la Pasión. Para redimirnos. (…). Este año, queridos hermanos, tenemos una ocasión preciosa para ‘sufrir’ con Cristo en favor de la Iglesia, en favor de todos los demás y de una manera muy particular, de los que están padeciendo con mayor virulencia la fuerza del virus: los enfermos, quienes les cuidan y asisten, y sus familias. Y nuestro dolor, unido al de Cristo, será también fuente de vida y de esperanza”.
Para concretar ese afán espiritual, Labarga anima a que, “pese a que estemos encerrados en casa, acudamos puntualmente a la procesión de nuestra cofradía, aunque este año sea solo con el deseo. Os propongo que, a la hora en que debería salir la procesión, os recojáis, guardéis silencio y abráis las puertas de vuestro corazón para que de él salga la mejor procesión de nuestra vida. Una procesión que va a recorrer las calles vacías de un mundo triste y dolorido, en el que muchos hermanos nuestros agonizan en la soledad o acompañados desde la distancia, como Cristo, pero nunca solos, porque Él está a su lado”.
“Y –añade–, dado que este año somos nosotros quienes podemos fijar el recorrido de la procesión, os propongo que os acerquéis hasta los hospitales, las residencias de ancianos y las casas donde hay enfermos, que paréis el paso delante y recéis por ellos y con ellos”.
En este punto, el escrito adquiere un tono literario y el teólogo describe cómo es este paso íntimo: “En toda procesión, la cruz abre el cortejo. La cruz es la señal del cristiano y del cristianismo. Gracias a Cristo, dejó de ser instrumento de muerte para convertirse en símbolo de amor, entrega y vida. Detrás vienen las filas de hermanos, con su cirio en mano. Este año, la luz, reflejo de Cristo y símbolo de la fe, es más necesaria que nunca, pues la tristeza se cierne como poderosa tiniebla que oscurece el discurrir de nuestras vidas”.
“Acompañando la procesión –dibuja en el alma–, va también la banda, con sus redobles y sus sones luctuosos. Este año, la música será tan solo el clamor de nuestra oración, que se eleva al cielo suplicando piedad y agradeciendo el gran servicio que tantas personas están haciendo en favor de los demás”.
“Y, por fin –remata–, la venerada imagen de Cristo que sufre, o de la Virgen en sus dolores, que concentra nuestro fervor. Seguro que estamos acudiendo cada día a sus pies para pedir, suplicar, dar gracias, llorar, sonreír, alabar… El paso sale a la calle resplandeciente porque no falta un detalle: ni la iluminación, ni las flores, ni nada. Este año no vamos a poder ponerle flores, pero sí podemos ofrecerle al Señor los lirios de nuestra contrición, los claveles de nuestra fidelidad y las rosas de nuestro cariño. Y podemos alumbrarle con un cirio que simbolice la ofrenda de un propósito serio de conversión (por ejemplo, acercándonos al sacramento de la Penitencia), de una entrega más generosa a los demás, de un testimonio de vida cristiana sin complejos”.
Labarga llama a que esta acción se celebre en familia, “especialmente con los niños. Como seguramente tenéis un cuadro de la sagrada imagen de vuestra cofradía, poneos delante y revivid juntos la procesión, recorriendo con Cristo las calles de la Amargura. Os propongo que leáis con solemnidad el relato de la Pasión, tomándolo de los Santos Evangelios, o bien que recéis piadosamente el Viacrucis o los misterios dolorosos del Rosario”.
“Aunque –anima– estemos separados físicamente, si todos los hermanos de la cofradía, a la hora en que deberían haberse abierto las puertas del templo para salir en procesión, estamos comenzando en nuestras casas esta peculiar procesión interior, la Semana Santa de este año no será una más. Os aseguro que será una vivencia única y distinta, profunda y consoladora, triste y gozosa al mismo tiempo.
Sin duda, esta honda vivencia cobrará un especial significado en la noche del Sábado Santo, marcado por “el silencio y la soledad”, pues “Cristo está en el Sepulcro y el Corazón de María conserva la llama de la fe de la Iglesia”. Así, “esta Semana Santa va a ser, de hecho, como un prolongado Sábado Santo. Pongamos bajo el manto, grande, de la Virgen a nuestros hermanos cofrades que han fallecido recientemente junto con todos nuestros seres queridos y todos los que han caído víctimas de esta terrible epidemia”.
“Y no olvidemos –concluye– que, tras la oscuridad, el silencio y la soledad siempre llega el gran gozo de la Pascua, de la victoria de Cristo que, Resucitado, proclama que es Señor de la vida y de la muerte. (…) En latín, ‘salus’ significa tanto la salud corporal como la salvación. Pidámosle al Médico divino la medicina que nos procure, cuanto antes, la salud y la salvación”.