Si de por sí los oficios del Viernes Santo, la celebración de la Pasión del Señor, requieren un minimalismo litúrgico; este año, en plan crisis por el coronavirus, las restricciones sanitaria han hecho que el silencio y el vacío en la basílica de san Pedro sea el mayor de su historia. La celebración en esta ocasión se ha trasladado al altar de la Cátedra como en días anteriores y a un horario que no es tampoco el habitual del Viernes Santo, a las seis de la tarde.
Por las víctimas de la pandemia
La celebración, con el mínimo de gente necesaria para desarrollar la liturgia y una pequeña representación de fieles, comenzó a media con el papa Francisco postrado en el suelo en señal de penitencia y adoración sin cantos y con vestiduras rojas. En el transcurso de la celebración, los protocolos han hecho que la adoración de la Cruz la haga solo el Papa ante el Cristo que se venera en la iglesia romana de san Marcelo y vinculado a la epidemia de la peste.
La celebración ha incluido, en la solemne oración universal del Viernes Santo, una oración especial “por quienes sufren en tiempo de pandemia”. Un recuerdo “por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y la salvación a todas las víctimas que han muerto”. El Papa ha pedido a Dios: “mira compasivo la aflicción de tus hijos que padecen esta pandemia; alivia el dolor de los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge en tu paz a los que han muerto y, mientras dura esta tribulación, haz que todos puedan encontrar alivio en tu misericordia”.
Los efectos de la Cruz
El Papa, que preside la celebración, en cambio no hace la homilía. Ha sido, un año más el predicador de la Casa Pontificia Rainiero Cantalamessa el encargado de hacerlo. Sin más ornamento litúrgico que su hábito de capuchino, Cantalamessa ha señalado que el relato de la Pasión “es el relato del mal objetivamente más grande jamás cometido en la tierra” y invitó a comprenderlo desde sus efectos. Y en relación con la situación actual señaló que “la cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí”. “Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de ‘sacramento universal de salvación’ para el género humano”, sentenció.
También respecto a la pandemia del Coronavirus, que nos ha despertado “el del delirio de omnipotencia”, ha invitado a mirar los efectos, como el de “recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos”. Dios “trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos.”, apuntó. “. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!”, clamó recordando que “si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros?”
“Dios ‘sufre’, como cada padre y cada madre. Cuando nos enteremos un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra él en la vida”, subrayó añadiendo que “Dios participa en nuestro dolor para vencerlo”. “Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad”, comentó el capuchino.
Muros olvidados
Cantalamessa destacó el “sentimiento de solidaridad” que la crisis sanitaria ha despertado. “Nos hemos olvidado de los muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un instante ha derribado todas las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos volver atrás cuando este momento haya pasado”, aplaudió. Es por ello, una oportunidad para decir “basta a la trágica carrera de armamentos” y destinar esos recursos a las necesidades de las víctimas.
Por ello, invitó a “gritar a Dios”. “Es él mismo quien pone en labios de los hombres las palabras que hay que gritarle, a veces incluso palabras duras, de llanto y casi de acusación”, apuntó. “Miremos a Aquel que fue ‘levantado’ por nosotros en la cruz. Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano. Quien lo mira con fe no muere. Y si muere, será para entrar en la vida eterna”, invitó también.
“Después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!”, concluyó.