Vaticano

Las voces de los encarcelados rompen el silencio de la noche en el Via Crucis de San Pedro





Nadie podía prever cuando se empezó a preparar este ‘Via Crucis’ de 2020 que se iba a tener que abandonar el tradicional escenario en torno al Coliseo romano. Tampoco que el coronavirus tendría media humanidad en situación de confinamiento cuando el papa Francisco encargó los textos a unos reclusos. En la tarde de este Viernes Santo del 10 de abril estos hechos se han vuelto providencia en una oración que se ha cebrado en el atrio frente a la basílica de San Pedro ante la plaza nuevamente vacía por las medidas de seguridad.



Al terminar la meditación de las estaciones, el papa Francisco no ha dirigido al crucificado una oración espontánea como ha hecho en otras ocasiones. Simplemente, en el silencio de la noche, recibió la estola e impartió la bendición apostólica. Silencio para contemplar.

Necesitados de salvación

Las meditaciones del ‘Via Crucis’ han sido preparadas por 14 internos y colaboradores pastorales –5 prisioneros, una familia víctima de un delito de homicidio, la hija de un hombre condenado a cadena perpetua, una educadora de instituciones penitenciarias, un juez de vigilancia penitenciaria, la madre de un encarcelado, una catequista, un fraile voluntario, un agente de policía penitenciaria y un sacerdote que fue acusado y ha sido absuelto definitivamente tras 8 años de proceso judicial– del Centro Penitenciario “Due Palazzi” de Padua, a través del capellán Marco Pozza y la voluntaria Tatiana Mario.

“Muchas veces, en los tribunales y en los periódicos, resuena ese grito: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Es un grito que también escuché referido a mí: fui condenado, junto con mi padre, a la pena de cadena perpetua”, se oyó en la primera estación. “Me parezco más a Barrabás que a Cristo y, sin embargo, la condena más feroz sigue siendo la de mi propia conciencia”, resuena en atrio exterior de San Pedro.

“Él nos invita a tener abierta la puerta de nuestra casa al más débil, al desesperado, acogiendo a quien llama aunque sólo sea por un plato de sopa. Haber hecho de la caridad nuestro mandamiento es para nosotros una forma de salvación, no queremos rendirnos ante el mal”, señalan unos ancianos padres cuya hija fue asesinada. “En esta noche de dolor, nos dirigimos suplicantes a tu Padre para confiarle a todos los que han sufrido violencias e injusticias”, imploran.

La misericordia que sana

“Mi primera caída fue pensar que en el mundo no existiese la bondad. La segunda, el homicidio, fue casi una consecuencia; ya estaba muerto por dentro”, escribe uno de los reclusos. Mientras que una madre de uno de ellos confiesa: “Cargué con las culpas de mi hijo, también pedí perdón por mis responsabilidades. Imploro para mí la misericordia que sólo una madre puede experimentar, para que mi hijo pueda volver a vivir después de haber expiado su pena”.

Otro encarcelado señalaba: “Estoy envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a confiar en el hombre algún día, con convertirme en un cirineo de la alegría para alguien”. Por su parte, un catequista afirmaba desde su experiencia que “las lágrimas derramadas pueden transformarse en el germen de una belleza que era incluso difícil imaginar”. Y otro preso: “En la cárcel me convertí en abuelo; me perdí el embarazo de mi hija. Un día, a mi nieta no le contaré el mal que cometí, sino solamente el bien que encontré. Le hablaré de quien, cuando estaba caído, me llevó la misericordia de Dios”.

Un sacerdote injustamente condenado relató su calvario personal y cómo “el día que fui absuelto de todos los cargos, descubrí que era más feliz que diez años atrás; pude tocar con mi mano la acción de Dios en mi vida. Colgado en la cruz, mi sacerdocio se iluminó”. “Una verdadera justicia sólo es posible a través de la misericordia, que no clava al hombre en la cruz para siempre, sino que se ofrece como guía para ayudarlo a levantarse, enseñándole a captar el bien que, no obstante el mal cometido, nunca se apaga totalmente en su corazón”, señaló un juez. Un religioso, por su parte, confesaba que “las personas detenidas son, desde siempre, mis maestros”. “Hago todo lo que puedo por defender la esperanza de aquellas personas que se encierran en sí mismas, que sienten temor ante la idea de salir un día y correr el riesgo de ser rechazadas una vez más por la sociedad”, relataba un policía en la última estación.

El capellán de la cárcel de Padua, Marco Pozza, portando la cruz en una de las estaciones.

El agradecimiento del Papa

En esta edición han portado la cruz dos grupos de varias personas, uno formado por personal de la prisión de “Due Palazzi” y otro de la Dirección de Salud e Higiene del Vaticano como los médicos que están llevando a cabo los protocolos por el coronavirus. El itinerario comenzó en el obelisco y terminó junto al Cristo de san Marcelo, en el atrio. El papa Francisco portó la cruz durante la última estación.

Esta mañana el papa Francisco ha enviado un mensaje de agradecimiento a la cárcel de Padua. “Gracias por haber compartido conmigo una parte de vuestra historia”, les escribió. “Quiero daros las gracias también porque habéis esparcido vuestros nombres no en el mar del anonimato, sino en el de las muchas personas vinculadas al mundo de la prisión. Así, con el ‘Via Crucis’, prestaréis vuestra historia a todos aquellos en el mundo que comparten la misma situación”.

El Coleseo vacío en este Viernes Santo de 2020.

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