El coronavirus sigue dejando una Semana Santa atípica con una Vigilia Pascual con los simplificados en el Vaticano. El papa Francisco inició la celebración en torno a una pequeña hoguera en torno al altar de la Confesión –frente al baldaquino de Bernini–. Concluido el lucernario –sin la preparación del cirio pascual y el encendido de velas entre los fieles representativos que había en el templo–, la liturgia prosiguió, como los días de atrás, en el altar de la Cátedra de San Pedro. En el espacio celebrativo, como ocurre desde hace más de una semana estaban el Cristo de san Marcelo ante el que Roma pidió el fin de la peste en el XVI y el icono bizantino de la Virgen María de la Salud, ‘Salus Populi Romano’.
Se han mantenido en esta celebración otros símbolos como el encendido de luces para el pregón que supone el canto del pregón pascual, el ‘Exsultet’ –con un eco poco habitual en una misa así–, y el volteo de campanas durante el canto del Gloria. Otro elemento característico de la Vigilia en el Vaticano –y en algunas diócesis– es la administración de los sacramentos de la iniciación cristiana a algunos catecúmenos de todo el mundo. Esto se ha reflejado en la novación de las promesas bautismales.
“Este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio”, clamó el papa Francisco al comienzo de su homilía invitando a contemplar a las mujeres que van al sepulcro. “Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón”, señaló. Dolor al que sigue el miedo y la “inquietud por el futuro” ya que dejó “la memoria herida, la esperanza sofocada”.
Ante esta situación, el pontífice alabó que “las mujeres no se quedaron paralizadas” sino que se pusieron a “prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús”. Es decir: “No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón”. Señalando a María que “rezaba y esperaba”, Bergoglio apuntó que “sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del ‘primer día de la semana’, día que cambiaría la historia”. “Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza”.
El mensaje del Resucitado, para el Papa, es claro: “No temáis, no tengáis miedo, he aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando”.
“En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos”, reivindicó Francisco. Ante la tentación de caer en el pesimismo, el pontífice relataba: “Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse”. Sin embargo, “la esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida”.
Del sepulcro, “Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra”, prosiguió. “No cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte”, reclamó. E interpelando directamente a los fieles prosiguió. “Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido”.
En esta clave, Francisco ha reivindicado la palabra evangélica “Ánimo” que utiliza Jesús y que aparece en un pasaje clave de una de las novelas más conocidas de la literatura italiana, ‘Los Novios’ de Manzoni. El ánimo “no te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don” y recibiendo a Jesús en la oración se puede tener. “Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús”, señaló.
“A pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes”, continuó.
Francisco terminó la homilía con una llamada al envío a testimoniar en “la vida cotidiana, la familia, el trabajo”. “Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba”, prosiguió.
“El anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados”, señaló. “Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte” y “acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras, que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario”, clamó para concluir.