En este tiempo de “tanta angustia y dificultad” a causa de la pandemia del coronavirus, el papa Francisco ha reclamado, este Domingo de Resurrección, un “salario universal” para los trabajadores más humildes en una carta dirigida a los miembros de los movimientos populares mundiales, en donde vuelve a denunciar que la globalización “les ha excluido de sus beneficios”.
“Si la lucha contra el COVID-19 es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo”, afirmó el pontífice
“Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado”, denuncia el Papa en su texto, en donde además subraya que “se les mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través de la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico”.
Con un mundo confinado debido a una pandemia que amenaza con provocar una depresión económica de incalculables consecuencias, el Papa quiso destacar la especial dificultad que esta situación acarrea para los más vulnerables, y el especial papel que frente a ellos juegan estos trabajadores: “Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso de sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco de corazón”.
De ahí que, ante una situación inédita en el último siglo, que hace surgir el egoísmo también entre los Estados, Francisco lanza un ruego: “Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir”.
“Sé que ustedes –señala a los representantes de estos movimientos, con los que ya se ha reunido en tres ocasiones desde 2014, dos en Roma y una en Bolivia–han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus perjuicios”.
“Los males que aquejan a todos –prosigue la carta papal–, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos”.
Pero junto a la reclamación de esta necesidad urgente, Jorge Mari Bergoglio quiere ir más allá e invita a los líderes de estos movimientos “a pensar en ‘el después’ porque esta tormenta va a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten”, por lo que les insta a “que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo”.
“Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro”, concluye Francisco, que considera que “nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse”.