Son los “santos de la puerta de al lado”, como los definió el papa Francisco durante la misa de la Cena del Señor del pasado del Jueves Santo. “No puedo dejar de mencionar a los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, que son servidores. En estos días han muerto más de 60 aquí en Italia atendiendo a los enfermos en los hospitales junto a los médicos y a los enfermeros”, comentó entonces el Pontífice.
El número de presbíteros fallecidos en el país debido a la pandemia en el último mes y medio, por desgracia, ha seguido aumentando y se contabilizan ya 105, según el recuento ofrecido por Avvenire, el diario publicado por la Conferencia Episcopal Italiana. Se desconoce el número de religiosos y consagradas que han muerto por el coronavirus, aunque se teme una cifra aún mayor.
La enfermedad supera los 156.000 contagiados y se acerca ya a los 20.000 decesos en Italia, aunque ofrece datos esperanzadores. Ayer se registró el menor incremento en la cifra de fallecidos (431) desde el pasado 19 de marzo y se confirmó la tendencia a la baja en la cifra de pacientes hospitalizados e ingresados en la UCI.
Solidaridad viva
Entre los sacerdotes muertos no hay solo ancianos. Entre los siete presbíteros fallecidos en Parma, por ejemplo, está Andrea Avanzini, que tenía 55 años. Enrico Solmi, obispo de esta diócesis situada en la región norteña de Emilia-Romaña, aseguró que la muerte de estos curas supone para él “una prueba muy dolorosa” que lleva como “un gran peso en el corazón”. En declaraciones a Ceinews aseguró no obstante que le consuela tanto “la solidaridad viva del presbiterio” como el hecho de que después de cada fallecimiento haya sentido “el afecto de la gente por su Iglesia”.
Las diócesis más castigadas son las de Lombardía, la región que cuenta con el mayor número de contagiados y de personas fallecidas por el coronavirus, pero no se libra casi ningún territorio italiano. En Vittorio Veneto, por ejemplo, situada al noreste del país, uno de los sacerdotes muertos por la pandemia se llamaba Corrado Forest, tenía 80 años y había sido ordenado por el entonces arzobispo Albino Luciani, que más tarde se convertiría en Papa con el nombre de Juan Pablo I. “No está mal que también algún cura se coja esta enfermedad, para compartir lo que están viviendo muchas otras personas”, habría comentado en el hospital Forest, según el Corriere della Sera.