Es la Semana Santa más atípica. Pasión en medio del Covid-19. Aún así, el papa Francisco ha presidido los actos centrales en el Vaticano. Pero esta vez sin moverse ni al Coliseo para el Vía Crucis del Viernes Santo ni a la prisión para el lavatorio de pies del Jueves Santo debido a la pandemia del coronavirus. Todas las celebraciones del Pontífice, desde la Basílica de San Pedro.
A continuación, Vida Nueva repasa los momentos imprescindibles de las celebraciones litúrgicas desde el Domingo de Ramos hasta la celebración de la Pascua.
Conmemorando la entrada de Jesús a la ciudad de Jerusalén, a las 11:00 horas el papa Francisco presidió la eucaristía de la Pasión del Señor en la basílica vaticana. “Jesús fue capaz de servirnos descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Un sufrimiento que se plasma hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: ‘Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene’”, indicó el papa Francisco durante su homilía.
Durante su alocución, el Papa puso en valor “a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días”. Estos héroes, señaló el Papa, “no son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás”.
En el día en el que se recuerda la última cena del Señor, el Papa celebró la Santa Misa a las 18:00 horas. Este año, el Papa no cumplió por la tarde con su ya habitual lavatorio de pies en una prisión romana. Siendo el primer año de sus 7 de pontificado que falla a la cita.
Durante su homilía, Francisco quiso tener palabras de cercanía para todos los sacerdotes, “desde el último ordenado hasta el Papa, a los obispos, a todos”, ratificó porque “hemos sido ungidos por el Señor para celebrar la eucaristía, ungidos para servir”. Un recuerdo que se produce tras no poder celebrar la misa crismal que, ha señalado, si no se celebra antes de Pentecostés durante el tiempo pascual se aplazará hasta el año que viene.
“No puedo dejar pasar esta misa sin recordar a los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, que son los servidores”, señalaba que en Italia ya han muerto más de 60 atendiendo a los enfermos los hospitales. “Con los médicos y las enfermeras son los santos de la puerta del lado, que sirviendo han entregado la vida”, expresó.
También ha querido recordar a los presbíteros que “están más lejos”. En este sentido contó que había recibido la carta de un franciscano que le relataba cómo vive la Semana Santa como capellán de una prisión. Rememoró a los “que van lejos para llevar el evangelio y mueren allí por las pestes que se viven en el lugar ya que no tenían anticuerpos”.
Ha recordado a esos “sacerdotes anónimos” como “los curas rurales, que son párrocos de 4, 5 o 7 pequeños pueblos de la montaña y van de uno al otro y conocen a la gente”. En este sentido, contó que “una vez un párroco me dijo que conocía el nombre de toda la gente de los pueblos, también los nombres de los perros”. “Esta es la cercanía sacerdotal, es maravillosa”.
El Pontífice presidió la celebración de la Pasión del Señor. En cambio no hace la homilía. Ha sido, un año más el predicador de la Casa Pontificia, Rainiero Cantalamessa, el encargado de hacerlo. Si de por sí los oficios del Viernes Santo, la celebración de la Pasión del Señor, requieren un minimalismo litúrgico; este año, las restricciones sanitarias han hecho que el silencio y el vacío en la basílica de san Pedro sea el mayor de su historia.
Respecto a la pandemia del coronavirus, que nos ha despertado “el del delirio de omnipotencia”, ha invitado a mirar los efectos, como el de “recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos”. Dios “trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos”, apuntó. “. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!”, clamó recordando que “si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros?”.
“Dios ‘sufre’, como cada padre y cada madre. Cuando nos enteremos un día, nos avergonzaremos de todas las acusaciones que hicimos contra él en la vida”, subrayó añadiendo que “Dios participa en nuestro dolor para vencerlo”. “Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad”, comentó el capuchino, sin más ornamento litúrgico que su hábito.
Nadie podía prever cuando se empezó a preparar este ‘Via Crucis’ de 2020 que se iba a tener que abandonar el tradicional escenario en torno al Coliseo romano. Tampoco que el coronavirus tendría media humanidad en situación de confinamiento cuando el papa Francisco encargó los textos a unos reclusos. En la tarde del Viernes Santo estos hechos se volvieron providencia en una oración que se celebró en el atrio frente a la basílica de San Pedro ante la plaza nuevamente vacía por las medidas de seguridad.
Al terminar la meditación de las estaciones, el papa Francisco no ha dirigido al crucificado una oración espontánea como ha hecho en otras ocasiones. Simplemente, en el silencio de la noche, recibió la estola e impartió la bendición apostólica. Silencio para contemplar.
El papa Francisco inició la celebración en torno a una pequeña hoguera en torno al altar de la Confesión –frente al baldaquino de Bernini–. Concluido el lucernario –sin la preparación del cirio pascual y el encendido de velas entre los fieles representativos que había en el templo–, la liturgia prosiguió, como los días de atrás, en el altar de la Cátedra de San Pedro.
“En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos”, reivindicó Francisco. Ante la tentación de caer en el pesimismo, el Pontífice relataba: “Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse”. Sin embargo, “la esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida”.
El papa Francisco ha mantenido este año la práctica habitual de no realizar la homilía en la misa, el discurso principal de la jornada queda para la bendición ‘Urbi et Orbi’, la más solemne de los pontífices. Entre las peculiares litúrgicas a las que ha olvidado la pandemia, además de la reducción de personas, la simplificación de los cantos o la llamada ‘distancia social’; está la omisión del rito del ‘Resurrexit’. Este elemento tradicional de la liturgia papal se recuperó en tiempos de Juan Pablo II durante el Jubileo del año 2000. Durante el canto, al comienzo de la celebración, los diáconos abrían las portezuelas de un icono bizantino de la Resurrección –el llamado icono Acheropita, es decir, no pintado por mano humana, que se encuentra en la basílica de San Juan de Letrán–.
Concluida la celebración eucarística del Domingo de Pascua, el papa Francisco ha recorrido los pocos metros que le separan del baldaquino de Bernini en el interior de la basílica vaticana para impartir, en esta ocasión, la bendición ‘Urbi et Orbi’ desde la parte delantera del altar de la Confesión.
“Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia”, clamó. “Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar”, imploró.
Bergoglio deseó que a los más necesitados “no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria”. Algo que trasladó a nivel internacional al pedir que “se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres”.
“Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas”, sentenció alabando el espíritu de solidaridad europea. “Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente”, añadió citando a la Unión Europea al quien pidió que “no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras” como “única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado”.