Adela Cortina incomoda. Más de lo habitual en un filósofo. Por hacer visible lo invisible: la pobreza. O lo que es lo mismo, acuñar el término ‘aporofobia’ –rechazo al pobre–, convertirlo en la palabra del año 2017 y remover la conciencia del personal en cada una de sus reflexiones públicas. Catedrática de Ética en la Universidad de Valencia, comparte que el “plan para resucitar” con que sueña Francisco no puede dejar de lado a los últimos.
PREGUNTA.- Mientras se investiga una vacuna contra el coronavirus, ¿cree que también se busca remedio para la aporofobia o volverá con más virulencia con la crisis económica que se avecina?
RESPUESTA.- Es urgente buscar una vacuna contra el coronavirus, y ojalá que se encuentre pronto para evitar tanto sufrimiento, pero la vacuna contra la aporofobia está inventada hace siglos, solo que no se aplica. La aporofobia es la tendencia, que todos llevamos dentro, a rechazar al pobre, al ‘áporos’, porque queremos vivir bien y buscamos la ayuda de los que pueden favorecernos, dándonos dinero, votos, apoyos, reconocimientos, y abandonamos a los que creemos que no pueden darnos nada positivo para nuestra prosperidad.
A lo largo de la historia han triunfado las sociedades basadas en contratos, en los que nos comprometemos a dar con tal de recibir, y son muy superiores a las que viven en estado de guerra, pero en el mundo del intercambio de favores invisibilizamos a los que parece que no pueden darnos más que problemas. Esos son los pobres.
El antídoto consiste en descubrir, desde el corazón y la razón, desde una razón cordial, que toda persona es valiosa por sí misma, que todas tienen algo que hay que apreciar por sí mismo, y no solo “a cambio”. Es necesario crear instituciones igualitarias para favorecer ese descubrimiento, pero es cada persona quien tiene que hacerlo. Si no es así, los pobres seguirán siendo relegados, con coronavirus o sin él.
P.- Francisco se pregunta en su meditación compartida con Vida Nueva: “¿Estamos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos?”. ¿Qué responde Adela Cortina?
R.- Hay grupos admirables que viven solidariamente y seguirán haciéndolo, y ojalá se multipliquen. Pero el reparto equitativo de los recursos exige acuerdos en cada Estado nacional, en las comunidades supranacionales, como la Unión Europea, y a nivel global. Y, para lograrlo, necesitamos un modelo económico-político, adaptable a cada contexto. A mi juicio, es el de una economía social de mercado, que apuesta por producir riqueza con equidad, en el marco de una democracia liberal-social. Siguiendo este modelo, la economía es la actividad que busca superar la escasez y, a la vez, eliminar la pobreza distribuyendo los recursos equitativamente.
Fomentar este modelo donde ya existe y universalizarlo sería el modo de crear una ciudadanía social universal, que ve protegidos sus derechos de primera y segunda generación, a diferencia del neoliberalismo estadounidense y del comunismo capitalista chino.
P.- ¿Confía en que esta crisis provoque un cambio radical ético y moral en los responsables políticos para transformar la sociedad, o seguirán poniendo parches a un mundo que hace aguas por todos lados?
R.- No confío en que se produzca ese cambio, porque en esta pandemia los responsables políticos están actuando igual que antes y, desgraciadamente, cabe suponer que continuarán haciéndolo después. El mundo de la política, tal como está concebido, ofrece muchos incentivos a los partidos para intentar ganar elecciones, porque permite ocupar una gran cantidad de puestos de poder. De ahí que los responsables políticos, habitualmente, piensen más en los votos que en el bien común. Las tácticas van acomodándose al caladero de votos más jugoso y se cierran los pactos que permitan ganar la partida. Por si faltara poco, se contemplan unos a otros como enemigos a los que hay que destruir, no solo como adversarios con los que hay que competir, generando polarización. Se plantean entonces programas de corto plazo, cuando el gobierno de las naciones y, por supuesto, el global, requieren proyectos de medio y largo plazo, pensando en el bien común.
P.- ¿Es utópico pensar en un “plan para resucitar” a la humanidad, en otro modelo de “desarrollo sostenible e integral”?
R.- Creo que, diciéndolo con Kant, es una idea regulativa, un ideal que hay que perseguir y que nos sirve como orientación para la acción y como crítica de la situación presente, en la que aún no hemos llegado a ese futuro deseable. Afortunadamente, la humanidad ha ido progresando en el nivel técnico y también en el moral. En el moral, al menos en las declaraciones, hemos ido desechando la esclavitud, la desigualdad de razas, sexos y religiones, y apostando por valores como la libertad, la justicia, el diálogo o el cuidado de la naturaleza. Lo urgente es ir encarnándolos en la vida cotidiana. Apostar por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, el primero de los cuales es erradicar la pobreza, y el segundo, el hambre, es un buen camino y requiere la sinergia entre la ciudadanía, las empresas y la política.
P.- “Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven”, dice el Papa. ¿Cree que esta hecatombe, sin embargo, puede convertirse en caldo de cultivo para los populismos y nacionalismos?
R.- El coronavirus nos ha demostrado una vez más que ninguna persona y ningún país es autosuficiente, que todos somos vulnerables y nos necesitamos mutuamente. Por eso, como ya se ha dicho, los países deberían celebrar el Día de la Interdependencia, porque ese día demuestran haber madurado.
Lo que ocurre es que, para vivir bien, buscamos el apoyo de los grupos y países que pueden beneficiarnos y dejamos de lado a los que no nos resultan interesantes. La aporofobia, una vez más.
En los primeros tiempos de la evolución, los seres humanos vivíamos en pequeños grupos y reforzábamos la solidaridad grupal frente a los que venían de fuera. El cristianismo y la Ilustración abogan por una solidaridad universal, que rompe las estrechas barreras de la grupal, desde la convicción de que cada persona tiene dignidad, y no un simple precio. Pero quebrar las solidaridades grupales y abrir el ancho camino de la com-pasión con cualquier persona es un proyecto en el que hay que aunar voluntades.
P.- Un empresario le diría que su planteamiento como filósofa es muy loable, pero ¿y las cuentas de su negocio?…
R.- Desde las cuentas de su negocio, le diré que tener en cuenta las expectativas legítimas de todos los afectados por su actividad es una herramienta de gestión, porque tendrá mejores datos para organizarla, una medida de prudencia, porque es más inteligente generar aliados que adversarios, y una exigencia de justicia, ya que la empresa nace de la sociedad y se debe a ella. En esta línea caminan la Responsabilidad Social Corporativa, la propuesta de “Empresa y Derechos Humanos” y las propuestas del Foro Económico de Davos, además de los ODS. Como también la afirmación, cada vez más acreditada, de que “la empresa del futuro será social, o no será”.
P.- El Papa llama a la ciudadanía a sentirse “artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente”. ¿Cómo lograr que los aplausos de los balcones no vuelvan a convertirse en el individualismo del ascensor?
R.- Cultivando el carácter de las personas y de las sociedades día a día. La solidaridad no se improvisa, se trabaja cotidianamente como todo lo importante de esta vida. Ya decían los clásicos que la ética consiste en el cultivo del ‘êthos’, del carácter, de las virtudes que nos predisponen a obrar bien. La justicia, la ‘com-pasión’ y la esperanza se trabajan.