Misioneros en tiempos de coronavirus: Ana Palma (Filipinas)

Ana Palma, misionera en Filipinas. Foto Juan Sisto

Ana Palma, religiosa de la Comunidad Misionera Servidores del Evangelio de la Misericordia, lleva cinco años de misionera en Filipinas, tras una experiencia previa de 13 años en Argentina, en la periferia de Buenos Aires, pastoreada por Bergoglio.



“Soy misionera –cuenta– porque experimenté el gran amor de Jesús por mí en la cruz y sentí el deseo de que esta alegría y sentido pudieran llegar a muchas personas, especialmente a los jóvenes. Encuentras el sentido cuando te sientes amado y valorado de tal manera que puedes poner todos tus talentos al servicio de los demás. También aprecias que todo tu amor por los demás no es perdido porque estás amando a Jesús en los más pequeños”.

Con los jóvenes

En Filipinas vive junto a su comunidad al norte de la isla de Luzón, en una ciudad que se llama Malasiqui, en la provincia de Pangasinan. “Es una zona rural –detalla–, pero muy poblada, llena de jóvenes y niños. Nuestra misión es poder llegar a los jóvenes que buscan el sentido para sus vidas, sin futuro ni orientación, y compartir con ellos la Buena Noticia del Evangelio”. “Dice el papa Francisco –añade– que hoy la fuerza de la evangelización está en los jóvenes que evangelizan a otros, por todos los medios y de todas las formas. Para esto, organizamos retiros, encuentros, campamentos y vamos todas las semanas al instituto público, donde hay 5.000 estudiantes”.

Aunque su presencia va más allá de lo pastoral: “Nos sentimos respondiendo al flagelo actual de la droga, que, de modos diferentes, está matando a los que consumen o venden –el Gobierno de Duterte no duda en ejecutar extrajudicialmente a estos últimos–. Y lo hacemos con una propuesta de vida y de esperanza: que cada joven sienta que es valioso, amado y pueda poner todos los talentos al servicio de los demás”.

Cinco semanas de cuarentena

En medio de esta tarea, las ha sorprendido el coronavirus, que lo ha puesto todo patas arriba: “Estamos en cuarentena estricta desde hace ya cinco semanas. Nos ha cambiado el ritmo total de nuestra vida, pues se suspendieron todas las actividades que teníamos antes, durante la Pascua y en el verano. Aquí, la misión pasa mucho por los encuentros personales: verte con la gente, ir a las casas a visitar a las familias, ir a la universidad o al instituto… Al imponerse la cuarentena, todo se canceló”.

“Los jóvenes –lamenta Palma– no tienen wifi en sus casas ni dinero para cargar el celular con datos. Esto genera un nuevo panorama: no sabes qué viven ahora, qué hacen… Sabemos, eso sí, que hay algunos trabajando en el campo para ganar algo de dinero”.

Cinco horas de cola

En cuanto a su rutina, “salimos a comprar solo un día a la semana, asignado por el municipio. La gente va caminando desde sus barrios hasta el supermercado; el otro día parecía una procesión. Y luego vuelven caminando con las bolsas porque no hay transporte. Yo estuve cinco horas en la fila esperando para entrar al supermercado. Los filipinos tienen mucha capacidad de espera y de paciencia sin quejas”.

“El segundo problema de la cuarentena –prosigue– es el hambre. La mayoría de los trabajos son diarios, eventuales; entonces, si no trabajas, no tienes dinero para comer hoy, no hay ahorros en el banco. Muchas familias no tienen para comer; hacen una o dos comidas al día con arroz y alguna verdura que cogen de sus huertas, papaya verde de los árboles o malungay. Las parroquias y los obispos están dando alimentos básicos. Nosotras hemos repartido comida a 100 familias en nuestra zona. Se alegraban de recibir los alimentos y, sobre todo, de vernos. Saber que estamos aquí es importante para ellos; rezamos por ellos, se sienten acompañados y, cuando necesitan algo, vienen a nuestra casa”.

Formación on-line

“Para invertir el tiempo durante esta cuarentena –ilustra–, nos hemos apuntado a un curso on-line de tagalog, desde Manila, y a otro de medios de comunicación social. Lo estamos aprovechando para seguir en formación permanente mientras esperamos que se termine todo. No sabemos cómo vamos a seguir… Son inciertos los pasos que se tomarán en el país”.

“Nosotras –concluye la misionera española– hemos optado por quedarnos aquí, asumiéndolo con todas las consecuencias. Sabemos que la asistencia médica es muy precaria y que, como en todos los países del mundo, podemos estar expuestas al contagio. Pero la vida ya la tenemos entregada a Dios y a los hermanos… Ahora, seguimos amando día tras día y lo ofrecemos por todos”.

Fondo de emergencia

Esta misionera es un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.

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