Misionero en tiempos de coronavirus… El agustino recoleto Javier Tello Vegas es un misionero que, sin embargo, no duda a la hora de asegurar rotundo: “No soy misionero”. “Nunca me he considerado un ‘misionero’ –detalla–, ya que la imagen del misionero que siempre ha estado en mi cabeza es la de aquel hombre, aquella mujer, que se encuentra en lugares superdifíciles… Seguramente, la imagen del misionero que quedó grabada en mía fue en los años de seminario de frailes, llegando en mula a lugares abandonados de la sierra del Perú”.
“Los lugares –relata– donde he estado trabajando desde aquel 22 de mayo de 1999, cuando me ordenaron sacerdote, podría llamarlos de ‘entre’; entre ricos y pobres, entre necesitados y donadores”.
Años de formación
“Mi historia –asegura– comienza allá por las tierras de Extremadura, en un pueblecito de la Sierra de Gata llamado Hernán-Pérez. Desde aquel pueblecito que llevo en el corazón marché para Salamanca, con muy pocos años de edad, para entrar en el Colegio Santo Tomás de Villanueva, de la Orden de Agustinos Recoletos. Aquella fue mi casa por un par de años para, posteriormente, marchar a Logroño, donde, en el Colegio San Agustín, llevé adelante los estudios de bachillerato”.
“Posteriormente –prosigue Tello–, fui para Navarra, a Monteagudo, para hacer el noviciado; allí fue donde di el sí a Dios como agustino recoleto. Después, regresé a Salamanca para hacer el COU y los estudios de universidad. Tras terminar estos, me enviaron a Madrid. El San Pío X me esperaba para hacer la especialización en Catequética. Fue en Madrid donde inicié mis trabajos pastorales, ya como diácono”.
Entre chabolas
En la capital fue, precisamente, donde vivió en el primer ‘entre’: “Fue en el barrio de San Antonio de las Cárcavas, entre nuevas construcciones y casas muy humildes y chabolas de gitanos evangélicos. Ni siquiera era un templo, era un galpón de lata donde funcionaba la capilla San Antonio. Allí llevamos adelante la catequesis y un campamento urbano que llegó a asistir a 180 jóvenes, casi todos de zona humilde.
Su siguiente experiencia fue fuera de España… Sí, como misionero. Fue en Venezuela, donde compartió su destino ‘entre’ Caracas y Palmira. Para, después de 13 años, llegar a otro ‘entre’: vivir en Roma, “donde me llamaron para ser Secretario General de la Orden”. Después de cinco años y medio, llegó al que es su destino actual: Río de Janerio, en Brasil.
Fuerte obra social
“Otro entre –enfatiza el agustino recoleto–, ya que la comunidad a la que pertenezco ahora se encuentra en uno de los mejores lugares de Río de Janeiro. Desde este lugar, atendemos tanto la favela de Vidigal (con unos 30.000 habitantes) como la obra social, la Policlínica Santa Mónica y el preescolar de la favela Creche Santa Rita”.
Pese a llevar en Brasil “apenas un año”, este ya es “tiempo suficiente para darse cuenta de esta realidad inmensa y desbordante. Nuestra presencia en Brasil, como agustinos recoletos, es grande: desde las zonas de misión en el Amazonas, hasta las comunidades de Sao Paulo”.
Ante el coronavirus
Ante la amenaza del coronavirus, “hemos tenido que reinventar la atención, tanto la sacramental como la acción social. Las celebraciones han pasado a ser presencias online en cada hogar. Ha sido una Cuaresma y una Pascua para repensar nuestras celebraciones y hacernos presentes en el corazón de las familias a través de las pantallas de los móviles, los ordenadores, las tablets… Hemos tenido que acompañar grupos con charlas grabadas en Whatsapp o podcast. En definitiva, se trata de estar presente, de acompañar, de consolar a tantas personas que sufren y no solo por la falta de cosas, sino de cercanía, palabra, cariño, oración.”
En cuanto a su acción social, “cada mes se entregan cerca de 200 cestas básicas (bolsas con alimento básico para familias) a la favela. Seguimos trabajando y recibiendo ayudas de las gentes de buen corazón para poder llegar a fin de mes y estregar las ayudas que tanto esperan las familias. Por otra parte, desde la Policlínica que tenemos en nuestra Parroquia Santa Mónica, el grupo de doctores voluntarios ya ha manifestado en varias ocasiones las ganas de volver a trabajar. Alguno de ellos, hasta lo está haciendo en modo distancia, llamando a los pacientes agendados para saber de su salud y acompañar los tratamientos… El mundo sigue teniendo mucha gente buena”.
Nadie se queda atrás
“Tampoco –reitera el religioso– hemos dejado de asistir al personal que trabaja con nosotros (portero, cocinera, personal de limpieza), gente buena y humilde que, aunque algunos de ellos no hayan podido venir a trabajar, no le ha faltado el salario ni la ayuda necesaria para vivir. Creo que, cuando hablamos de solidaridad y de ayuda, tenemos que empezar siempre por los más cercanos”.
En cuanto a la vida de comunidad, de la que es prior, “me toca estar atento a los hermanos. Somos nueve, tres de ellos cercanos a los 80. Hemos tenido a uno de los hermanos con coronavirus y ha tenido que aislarse en el aislamiento. Sin embargo, estamos llevando estos momentos con calma y aprovechando los momentos de oración y convivencia”.
“Esta situación –concluye Tello– nos está ayudando a reencontrarnos con nuestra fragilidad; esa fragilidad que la humanidad conoce pero, de tanto en tanto, olvida, nos está ayudando a recrearnos, reinventarnos y, en ocasiones, me atrevo a decir, a dejar de lado muchas normas y cuestiones bizantinas, para estar cerca, de mil modos nuevos, de aquellos que nos necesitan sean de esta o de la otra parte del ‘entre’.
Fondo de emergencia
Este misionero es un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.