La madrileña Olga Castro, la catalana Teresa Pijoan y la india Savita Macwan son las integrantes de la comunidad de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús en Taza, una pequeña ciudad de Marruecos. Se definen como “enamoradas de la misión donde quiera que estemos”. Y es, entre las tres, han vivido y trabajado en Estados Unidos, Colombia, Perú, República Democrática del Congo, Chad y la India.
Una experiencia que, aseguran, “nos ha hecho conocer, comprender y amar a gente de distintas culturas, razas y religiones, además de aprender distintas lenguas, y todo ello ha agrandado nuestro mundo personal, pero sobre todo nuestro corazón”.
“Ahora –prosiguen–, estamos viviendo en Marruecos, un país musulmán donde comenzamos esta misión hace 20 años. Aquí, la Iglesia es la Iglesia del encuentro, con familias, con personas marroquíes, con emigrantes de países subsaharianos, con personas europeas o asiáticas que vinieron a trabajar aquí y que, de alguna forman, buscan a Dios, quieren hacer el bien y se preguntan sobre lo que Él quiere”.
Taza está en “un valle, rodeada de montañas y, si alguien nos preguntara qué es lo mejor de ella, la respuesta sería clara: ‘La gente’. Es sencilla, acogedora y enseguida te invitan a su casa y quieren que participes en los grandes eventos familiares o religiosos: bodas, bautizos, muertes, Ramadán, Fiesta del cordero… En todos, ellos viven fuertemente la presencia de Alá, que marca su vida”.
“Desde que llegamos –cuentan–, trabajamos en una asociación marroquí para niños discapacitados. Nuestra cercanía, encuentro y amistad, con los niños, con sus familias y con todo el personal que trabaja en el centro, nos ayudan a conocer su situación y a poderles aconsejar y echarles una mano en determinados momentos. También ofrecemos clases de apoyo escolar a niños con dificultades en sus estudios, visitamos a cristianos que estén en la cárcel y ayudamos a emigrantes que pasan por la ciudad en su camino hacia Europa, pero, sobre todo, hacemos seguimiento a muchas familias a partir de los niños con los que trabajamos y, así, damos algunas ayudas de emergencia para cirugías, medicinas, becas…”.
A través de todo esto, “vivimos una situación de diálogo interreligioso, pues la gente descubre cómo Dios actúa a través de nuestra vida y acción. Al mismo tiempo, nosotras descubrimos la presencia de Dios en ellos. La gente con la que trabajamos es muy pobre, no tienen trabajo fijo y muchos son analfabetos”.
“A finales de enero –se lamentan–, ya empezamos a escuchar sobre la situación del coronavirus en China, pero vivíamos tranquilamente, sin pensar que llegaría a Marruecos; hasta que los países europeos empezaron a cerrar centros educativos, cancelar vuelos, cerrar fronteras y confinar a la gente en su casa. El viernes 13 de marzo, en las noticias de la tarde, se anunció que, a partir del lunes 16, todas esas medidas se aplicarían a Marruecos. Ha costando mucho que la gente de Taza entendiera las restricciones del Gobierno y el por qué. La policía tiene que recorrer la ciudad, avisando y poniendo multas para que se respete el confinamiento. El Gobierno, en todas partes del país, ha dado ayuda económica o en especie a los más pobres”.
Eso sí, “al principio, la gente seguía viniendo a nuestra casa sin parar, hasta que fueron asumiendo cómo era la situación y, un día, nos encontramos las tres solas en la casa y sin saber hasta cuando. Hicimos una reunión y, lo primero que se nos ocurrió, fue que necesitábamos hacer un programa que marcara las actividades de cada día: tiempo de oración, turnos de cocina y limpiezas… Solo añadimos un tiempo de gimnasia y una actividad comunitaria distinta para cada tarde”.
“Cada día –destacan–, nos ponemos en las manos del Señor con toda confianza, sabiendo que Él está siempre con nosotras. Hacemos largas sobremesas en las comidas, hablando de todo lo que se nos va planteando y, si hay que tomar alguna decisión, la tomamos sin dificultad. Se ha ido creando un fácil compartir, tanto de cosas espirituales como de nuestras familias, nuestros deseos y necesidades… Y todo esto ha acrecentado la confianza entre nosotras. Ponemos en juego lo mejor de nosotras mismas y, en cada cosa que hacemos, siempre tenemos en cuenta los gustos y necesidades de las otras, por lo que vamos creando una vida fraterna sencilla y agradable”.
Más allá de su comunidad, aprecian el compromiso de la Diócesis de Rabat, “que está ofreciendo un programa diario online con actividades a nivel religioso y parroquial que trata de ayudar a todos los cristianos. Con los sacerdotes, religiosos y religiosas, intercambiamos whatssaps y e-mails, compartiendo cómo vivimos y las dificultades que encontramos, ya que en la diócesis hay situaciones con emigrantes muy difíciles”.
Igualmente, “estamos en contacto frecuente por teléfono con la gente con quienes trabajamos y con otras familias de dentro y fuera de Marruecos, y nos preocupan ciertas situaciones de dificultad que algunos viven y no podemos ayudarles, pues algunos viven al día y no tienen ingresos para vivir confinados tanto tiempo”.
“De todas formas –concluyen–, aunque vivamos esto con alegría y esperanza, nos tenemos que ir manteniendo unos a otros porque, a veces, la situación que se vive es difícil y no sabemos hasta cuando durará este confinamiento. Cuando salgamos de él, no seremos los mismos que éramos y ojalá hayamos aprendido muchas cosas de las que estamos reflexionando ante esta situación”.
Estas misioneras son un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.