Misioneros en tiempos de coronavirus: Rafael Cob (Ecuador)

Rafael Cob, obispo del vicariato de Puyo

Rafael Cob García, quien ahora combate “la peste del coronavirus”, llegó hace 30 años como misionero a la selva ecuatoriana, de los cuales lleva 21 como obispo del Vicariato Apostólico de Puyo, situado en la selva central del país. Se presenta como hijo “de una familia numerosa como otras de aquel tiempo; familia pobre y sencilla, pero de una fe recia, con solera, como la fe de grandes hombres de Castilla. Somos siete hermanos. Mi madre vive, con sus 96 años, y mi padre murió”.



Natural de “un pueblecito de la ribera burgalesa, La Horra, donde hay uno de los mejores vinos de España”, siempre tuvo clara su vocación; “Desde pequeño, en el seminario, tenía pasión por las misiones. Al fin se cumplió mi deseo y, después de pasar 14 años de sacerdote en mi Diócesis de Burgos, cruzamos los mares y aterrizamos aquí, en una realidad tan distinta a la que se pueda vivir en Europa”.

Consagrado por Juan Pablo II

Tras la renuncia por edad del también burgalés Frumencio Escudero, en 1998, Juan Pablo II le pidió a Cob que aceptara ser el nuevo obispo, consagrándole él mismo en Roma el 6 de enero de 1999. “Vaya regalo –recuerda–, y vaya jarro de agua fría… Yo, un extranjero en este lugar… Mi padre me dijo esto la noche en que le conté que era muy grande el peso de la cruz que querían ponerme como obispo: ‘Dios, que te dio la carga, también te dará la espalda para llevarla’. Y así lo siento. De verdad que Dios da su fuerza y sabiduría para cumplir con la misión que Él nos confía”.

Su realidad en Puyo “no es nada fácil; somos pocos sacerdotes, apenas llegamos hoy a docena y media para 30.000 Km2 de extensión. Son claves un buen numero de religiosas de 14 congregaciones diferentes que nos ayudan en las distintas zonas y áreas pastorales en que trabajamos. Otro desafío es falta de acceso en coche a las comunidades. De ahí la difícil presencia de los misioneros para atender a las comunidades indígenas, dispersas en la selva y sin carreteras. En varios lugares tenemos que usar la canoa y la avioneta para evangelizar estas comunidades”.

La formación, clave

De cara al futuro, cuentan con “un seminario misionero mayor para jóvenes, compartido con otros vicariatos, y un seminario menor ambiental para adolescentes, que funciona todos los fines de semana. La educación es una tarea con la que evangelizamos, pues, más del 40% de los alumnos de la provincia, están en nuestros centros educativos, aunque el Gobierno nos pone muchas trabas”.

“Otro de los desafíos –añade el obispo– es trabajar por tener familias cristianas estables. Sabemos que la familia es la base de la sociedad y de la Iglesia; con familias bien formadas, podremos tener la respuesta a muchas necesidades. Lamentablemente, sufrimos, como en muchas partes, tener muchas familias desestructuradas, sin compromiso de estabilidad, unidad y sin la bendición del sacramento del matrimonio”.

El cuidado de la casa común

Por supuesto, no podía faltar “otro desafío asumido como Iglesia: el medio ambiente y cuidado de la casa común, como nos pide el papa Francisco. Y que, por el descuido de este compromiso, todos pagamos las consecuencias. Al vivir en la Amazonía, nos sentimos más obligados a defender la vida exuberante de este jardín que Dios nos regaló, pero que, poco a poco, se va deteriorando por la deforestación, por la explotación petrolera minera y maderera y, consecuentemente, la contaminación para el medio ambiente”.

“Estamos –detalla Cob–, como Iglesia amazónica, dentro de la REPAM. Aquí en Puyo, pusimos la semilla de esta red eclesial que ha sido un gran motor para el ultimo Sínodo celebrado en Roma en octubre. Y continuamos con el trabajo que nos ha pedido la asamblea… Hemos construido, como Iglesia, dos parques ecológicos agro-forestales, Laudato si’ y La misión, para concienciar y educar a la gente en esta necesidad urgente de la ecología y el medio ambiente”.

Ahora, todo paralizado

“Pero llegó –se lamenta dolorido– la pandemia del coronavirus, y todo se ha paralizado. Vivimos en un confinamiento donde nuestro trabajo pastoral ha tenido un frenazo. Creo que Dios escribe recto en los renglones torcidos que los hombres hacemos en nuestras vidas y que, sin lugar a dudas, la historia vive acontecimientos. Como diría Jesús, tenemos que saber interpretar los signos de los tiempos. Esta pandemia es un signo que tenemos que interpretar y debe hacernos cuestionar a toda la humanidad y a nosotros como Iglesia: ¿cómo hemos evangelizado hasta ahora? ¿Qué frutos está dando nuestra sociedad? Como dice el refrán: siembra vientos y recogerás tempestades”.

“De esta pandemia –reclama– debe salir un espíritu nuevo de conversión para todos; de lo contrario, nos hundiremos en la misma barca en la que todos juntos navegamos. Aunque pareciera que estamos en el mismo mar, unos en barca y otros en yate, como decía un obispo, esta pandemia nos hace a todos iguales. Todos nos necesitamos, hijos del mismo mundo. No hay ni del primer mundo ni del tercer mundo. Todos juntos podremos salvarnos con fe y con amor.

La Iglesia no les abandona

A nivel de respuesta, en el Vicariato buscan ser semilla de paz y esperanza: “A través de nuestra radio de la misión, todos días damos mensajes de esperanza y ánimo para nuestro pueblo. También seguimos todos los días trasmitiendo por las redes sociales la eucaristía a puerta cerrada. Hemos tenido dos salidas por las calles, dos domingos: una, con el Santísimo Sacramento, para bendecir a los que están en sus casas, y otra el Domingo de Ramos, para bendecir los ramos desde las calles a los que se asomaban en sus ventanas y en sus puertas. Fue emocionante ver llorar y aplaudir a la gente desde sus casas, una gran inyección de fuerza espiritual. Veían que la Iglesia no les abandona, sino que, como buen pastor, está junto a sus ovejas y camina con ellas”.

En cuanto a la ayuda material, “en la medida de lo posible, a través de Cáritas de nuestras parroquias, distribuimos fundas de alimentos para las familias más pobres y ancianos. Lo hemos hecho también dos veces, a unas 700 familias, gracias a la solidaridad y a algunos donativos de fuera. Esto es muy necesario porque muchos no tienen qué comer, y lo que pueda venir, como todos sabemos, será más duro; mucha gente se quedará sin trabajo y no tendrá pan que llevar a su casa”.

Por último, Cob se agarra a la oración: “Todos hemos sido sometidos a prueba y todos hemos podido sentir, aunque en distintos niveles, que el hombre no puede vivir de espaldas a Dios. Así, mandatarios del mundo también han pedido a su pueblo que recen a Dios para frenar esta pandemia. Nuestra Iglesia, empezando por su cabeza, el papa Francisco, no ha dejado ni un día de alimentar el espíritu que hace fuerte el cuadro inmunológico de nuestros cuerpos y, sobre todo, de nuestras almas. Somos humanos, no dioses. Por eso decimos: si el camino es largo, no importa, seguimos andando, porque estamos seguros que llegaremos a la meta. Dios es nuestra fuerza y esperanza”.

Fondo de emergencia

Este misionero es un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.

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