La religiosa polaca Jolanta Kafka, presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), cree que la pandemia “puede ser un punto de inflexión para volver a pensar los sistemas económicos, que ya habían dado señales de que estaban enfermos y no garantizaban el bienestar de la humanidad”.
Aunque son muchas las congregaciones “que sufren y están perdiendo miembros” por el coronavirus, advierte esta religiosa polaca de María Inmaculada (Misioneras Claretianas), que lleva las riendas del organismo que aglutina a institutos a los que pertenecen más de 450.000 monjas de todo el mundo.
PREGUNTA.- ¿Cómo está viviendo esta emergencia?
RESPUESTA.-Con un sentimiento muy fuerte de solidaridad y profunda preocupación. Muchas veces, me siento sobrecogida ante este desconcierto global y, cuando abres un medio de comunicación o levantas el teléfono, tocas el sufrimiento. Es mucha la carga emotiva pero, al mismo tiempo, una llamada constante de Dios de que esto no acaba aquí y vamos a superarlo.
En las congregaciones tenemos muchas ganas de acompañarnos, de sentirnos cerca y de fortalecernos mutuamente desde la fe y el espíritu y animarnos a la creatividad de la caridad. Como dice el Papa, no podemos permitir que el confinamiento nos paralice.
P.- ¿Cómo desarrolla su labor la UISG en esta situación? ¿Qué servicios o ayuda especial ofrece a las congregaciones?
R.- Al principio, enviamos una carta pidiendo que se tomaran medidas y centrarse en la oración y en la solidaridad. El 22 de marzo celebramos una oración global que tuvo un gran eco, con personas de todo el mundo unidas. A las superioras generales les hemos instado a que sean animadoras y acompañantes en sus congregaciones, ofreciéndoles nuestro apoyo y cercanía. Hay que sostenerse mutuamente en este confinamiento ante las experiencias de enfermedad y muerte. Muchas congregaciones sufren y están perdiendo miembros.
P.- ¿Está preocupada por que la pandemia se cebe con las hermanas más ancianas? ¿Resulta difícil mantener las medidas de confinamiento y de distancia social en una comunidad religiosa?
R.- Aunque se están observando esas medidas, cuando el virus ha entrado en una residencia, hospital o comunidad, provoca un tiempo de prueba e incluso fallecimientos. Para las consagradas, que llevan una vida por opción comunitaria, se multiplica el dolor por no poder acompañar a la hermana que se está muriendo o no poder acudir a su funeral. Toca penar y surgen oportunidades para una caridad grande.
P.- ¿Cuenta con datos del número de religiosas fallecidas por el coronavirus?
R.- Sabemos que hay casos, pero hay congregaciones que prefieren mantenerlo en silencio. Hemos decidido que, cuando pase todo esto, podremos recoger la memoria de las hermanas fallecidas para compartirla. Pero sé que hay congregaciones que han perdido a 16 religiosas en un mes. Es la historia, la memoria que se va. En su mayoría, eran hermanas mayores, pero también enfermeras no tan mayores que han muerto.
P.- Hay muchas consagradas que siguen con sus apostolados sociales en estas difíciles circunstancias. ¿Qué aporta la presencia de la vida religiosa femenina en este momento?
R.- Nuestra primera reacción es la oración. Es una opción de intercesión. Estamos confinadas, pero hay centros activos de manera diferente y acompañan a través del teléfono o de Internet para ofrecer esperanza. Hay un voluntariado espiritual y psicológico. También hay actividades para los más necesitados, como quien pierde el trabajo o sus recursos.