Cerca de 120 sacerdotes han muerto por culpa del coronavirus en Italia, más de 50 en España y un número indeterminado en otros países. La pandemia se ha cebado con los presbíteros que seguían en primera línea, atendiendo a los fieles y, en particular, a los enfermos. “Su testimonio es el mejor antídoto contra la tentación de utilizar egoístamente el ministerio sacerdotal para alcanzar bienes materiales, prestigio, prebendas…”, señala el cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero, advirtiendo de que los presbíteros y obispos “olvidamos que la respuesta a la llamada a la felicidad a veces nos exige asumir sacrificios y abrazar la cruz”.
PREGUNTA.- Eminencia, ¿cómo está viviendo esta situación?
RESPUESTA.- Mis sentimientos a lo largo de estas semanas han sido muy diversos. A veces, predomina la tristeza, cuando conozco de cerca el sufrimiento de familias que han perdido al padre o a la madre, todavía jóvenes; al saber del dolor de comunidades religiosas diezmadas por el COVID-19; al compartir la impotencia de tantas personas que no pueden abrazar a quienes necesitan, más que nunca, sentir el afecto de los suyos. Pero, más allá de la tristeza, contemplo esperanzado la actitud de muchas mujeres y hombres que están llenando de luz este momento de oscuridad: sanitarios que arriesgan su salud y su vida por curar; trabajadores anónimos cuya labor normalmente no valoramos y que ahora garantizan la supervivencia y la seguridad de todos; personas que voluntariamente “se encierran” en residencias de ancianos para atender a enfermos de coronavirus; sacerdotes que aprovechan esta cuarentena para interesarse personalmente por sus feligreses o para atender a quienes no tienen casa; vecinos que se preocupan y ocupan de sus prójimos mayores y enfermos; familias que redescubren la belleza de estar y hacer cosas juntos, sin prisa… Son solo algunos ejemplos que me llevan a mirar al futuro con esperanza.
P.- ¿Cómo valora las palabras y gestos del Papa en estos días?
R.- Los agradezco de corazón. Han sido importantes para mí y estoy convencido de que han ayudado a muchos. Quisiera destacar la oración del 27 de marzo. Fue impresionante, como una gran catarsis personal y colectiva, contemplar al Papa, caminando bajo un cielo gris, más solo y más acompañado que nunca, portando consigo la tristeza y la esperanza de la humanidad, oliendo a oveja y a crisma, pronunciando esas palabras memorables: “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.
P.- ¿Tiene un recuento aproximado de cuántos sacerdotes han muerto hasta el momento como resultado de la pandemia? ¿Hay datos actualizados de países como Italia, España o Estados Unidos?
R.- No le puedo ofrecer cifras precisas. Sé que en Italia han muerto más de un centenar; en España, el número de fallecidos supera la cincuentena. Me parece significativo que, en la Diócesis de Bérgamo (al norte de Italia, epicentro de la epidemia en este país), han muerto 26 sacerdotes diocesanos y 15 del clero regular. No obstante, más allá de los números, hay rostros concretos, vidas dedicadas a Dios, a las comunidades donde han ejercido el ministerio, a la Iglesia en su conjunto y, en cierto modo, al mundo, porque los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. Viene bien recordar estas palabras del Concilio Vaticano II, especialmente en esta hora difícil del mundo. Doy gracias y rezo por el eterno descanso de cada uno de los sacerdotes fallecidos, algunos a causa de complicaciones de enfermedades precedentes; otros porque, a pesar de poner los medios disponibles, han sido contagiados cuando estaban dedicados a la atención espiritual de enfermos y al servicio de personas necesitadas. (…)
P.- En su artículo para ‘Vida Nueva’, el Papa pidió una reconstrucción de la civilización del amor frente a la indiferencia. ¿Cómo cree que cambiará la sociedad con esta crisis?
R.- Las personas somos, en general, bastante reacias al cambio. Todavía más las instituciones de cualquier tipo y la humanidad en su conjunto. Por ello, deberíamos superar la tentación de utilizar el coronavirus para reforzar nuestros prejuicios personales, ideológicos, sociales y doctrinales. De este modo, podremos escuchar la llamada de Dios, en medio de esta tormenta, que pone a prueba nuestras costumbres y convicciones, incluso nuestra fe. En todo caso, estoy convencido de que, a través de esta experiencia dolorosa, de dimensión planetaria, en las diversas sociedades crecerá el sentimiento de fraternidad y el deseo de Dios, fuente y culmen de las mejores esperanzas de la humanidad. (…)