Reportajes

Así viven las agustinas de los Cuatro Santos Coronados de Roma





Entra por la puerta de la derecha, llama, te darán una llave. Con la llave entra por la puerta de la izquierda del patio, sube la escalera, sigue hasta que encuentres una sala. Mi viaje en el Monasterio agustiniano de los Cuatro Santos Coronados, un lugar de silencio y belleza, ubicado en uno de los puntos más caóticos de Roma, entre el Coliseo y plaza Venecia, comienza con esta indicación de la madre priora, sor Fulvia Sieni. Sigo con diligencia. Ella diría “obediencia”.



Esa virtud que, me dirá en nuestro encuentro, “Nos hace libres”. Todo se desarrolla según lo previsto. Llego a la sala. Pocos minutos después llegan sor Fulvia y sor Ilaria. Pregunto por qué han elegido esta vida “reclusa”.

“Ninguna de nosotras  –responde Fulvia– ha elegido la clausura. Más bien, se trata de adherirse a un proyecto de vida que parece corresponder de forma imprevista con una realidad que deseas y que, de repente, te parece posible. La atracción no se siente por la forma de vida en sí. No existe la vida monástica en sí. Existen hombres y mujeres que viven una experiencia que tiene, entre sus características, un límite, la clausura. Un límite que corresponde con un anhelo que llevamos en el corazón”.

¿Las rejas responden a un anhelo? “Sí, un deseo de unidad, de contención. Todos creemos que la libertad es hacer lo que queremos. Pero la verdadera libertad tiene que ver con la voluntad: cuando eliges, algo está dentro y algo fuera. El límite ayuda a ser más libres, a dirigir las propias energías”. Pone el ejemplo de un río. “Donde no hay diques, las aguas se desbordan y destruyen. Si hay diques, el agua fructífera”.

Enamorase

¿Cómo nos damos cuenta de que estamos llamados a esta vida? “En primer lugar, dentro de un encuentro con el Señor y después con una comunidad de personas”. ¿Y por qué se elige en concreto un monasterio y una orden? “Es el mismo motivo por el que una mujer elige un hombre: lo ha conocido, se ha enamorado“.

Sor Fulvia llegó cuando tenía 27 años. La hermana Ilaria cuando tenía casi 30 años. ¿Qué echas de menos?, pregunto. La hermana Ilaria hace una mueca de asombro. “¡No extraño nada! Está claro que en cada elección siempre hay una renuncia. En el plato de la balanza pesa más lo que hay”.

“Por supuesto –dice– hay renuncias. Por ejemplo, la maternidad o vestirse como quieras. Las pequeñas cosas al principio son las que pesan. Ahora para las jóvenes pesa el desprenderse del teléfono. Pero lo que echas de menos es un vacío que debe custodiarse, es esa inquietud que lleva a la búsqueda de Dios. Siempre falta un poco de la plenitud que se alcanzará solo en el cielo. Y esta es una falta saludable”.

Utilidad de las cosas

Una paradoja. Como la “utilidad” de una vida que, a los ojos del mundo, no parece servir para nada. “En términos de PIB –admite Fulvia– no producimos. Pero pensemos qué “utilidad” tienen las cosas. Lo que hace que el hombre se sienta bien, es un lugar donde esté como en casa. Queremos ser esto: hacernos hogar, vientre para acoger. Y hay mucha necesidad de esto. Quien viene aquí llama y encuentra a alguien que les abre y les escucha. Esto es útil“.

En este momento son quince, de los 25 a los 82 años. La comunidad es el otro pilar –el primero es la oración – de la vida monástica. “Nuestra vida –dice Fulvia– se desarrolla dentro de esta tensión entre vida interior y comunión. Seríamos falsas si dijéramos que amamos a Dios y luego no nos cuidamos las unas a las otras”. Las órdenes religiosas sufren una disminución de las vocaciones: las dedicadas a la vida activa más que las contemplativas.

Preguntamos por qué. La madre priora corrige este dato: “A la larga, hay muchas personas que abandonan la vida contemplativa. El número final está empatado. La caída está ahí y no es de ahora. Hay monasterios que cierran hoy pero no han tenido vocaciones desde hace 50 años“. ¿Por qué? “Es un problema de los adultos. No hemos sabido hacer autocrítica. O no hemos sido creíbles. Lo veo con las mujeres jóvenes. Si lo que dices no se corresponde con lo que haces, te descubren”.

Ser mujer en clausura

¿Qué significa, para quienes eligen esta vida, ser mujer? “Yo –dice Fulvia– nunca pensé que tenía que renunciar a mi feminidad. Soy una mujer. Y siento que es posible vivir con mujeres y hombres de forma muy profunda relaciones que no son sexuales, sino sexuadas“. Ilaria: “Es como dice el Papa: Jesús saca lo mejor de ti, porque descubres que tu maternidad brota de una manera mucho más original, al igual que tu feminidad».

El otro escándalo es el voto de obediencia. ¿Tiene sentido hoy? Ilaria: “Te hace libre. Primero, significa responder, obedecer a la vida, a tu deseo de vivir en abundancia”.

Fulvia: “Obediencia viene de ob-audire, escuchar. Solo quienes escuchan a otros obedecen. El otro es Dios, que habla en la historia. La primera obediencia es a la realidad. Hoy cuesta porque ni siquiera obedecemos a la naturaleza“.

Esposa de Cristo

Y después, la castidad. “En el pasado, la imagen de la monja como “esposa de Cristo” ha sido utilizada en versión romántica y a menudo infantil, desencarnada. Creemos en la encarnación y vivimos una fe necesariamente encarnada, de otra forma no es fe. No estamos todo el día pensando en Jesús, pero buscamos a Dios en las llagas de la historia, acompañamos a los hermanos en esta búsqueda. San Pablo dice: “La virgen se preocupa de las cosas del Señor, de cómo pueda gustar al Señor”.

La mujer es aquella que se preocupa de las cosas del marido. Nosotros nos preocupamos de las cosas de Cristo. Esto es ser sus esposas. Si en la comunidad se rompe la lavadora, no tengo un marido que la arregle. Pero nos preocupamos de las cosas del Señor. Por ejemplo, el cansancio de las personas. Lo que no tenemos, Dios lo colma de otra manera, con relaciones afectivas libres, bellísimas.

Voces pastorales femeninas

Pregunto sobre el rol que las mujeres tienen, o no, en la Iglesia. No se escapa: “Durante largo tiempo las mujeres se han conformado. Muchos sacerdotes han vivido en el seminario con monjas generosas que se ocupaban de la lavandería y la cocina. Y ahora, al convertirse en sacerdotes u obispos se imaginan, con afecto, el rol de la consagrada como la que cocina y lava. Algunas hermanas han preferido, o prefieren, este rol. Sería necesario recuperar el pacto de alianza entre el hombre y la  mujer”.

Y añade que no se trata de conquistar posiciones, sino de restablecer ese pacto. Las reivindicaciones a veces son ridículas. Cada uno debe tener su identidad. Pero hay cosas evidentes. La vida religiosa en el mundo está declinada mayormente a lo femenino. Debe haber voces femeninas en los Dicasterios. Así como no se puede descuidar que quien hace la pastoral en las parroquias son en su mayoría mujeres.

Nos despedimos, hago de nuevo el recorrido, entrego las llaves. La iglesia está abierta. El mundo cerrado parece el que está fuera.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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