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Pablo González: el ángel de la guarda de los migrantes del Bronx es un cura español





El distrito neoyorquino del Bronx, de mayoría latina, es uno de los más afectados por la pandemia del Covid-19. No solo a nivel sanitario –donde ya hay más de 1.500 fallecidos–, sino también económico y social, aumentando de forma exponencial los niveles de paro y pobreza.



Aquí se encuentra desde hace nueve años, tal como relata EFE, el sacerdote español Pablo González, quien, desde que comenzó la pandemia, se encarga de repartir alimentos a familias que se han visto desbordadas por el impacto de esta situación.

Así, desde la iglesia de Santa Rita de Ciscia, en el sur de El Bronx, atiende a los inmigrantes de escasos recursos que han perdido sus empleos y precisan alimentos, pero también oraciones, consuelo o ayuda para pagar el alquiler. A esto último, explica González, no puede ayudar porque todo el dinero que recibe la parroquia se destina a los alimentos de quienes los han solicitado.

Más del 70% de los fieles en paro

“Esta es la zona con menos oportunidades de salir adelante, para encontrar trabajo, para poder desarrollar una carrera en el futuro y con esta pandemia se han quedado sin trabajo, llevan dos meses sin trabajar, sin ayuda directa del gobierno y dependen de las parroquias, de Caridades Católicas para pagar lo básico y sobre todo, para comer”, dice a EFE el sacerdote madrileño.

De hecho, al llegar el coronavirus a Nueva York, González hizo una encuesta entre sus feligreses. El 70% había perdido su empleo. “Eso significa que no tienen dinero para pagar la renta, para comer, comprar medicinas y cosas básicas”, subraya. “El impacto ha sido muy grande porque nos hemos visto completamente desbordados. La gente literalmente no tiene para comer. Nuestras familias tienen muchos niños pequeños y tenemos miedo de problemas de mal nutrición. Se necesita comer bien todos los días”, asevera.

“Estamos repartiendo sobre todo a familias que están en cuarentena que por tanto no pueden salir a la calle o ancianos que no es conveniente que salgan”, explica. “Tengo un grupo fantástico de voluntarios que van a recoger la comida (a Caridades Católicas) la traen aquí, la organizan y la llevan directamente a las casas”, añade González.

Él mismo se encarga de llevar, junto a un equipo de voluntarios, los alimentos a hogares de ancianos y enfermos, muchos de ellos indocumentados. Además, reparten pañales, leche y alimentos perecederos donados a la Iglesia por empresas, parroquianos y otras organizaciones católicas. Sin embargo, la ayuda nunca es suficiente.

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