“Jesús. Presiento mi última noche”. Estas palabras las escribía en un mensaje corto (SMS) Pilar Adámez, monja de clausura y superiora del monasterio Santa María de la Cinta (Huelva) antes de fallecer por coronavirus. En el mensaje, dirigido a su congregación, la religiosa añadía: “Gracias mi Dios por unirme tan profundamente al dolor puro de tu entrega en Cruz”.
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Su historia ha trascendido. No solo porque el obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Plá, la recordase en su homilía del pasado domingo, sino porque la vida de esta monja oblata natural de Alange (Badajoz), que dejaba este mundo tras casi 60 años de clausura, ha sido relatada a Efe por una de sus sobrinas, Concepción Cabezas.
Su tía, dice, era una mujer “llena de ternura” y “de una gran sonrisa”. “Nunca la vi seria. Siempre detrás de la reja, animando y defendiendo la fe. El hecho de que la gente se separara de Dios le dolía mucho y siempre intentaba dar una palabra de aliento”, ha explicado su sobrina.
“Una mujer feliz en su vocación”
“Mi tía era, al principio, la tía lejana que estaba en un convento metida, que no podías verla, pero cuando fui a Madrid a hablar con ella, descubrí que lo raro de esta sociedad, estar entre rejas sin salir y dedicada la mayor parte del tiempo a rezar, le hacía feliz”, ha expuesto Concepción.
La madre Pilar, que fallecía a los 80 años en un hospital de Huelva, decía el mismo día que fue ingresada –el Domingo de Resurrección– que “el Señor nos puede pedir todo, somos oblatas, lo que Dios quiera, me ofrezco por los sacerdotes y por la Iglesia”.
“Es un palo no poder despedirte de ella, pero más tranquila no se ha podido ir, pudo recibir los sacramentos antes”, ha añadido su sobrina. Para Concepción, casada y con un hijo, la tía Pilar era una mujer feliz en su vocación y “murió con la esperanza de que donde iba era mejor que estar en este mundo”.