Las celebraciones en las diócesis en torno a este 10 de mayo –más siendo V Domingo de Pascua– por san Juan de Ávila, patrono del clero secular español, se reducen a su mínima expresión en lo que reuniones sacerdotales se refiere. El confinamiento por el coronavirus –y para una buena parte la preparación de la vuelta a los templos– es una ocasión para repasar algunos de los textos del apóstol de Andalucía, el maestro de Ávila.
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“Juan, sacerdote diocesano en los años del Renacimiento español, participó en la ardua tarea de la renovación cultural y religiosa de la Iglesia y de la unidad social en los albores de la modernidad. Su figura es de relevante importancia y actualidad a la luz del proyecto de la Nueva Evangelización”, digo Benedicto XVI al presentarlo como doctor de la Iglesia. Repasando ahora su mensaje, fundamentalmente el dirigido a los sacerdotes leemos sus recomendaciones en clave de pandemia.
Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), para cumplir su deseo de ser misionero en México vende todo – es hijo único de familia muy rica– y lo reparte entre los pobres. Recorre los caminos de Andalucía y Extremadura, siendo cura de Córdoba, donde se asienta y reside por largo tiempo. Montilla es la sede de su última etapa, 17 años. Montilla será el lugar desde donde escribe, aconseja, alienta, dirige espiritualmente. Allí muere el 10 de mayo de 1569.
1. Memoria de consolación
“Señor… encumbraste tu amor, que no tiene tasa, y ordenaste por modo admirable cómo, aunque te fueses al cielo, estuvieses acá con nosotros; y esto fue dando poder a los sacerdotes para que con las palabras de la consagración te llamen, y vengas tú mismo en persona a las manos de ellos, estés allí realmente presente, para que así seamos participantes en los bienes que con tu Pasión nos ganaste; y le tengamos en nuestra memoria con entrañable agradecimiento y consolación, amando y obedeciendo a quien tal hazaña hizo, que fue dar por nosotros su vida”. (‘Tratado del Sacerdocio’, 25).
2. Cristo, confinado por amor
“Cristo está como encerrado en un sagrario y encarcelado… por el grande amor que nos tiene. El mismo se deja prender… en cárcel de amor. Quítale el amor con que allá está, y verás que es incomportable estar donde está” (Sermón 43, 383).
3. Manos limpias
“¡Cuánto se enternece el corazón de un buen sacerdote cuando, teniendo al Hijo de Dios en sus manos, considera en cuán indignas manos está, comparándose con las manos de Nuestra Señora! Y, cierto, no se pudo hallar espuela que así aguijase e hiciese correr a un sacerdote el camino de la perfección, como ponerle en sus manos al mismo Señor de cielos y tierra que fue puesto en las manos de una doncella en la cual Dios se revió, dotándola y hermoseándola de innumerables virtudes” (‘Tratado del sacerdocio’, 21).
4. Purificación continua
“La mejor prenda que tenía te dejó cuando subió allá, que fue el palio de su carne preciosa en memoria de su amor” (‘Tratado del Amor de Dios’, 14, 544).
5. Ofrenda de vida
“Y ofreciéndote a sí de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses … Él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo” Dios se da a Él (Sermón 43, 677 ss).
6. Paciencia de padre
“¡Oh maravilloso trueco el que con nosotros, Señor, heciste! Tomaste de nosotros nuestra flaca y mortal humanidad, dístenos en su lugar tu admirable y excelentísima dignidad. Verdaderamente todo el tesoro de tu gracias derramaste sobre nosotros, y abierto el corazón que tenías de padre, rompiste las venas de tu excelentísima caridad y dejástelas correr sobre nosotros” (‘Meditación del beneficio que nos hizo el Señor’).