Las medidas de prevención frente al coronavirus han interrumpido las investigaciones sobre la documentación de Pío XII desclasificada por el papa Francisco a comienzos de marzo. Sin embargo, los historiadores no han dejado de estudiar el periodo y profundizado en el aparente “silencio” del papa Pacelli ante la barbarie nazi. El catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma III e impulsor de la comunidad de Sant’Egidio, Andrea Riccardi, en un artículo publicado por el Corriere della sera –reproducido por en España por El Mundo– ofrece algunas claves.
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Actitud diplomática
El silencio fue una actitud diplomática “consciente, aunque dolorosa”, comenta Riccardi, a partir de una cita del diario del que sería el Papa Juan XXIII cuando era nuncio: “Me preguntó [Pío XII] si su silencio sobre el comportamiento del nazismo estaba siendo condenado”. Y es que, sobre todo desde Polonia, llegaban denuncias constantes al Vaticano de lo que los nazis estaban haciendo. “Las noticias afluían al Vaticano, aunque no siempre eran fácilmente verificables. No puede afirmarse, pues, que el Papa desconociese las matanzas de judíos, como aseguran sus apologetas”, señala.
Tres fotos del trato que recibían los judíos en los campos de concentración en Polonia, procedentes de la Nunciatura de Suiza, son parte del material que ha visto la luz. Pero, las presiones que llegaban al Vaticano –sobre todo desde los Estados Unidos– estaban llenas de datos exagerados y eran sospechosos de conseguir un apoyo propagandista con una manifestación del Papa, por lo que se impuso la prudencia.
La fragilidad de la Iglesia
“Además, había varias sensibilidades en el Vaticano”, añade Riccardi enumerando casos como el cardenal Canali, cercano al movimiento fascista italiano. Sin embargo, Pío XII incluyó una condena –criticada por ser demasiado genérica– en el mensaje de Navidad de 1942. “Cuando se hablaba de atrocidades no podía nombrar a los nazis sin mencionar a los bolcheviques, y esto quizás pudiese disgustar a los aliados”, justificó entonces.
“Pío XII quería evitar que la Santa Sede terminara poniéndose del lado de una de las partes”, explica Riccardi. “Sentía la fragilidad de la Iglesia a la hora de mantener unidos a los católicos divididos por la guerra y la propaganda. Temía la presión nazi sobre los católicos alemanes o sobre los polacos rehenes del Tercer Reich. Para preservar la Iglesia como espacio humanitario y de asilo, optaba por intervenir diplomáticamente y promover una paz negociada”, desarrolla citando a Benedicto XV: “Nuestra imparcialidad nosconvier- te en enemigos de todos”. Aunque, “parece que los instrumentos diplomáticos fueron inútiles frente al drama”, concluye.