Cuando un político echa mano de los símbolos religiosos en un mitin, no hace más que elevar “una señal de humo destinada a un electorado desconcertado por la globalización y la crisis económica”. Ofrece así un “consuelo barato a quien no soporta una sociedad secularizada, multicultural y líquida”, y a quien, “por miedo de perder sus privilegios, busca un enemigo, ya sea el inmigrante musulmán, la pareja homosexual que quiere casarse o una mujer que reivindica su autonomía”.
Esta es la tesis de Iacopo Scaramuzzi, autor de ‘¿Dios? Al fondo a la derecha’, recién publicado en italiano por la editorial Emi, un ensayo en el que analiza con certeza y claridad cómo los movimientos populistas de derechas que han eclosionado en diversos países explotan el cristianismo de manera instrumental.
PREGUNTA.- Usted afirma que para estos partidos el hecho de ser cristiano se ha convertido en un “marcador identitario, no de fe”. ¿Tratan de explotar un retorno a las raíces de la identidad de la persona?
RESPUESTA.- No se trata de un retorno, sino de una nostalgia. Es algo que cuenta Oliver Roy en el libro hablando sobre Francia, pero que pienso que se puede aplicar a todo este fenómeno. Hay una nostalgia porque se trata de algo más imaginario que real, y ahí puede uno imaginarse un pasado idealizado. Hay una nostalgia de un pequeño mundo antiguo, de un espacio cerrado, que controlas, homogéneo étnica y éticamente, pero que en realidad existe solo en tu imaginación.
El cristianismo es una religión encarnada, por lo que resulta violento tratar de encapsularla en algo cerrado, que no se mueve, no se desarrolla con la historia ni se cruza con la humanidad. Estos movimientos se apropian del cristianismo y lo instrumentalizan, pero al final lo desnaturalizan y lo matan.
P.- ¿Por qué hay cristianos que les votan?
R.- Los primeros que no deberían aceptar esa instrumentalización son los propios cristianos, aunque algunos prefieren votarlos que optar por otras formaciones que consideran ateas. Los partidos populistas tienen un razonamiento que ignora los principios del cristianismo que no les interesan y usan a su antojo los símbolos, por ejemplo, el crucifijo.
Timothy Radcliffe cuenta en el libro cómo, en los primeros siglos de la Iglesia, los artistas cristianos no representaban el crucifijo por tener una memoria fresca de la muerte de Jesús. Ahora, en cambio, lo damos por descontado como símbolo del cristianismo. Pero, si entiendes de verdad su significado, ves que no puedes domesticarlo y que resulta insoportable usarlo de manera superficial.
P.- Muchos de los dirigentes de estos movimientos políticos ni siquiera son cristianos…
R.- Así es. Salvini, Le Pen o Bolsonaro hablan a menudo de cristianismo, pero luego ves que no tienen valores cristianos y que hay una gran contradicción en su vida personal. Salvini, por ejemplo, no quiere cambiar el matrimonio gay o la ley del aborto. Y él mismo ha reconocido que no reza el rosario. Hace falta un buen estómago para que sus seguidores cristianos acepten esa contradicción.
P.- ¿Cómo explica el éxito electoral de estos movimientos populistas?
R.- Han sabido interpretar los intereses reales de una parte de la población que se siente perdida frente a la globalización y el liberalismo, y no considera que le representen los partidos clásicos de las democracias liberales. Han buscado una identidad y la han encontrado en las raíces cristianas de los países de antigua evangelización. Es lo que ha hecho Marion Maréchal-Le Pen en Francia, Giorgia Meloni en Italia o Viktor Orbán en Hungría.
Entre estos movimientos, además, hay una conexión internacional. Varios de estos líderes se han ‘convertido’ en un momento concreto de su carrera política en el que necesitaban una fuerza simbólica que añadir a su poder. Es lo que le ocurrió a Orbán o a Vladimir Putin en Rusia. Aprovechan el sentimiento de pertenencia a una identidad cristiana llena de símbolos y de ideas.